Pensaba servidor (en especial leyendo las últimas declaraciones, consistentes, firmes, al diario El País de don Emilio LLedó) que si bien es esperanzador observar cómo en época de crisis hay quien vuelve la vista hacia los filósofos, también es un signo algo inquietante (y tardío) de que ya no confiamos en los economistas. Y no dice «inquietante» porque los economistas le hayan parecido alguna vez capaces de gobernar nada, sino porque están a punto de gobernarlo todo.
Servidor, como tantos, está convencido de que sólo un humanismo sincero puede ahora prestarnos el motor que necesitamos, pues sospecha, en sus pocas luces, que lo que nos ocurre no es tanto que la economía quiera dejar de ser una forma de leer los acontecimientos para convertirse en el adalid de nuestra salvación, como que en su afán de protagonizar el accidente (gritando «soy médico, soy médico» en medio de la catástrofe) ha envuelto las verdaderas causas del mismo en una autoreferencialidad rayana en el autismo. Lo cual conviene al tradicional oportunismo capitalista, pero ofende a la lógica, y (lo que es peor) a la paciencia popular en cuyo pósito quedan aún reacciones y recursos que es mejor no poner a prueba.
La gente que se levanta con optimismo (cada vez menos) lo pierde en cuanto llega al trabajo: se experimenta el trabajo como algo ajeno, forzado y desproporcionadamente penoso incluso ahora, que debería parecernos un bien extremadamente preciado. Y quienes se levantan habiendo descansado a penas de su angustia para retomarla de nuevo por la mañana empiezan a ser demasiados y a sospechar que serán los grandes demonizados por las nuevas versiones de la verdad que acabaremos por tener que oír. Lo que significa que quienes soportan el sistema no comparten la representación de sí mismo que el sistema promueve. Lo que significa que…
Hemos asistido a una campaña donde cada mitin ha versado sobre la última edición de uno u otro periódico. ¿Encuestas?, pues encuestas, ¿prima de riesgo?, pues prima de riesgo, ¿cesión de influencia?, pues cesión de influencia, ¿Europa?, pues… Europa (aunque sea a regañadientes). Y esa dependencia de la noticia que exhiben sin pudor nuestros líderes no hace sino aplazar sine die los temas de verdadera importancia, enterrados bajo una manta de mensajes que nos explican el mundo en función de un modelo que hemos declarado deseable, intocable y empíreo, aunque ya no nos sirva, y que impone desde hoy mismo la abolición del largo plazo. La acción política, como los préstamos, va a tener de aquí en adelante un alto precio y un corto recorrido.
Wikileaks, ese anticristo al que ahora todos quieren olvidar, consiguió muy rápidamente que, en la conciencia de los ciudadanos, prendiese de nuevo la llama de una sospecha que casi habíamos olvidado mecidos por el efecto Obama: que la información se manipula y la intención se oculta. «El enemigo serán los rusos, luego los terroristas, luego vendrán los asteroides pero la última carta, recuerda bien esto, la última carta será la guerra contra los extraterrestres; aunque todo será una gran mentira para seguir haciendo la guerra y sometiendo a la gente», dicen que dijo Werner Von Braun en 1974, tres años antes de que lo matara el cáncer. Servidor lo apunta sin darle crédito, pero para ilustrar con cierto humor la sensación de estafa que va a paralizar, a buen seguro, a muchos votantes, y a sabiendas de que algo de eso hay, aunque el pretexto, ahora, sea el de la sostenibilidad de las prestaciones sociales. Y sin embargo a nuestros políticos, a todos sin excepción, parece haberles dado un ataque de pánico posibilista, o de inferioridad autoritaria, o de corporativismo a secas, o los tres a la vez. Servidor ha echado de menos discursos menos baalitas, discursos capaces de apuntar más alto, más recto y más claro. Servidor ha echado de menos otros objetivos, un poco más de pensamiento, filosofía. ¿O es que en efecto la cuestión se limita a convencernos de que debemos acudir todos a defender (con nuestras vidas si fuera necesario) el edificio de la Bolsa como fuimos antaño a salvar el de la Iglesia?
Desea servidor pocas cosas, pero así se las pide humildemente al partido que acabe por formar gobierno, sea el que sea:
- Que recuerde que su actitud, en los próximos años, va a proyectarse sobre una época entera.
- Que no olvide que el sentido del esfuerzo de todos es el cuidado de todos.
- Que no permita que se pierda la decencia como patrimonio irrenunciable.
- Que no asuma, sin más, la prioridad del beneficio.
- Que no desprecie la cultura ni venda la educación.
- Que no olvide la responsabilidad del hombre en cuanto intermediario entre la sociedad y la naturaleza.
- Que devuelva lo antes posible a la economía su lugar entre las ciencias sociales; y haga política.