El sapo

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Si William Blake hubiese dicho que el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría, algunos de mis presuntamente escasos lectores podrían citarlo para desautorizar o refrendar mi opinión de que, si la presencia de un sapo en la puerta de casa fuese un signo de que algo bueno o malo está por ocurrir, la del oscuro y gordo batracio que apareció hace unos días frente a la de un servidor en Magaz de Abajo anunciaría tal vez el muy violento final del aún más violento Bin Laden.

Pero a lo mejor para que tal condición se cumpliese sería necesario verificar primero que el susodicho Bin Laden fue efectiva y legalmente abatido por militares de América de Arriba en tierra tan ajena al gobierno de América de Arriba como a sus intenciones. Si bien, para que lo primero fuera  admitido, Obama (que podría contradecirse al respecto e incluso debería contradecirse al respecto afirmando que la misión del comando enviado para matar a Bin Laden era capturarlo con vida) debería dejarnos, cuando menos, ver su foto –algo quizá más fácil que determinar si Paquistán sabía o no de las intenciones y si verifica o no la versión de Obama, ya que Paquistán podría estar mintiendo al decir que no estaba informado, prefiriendo pasar por tonto que por cómplice (si tuviera o tuviese motivos para una cosa o la otra) o podría estar diciendo la verdad a medias para pasar por tonto antes que por encubridor de terroristas (si tuviera o tuviese motivos para una cosa o la otra)– y aún así no sabe servidor si llegaríamos a ponernos de acuerdo sobre la identidad de un rostro masacrado en una fotografía de dudosa profesionalidad y fácilmente manipulable por los servicios secretos de América de Arriba.

Claro que también el sapo podría estar anunciando el nacimiento de un nuevo ejemplar de iguana rosa en las islas Galápago o la aparición de una mina de tantalio virtualmente inagotable o la intervención de la ONU en Siria y, habida cuenta de que quizás la tan inadvertida como indemostrable desaparición de Wikileaks del horizonte informativo nos hubiese devuelto dulcemente a la habitual indiscriminación opinativa e indeterminación cognitiva, no parece que esta sea una cuestión susceptible de volverse relevante en un futuro próximo, si es que en efecto el futuro existe y no es una metáfora muerta con ínfulas de referencia significante.

Así que hiciese lo que hiciese el sapo en la puerta, servidor podría opinar que el proceder de las fuerzas especiales de América de Arriba está justificado o no, ya que la opinión de un servidor no le importaría a nadie en un mundo en el que, realmente, al no haber forma de enterarse de nada con un mínimo de certeza, la certeza sería una cuestión de fe y el único modo capaz de aproximarse un poco a la descripción laica de cualquier hecho sería el condicional contrafactual.

En un mundo semejante (si lo hubiera) servidor podría darse a todo tipo de excesos, dijera lo que dijera William Blake y pensasen lo que pensasen sus presumiblemente escasos lectores, ya que lo que para unos sería escandaloso para un servidor podría constituir la lógica subyacente a un supuesto de partida tan arbitrario como conviniese a su sentido de la medida, y valores como la justicia o el respeto no tendrían por qué afectarle necesariamente mientras pagase sus impuestos y deudas a las máquinas aleatorias dedicadas a hacer inversiones a largo plazo y no osase exhibir información contrastable alguna en detrimento de la alegría generalizada que la ejecución legal sin juicio legal de un malvado debería producir a los ciudadanos de bien que, si los hubiese y fuese el bien algo más que un eufemismo caduco, serían aquellos que recibieran sin más la explicación oficial que tocase en su beatífico mundo manufacturado y feliz.

Resumiendo: si ese mundo existiese, servidor se hubiera comido el sapo sin rechistar.

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