Carlos Marx

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Me he decidido a releer Paradiso, de José Lezama Lima. Puede parecer excesivo, y hasta inoportuno, pero llevo toda la mañana y parte de la tarde y está resultando toda una delicia. Ahora descanso un poco y remoloneando por la Internet me encuentro con un texto al que no hubiese dado mayor importancia de haber estado leyendo, por ejemplo, a don Gaspar Núñez de Arce y que, por su ingenuo estilo, su visión simplista y sus muchas repeticiones, parece de algún escolar más avezado en el uso del ordenador que en el arte de la crítica literaria. Dice (he preferido no corregir nada):

Hay poetas españoles actuales, y también los hubo en otras épocas, que eligen escribir una poesía de estilo difícil, oscuro, distante, rebuscado, obsesionado por la forma, demasiado enigmático y alejado del lector que busca reconocerse en un libro y buscar compañía.
Es una poesía que hace que, en muchos casos, ese lector abandone el libro y se vaya a otros géneros, y piense que la poesía es una experiencia elitista para unos pocos, ya que está muy alejada del lenguaje y de los temas normales y comunes.
También hay que aclarar que hay lectores muy fieles de esta poesía, que piensan que ésta debe costar entenderse, que debe ser una experiencia sobre todo intelectual, porque de lo contrario no se diferencia en nada del lenguaje coloquial y de la prosa. Es la vieja guerra de siempre, en definitiva, entre el fondo y la forma. 

Me pregunto quién le ha podido meter a este chico en la cabeza, sin despertar en él una chispa de desconfianza, que en efecto hay poetas que desean escribir con un estilo difícil, oscuro, distante, rebuscado y tan obsesivamente formal que sus composiciones resulten enigmáticas hasta el punto de hacer salir corriendo a los sufridos lectores en busca de alguna película española de terror que les anime el día. Si se aplicase a sí mismo la lección que parece desprenderse de su texto debería haber escrito: hay poetas malos que no escriben como Dios manda. Le hubiésemos entendido mucho mejor.

Es cierto que luego aclara que hay quien podría no estar de acuerdo con él, ya que, según parece, la vieja guerra entre formalistas y fondistas nos impide sacar conclusiones.

Servidor no se cansa de repetir algunas cosas: por ejemplo que lo que nos pasa no es una crisis económica, sino que no queremos dejar de hacer el tonto…

— Por interés.
— Pero el tonto.

O, también, que la diferencia entre fondo y forma es una convención al servicio de la analítica. Ningún libro es una caja. Servidor considera que hay situaciones que no precisan ajustes, sino cesar, como hay poetas que no precisan comentario, sino cesar. Hay cosas que son lo que son.

Y ahora, casi doscientos años después del nacimiento, en una familia de clase media acomodada, en Tréveris, Alemania, de Carlos Marx, que se dio cuenta con sorprendente claridad de que el sistema hacia el que nos encaminábamos no tenía ni pies ni cabeza, no estaría de más que empezásemos a dejarnos de tonterías y comenzáramos, en serio, a cuestionarnos algunas cosas. Desde luego el mundo, pero antes al profesor de este joven aprendiz de crítico literario, quien sin duda nunca fue tan buen lector de Marx como de don Gaspar Núñez de Arce pero que, si las cosas en la enseñanza siguen avanzando por donde parece que lo hacen, puede acabar enseñando filosofía, o economía, o francés (¿incluirá a Mallarmé en su lista de enigmáticos asustalectores?). El problema no es lo que los especialistas piensan, el problema es que lo que han leído sólo sirve para defender un pasado que se disuelve en su propia imprevisión y sin otra evocación posible que la de las oscuras, fantasmagóricas melodías de James Kirby.

Otra cosa: leo en los periódicos que los 129 millones de euros de la multa que recibió en su día Minero Siderúrgica de Ponferrada (hoy Coto Minero Cantábrico) por explotar durante una década una mina a cielo abierto, sin licencia urbanística ni ambiental, se han quedado en solo 800.000. El juez, que por si quieren saberlo se llama Fernando Javier Muñiz, la ha rebajado. Hablamos de una mina a cielo abierto que cubre doscientas hectáreas de naturaleza protegida, y de una empresa propietaria que se ha embolsado, sólo en subvenciones, unos mil quinientos millones en los últimos diez años. Y servidor también se pregunta qué leyó don Fernando Muñiz de jovencito. A Marx no creo, y a Lezama Lima seguro, seguro que no.

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