Suena de nuevo esa canción de la guerra que tanto nos gusta tararear. La tatareamos porque no nos sabemos la letra. Nos la sabíamos, aunque no siempre dijera las mismas cosas o repitiese el mismo estribillo, por amor a un futuro posible. En España nos sabíamos muchas, casi todas, y algunas se las enseñamos a Pete Seeger que también las cantaba por amor, y para decirle, desde lejos, a los perdedores, españoles, que no habían sido olvidados. En 1941 le cantó a Roosevelt aquello de «no siempre hemos estado de acuerdo en el pasado, lo sé, / pero eso no es en absoluto importante ahora. / Lo que es importante es lo que tienes que hacer». Es probable que Roosevelt, tras hacer lo que tenía que hacer en defensa del futuro, hubiese podido cambiar el rumbo de la historia apoyando con fuerza a Henry Wallace. Quizás, sin un Harry S. Truman capaz de perpetrar contra Japón el mayor y más inútil acto de terrorismo de estado autorizado jamás por una democracia, el futuro habría llegado ya. Pero el 6 de agosto de 1945 América de Arriba tomó la decisión de incumplir todos los acuerdos, enterrar la conciencia de sus mayores y convertirse en la policía del mundo y, desde entonces, la letra de la canción trató sobre la necesidad de contener la marea roja y preservar el mundo blanco y civilizado aunque eso supusiera derrocar a algunos gobiernos democráticos, amañar elecciones aquí y allá y aliarse con algunos de los regímenes más represivos del planeta. A esa letra Eisenhawer le puso música y arreglos orquestales, y varios títulos: secretismo, desconfianza, paranoia, irracionalidad.
La policía del mundo quiere ahora oírnos cantar de nuevo, otra vez, otra letra, pero servidor no acaba de entenderla. Servidor no acaba de saber si disparar contra la población civil es más legítimo que gasearla o si las bombas de racimo son más humanitarias que el Agente Naranja o el napalm, las minas anti persona o el fósforo blanco ni ha visto esas pruebas que el amarillento Putin (con todo el derecho del mundo) reclama y que ahora el desautorizado Cameron asegura tener. Servidor está muy enfadado, y aturdido, porque la policía del mundo quiere ponerle, de nuevo (no es necesario recordar los casos más recientes) en la tesitura de mostrarse en contra de una idea tan descabellada, vulgar y brutal, como la guerra y parecer sin desearlo defensor de unos personajes a los que ya odiaba cuando la policía del mundo los sostenía. Personajes que, casualmente, quedan siempre de ese lado de la moral que América de Arriba, según convenga, financia o castiga (si no ambas cosas) lejos de sus fronteras. Si servidor pudiese detener el enfrentamiento en Siria como en cualquier otra parte lo haría, naturalmente, incluso (si ello sirviese a la restitución de lo que ha sido injustamente robado) mediante la guerra, pero no dejando decidir a los vendedores de armas cuándo y dónde se toma y cuál es el camino correcto hacia hacia esa paz que no se alcanza nunca; y en este caso no cree que ningún desenlace derivado del enfrentamiento vaya a beneficiar a una población a la que se dice defender, pero a la que se utiliza y manipula. No hay guerras limpias, pero esta entre nuestro ex amigo el tirano Bachar al Asad (digno hijo de su padre) y los indefinidos «rebeldes» (hermanos de conveniencia de los que no sólo Israel desconfía) es, además, oscura, muy oscura, si no subsidiaria. Ojo: es sólo la opinión de alguien que se resiste a diferenciar entre lo ilegal inhumano y lo legal inhumano. Servidor tampoco tiene ganas de discutir con los partidarios de apoyar un segundo frente contra el oftalmólogo al margen de la diplomacia y/o, en su caso, de los tribunales; lo normal es que no escuchen.
Servidor ha entendido «sarín» y también «niños»; son la clase de palabras que indignan a todos y que, por lo mismo, a Obama (a quien también cantó Pete Seeger -¿qué pensará ahora, a sus 94 años?- durante su ceremonia de investidura) le sirven para hacer valer un apoyo a los rebeldes hasta ahora ejercido más o menos de tapadillo; de tapadillo y sin prisa porque ningún desenlace le beneficia (salvo que desestabilizar -aún más- una amplia zona del globo, ¿encarecer el petróleo, devaluar el dolar? y provocar el suficiente sufrimiento para justificar una nueva escalada de autoritarismo occidental sean objetivos deseables para un capitalismo cada vez más enfangado en sus propios desmanes). Y en ese sentido, servidor debe confesar que, si bien, lleva algún tiempo confuso (como cualquiera que haya estado leyendo esa parte de los periódicos que rodea a la sección de deportes) con respecto a de dónde sale ese veneno y adónde va (¿quién incumple tratados, quién financia violentos, quién desinforma?) ha empezado a pensar que quizás es mejor no fiarse de las buenas intenciones en un mundo donde las relaciones internacionales se basan en que todos mienten.
– Pero eso no es en absoluto importante ahora. Lo que es importante es lo que tienes que hacer. – Le recuerda Pangur a un servidor.
– ¿Cerrar filas junto a los mercenarios, tararear con una pinza en la nariz una letra ininteligible? Vale, y ¿qué?
– …
Nos gusta tomar partido inmediatamente, mostrar ante el primer aviso la seguridad de un árbitro en el terreno de juego. No importa que del juego sólo sepamos lo que otros nos retransmiten: necesitamos causas simples sobre las que probar que nuestras opiniones no son interesadas, y que nos pertenecen. Y necesitamos creer que un parche lo suficientemente violento es una solución a la altura de nuestra humanidad. Las dudas ya se ocupan los medios de ir despejándolas poco a poco.
Deberíamos ser más cautelosos al hablar de muerte y de destrucción. Hay situaciones ante las que es mejor verse una vez rojo que cien colorao, que diría un castizo. Por eso, si ha de cantar algo, y para estar seguro de no errar la nota, servidor cantaría a su pesar aquello de
Pues no sólo se fabrican guerras, también se fabrican causas, y víctimas, y culpables. Ya veremos lo que de verdad nos depara el futuro tras el polvo de los negocios de las grandes corporaciones y sus maniobras de distracción, ya veremos. Ante la duda (razonable) servidor, que huye de causas fabricadas como de teorías del universo, prefiere no pronunciarse más allá de lamentar que el pueblo sirio deba sufrir una pesadilla que, y esto lo dice aclarando que ni es un experto en geopolítica ni tiene ganas de serlo, no ha convocado. La canción que canta hoy el pueblo sirio sólo dice dolor, tristeza, soledad, confusión y miedo, mucho miedo, pero no futuro. No es esa que circula por ahí, de ventana en ventana, y que no acierta en lo que hay que hacer.