Ha estado observando detenidamente un servidor a nuestro presidente «in absentia» y ha llegado a sospechar que cambiar de punto de vista y empezar a pensar lo que le ocurre a Europa en términos de soberanía, quizás no sea una mala idea. Se trata, desde luego, de la soberanía económica, pero es que de momento (o eso parecen entender en Bruselas) no hay otra. El presidente podría aclarárselo a ustedes, pero ya saben que en cuanto vuelve a pisar suelo español se convierte en un miembro de Anonymous, ese colectivo que compite con don Francisco Álvarez Cascos por el resto del periódico de hoy. En cualquier caso, con desliz o sin desliz, servidor cree que lo que está pensando el señor Rajoy en estos momentos es que no hay mal que por bien no venga.
Anonymous: Nunca le cayeron especialmente bien a un servidor, pero estaban del lado correcto. Incluso servidor los admiró entre su defensa cerrada de Wikileaks y su reciente ataque a algunas páginas implicadas en el desarrollo o la promoción de la ley que permitió la intervención de los servidores de Megaupload, con cierto reparo. Pero tras el tono achulado e infantil de su último comunicado amenazando a gente cuya única culpa es estar en desacuerdo con ellos, servidor ha decidido que son unos cantimplas mal aconsejados. Es posible que su tono se pueda celebrar privadamente como un rasgo de ironía propio de la casa, pero la ambigüedad que comporta es injustificable en un movimiento que pretende defender ideas serias.
Álvarez Cascos: Es uno de esos personajes que, al final, te caen bien, como los monstruos que dibujaba Maurice Sendak, y un animal político. Servidor coincidió con él en una avión de vuelta de Rumanía y gracias a sus armas de caza, que facturó sin prisa, debidamente y con profusa exhibición de documentos en regla, le tocó hacer cola más de lo necesario. Álvarez Cascos es todo menos un mamacallos y desde luego es un agonista, la encarnación trágica de un modelo personalista clásico de la vieja España, en abierta y desenmascarada lucha contra la política de siglas que reivindica un futuro disciplinado y anónimo. Otra cosa muy distinta es cómo vayan ahora a repartir sus votos los asturianos, que son los pegollos del tinglado, y los que pagan el hórreo, y cuya paciencia es como el chaleco: abrigada pero corta.
También lee un servidor que los médicos están empezando a ocuparse de enfermedades olvidadas, ahora que las inventadas han dejado de ser rentables; y que una red de traficantes de cuernos ha robado los del rinoceronte del Museo de la Fauna Salvaje de Valdehuesa, en León, porque ya ni para ir a África les daba el presupuesto. Así ha sido.
Camps ya es historia; aunque servidor ha aprendido de su peripecia que a la gente hay que acusarla en abstracto, por ejemplo de golfo, porque hay un principio de indeterminación de la justicia que asegura que cuanto más concretas el delito denunciado menos posibilidades tienes de demostrarlo. Ha habido cacos que se han librado al no poder probar su víctima que la cartera hallada en posesión del acusado no le había sido sustraída el jueves, como aseguraba éste, sino el miércoles. Créanlo.