Puede que haga unos meses ya que Martín Girard (Gonzalo Suárez) se preguntaba en el diario El País si cuando una nación quiebra echa el cierre y despide a sus habitantes. No es otro chiste más, sino uno que trata de reducir al absurdo un miedo que políticos y periodistas alimentan a diario en esta España bipolar que recuerda cada vez más la historia de aquel hombre que, tras asesinar a su hermano gemelo, declaró que su intención había sido, en realidad, la de suicidarse, pero que en el último momento se había hecho un lío. Servidor va a negarse a compartir ese miedo.
Salvo por lo tocante al matrimonio entre homosexuales, el aborto y a otras cuestiones graves, sin duda, pero a salvo de vaivenes presupuestarios, no está servidor muy seguro de que el comportamiento de un hipotético PSOE triunfador no hubiese sido el mismo que el de su actual gobierno. Un simple cruce de declaraciones (de intenciones, de actitudes) de unos y otros, antes y después de las elecciones del año pasado, esa simple comparación, debería bastar para demostrarlo. En lo esencial, que a estas alturas es la economía, estaríamos en el mismo punto. A la fuerza ahorcan.
Lo que diferencia al PP y al PSOE no parece derivar de su posicionamiento frente a las causas, responsabilidades y soluciones a una crisis en principio inherente al despropósito de una Unión Europea mal desarrollada (pero que se convierte a gran velocidad en un inevitable y bien orquestado atraco) sino de sus convicciones respecto a los márgenes de la libertad civil y al ejercicio de los derechos más privados; ahí hay una diferencia, si quieren ustedes encontrarla, pero no se percibe un discurso sustancialmente otro en su relación con los inescrupulosos poderes financieros y su caprichoso «mercado». El enviado de Merkel cree que España «va por buen camino». De eso se trata. No se critica al supervisor, no se cuestionan sus objetivos (¿de verdad no se puede pagar la deuda sin reducir el déficit al 5,3%?): cuando el dinero habla, los grandes obedecen. Servidor, que ya desobedece, va a negarse también a escuchar el día menos pensado.
Que PSOE e IU acuerden en Andalucía preservar las políticas sociales sin hacer recortes es, para servidor, una noticia discretamente buena; discretamente: porque es también un empeño en el que IU tiene poco que ganar. No, efectivamente no le gustan a un servidor los acuerdos «de izquierdas», que acepta como un «mal menor», sí, pero que emborronan siempre un poco la naturaleza real del problema, postergan el quién es quién y se traducen en fotografías movidas que (topología no es tropología) estrechan, más y más, el agiotista horizonte político de nuestros próceres. Últimamente, servidor, cuya lucidez se ha refugiado definitivamente en la ingenuidad (intentando emular a su querido Girard), no le quita la vista de encima al horizonte político, parece tonto.
Sea como fuere, servidor ha asumido que es hijo de una ilusión fracasada y padre de otra, siente que se ha defraudado a sí mismo y la posibilidad de amnistiarse hablando un noventa por ciento menos de esto y un diez por ciento más de lo otro y de dedicarse a escrutar (sin temor) el cielo verdadero y a remover la tierra endurecida le tienta poderosamente. Hoy le ha vuelto a molestar la rodilla izquierda; pero poco, lo que significa que van a ser cuatro gotas; aunque le permitirán a un servidor recitar a Kerouac:
están limpias
de andar por la lluvia.
Si viviera en un piso, en Madrid, estaría deprimido, pero como vive en Magaz de Abajo está a la que salta, servidor, y con ganas de traducir su decepción en intransigente y autista literatura, y en trabajo físico, de limpieza: ha comenzado un nuevo poema cuyo título provisional es El fin del mundo.