En los nidos de las cigüeñas había tres habitantes hasta hace nada. Llegado julio, los alevines comienzan a alzar el vuelo y forman (si tienen suerte) su propia familia. Nuestro nido está siempre compuesto por dos más invitados: ahora Lucas, con demasiadas ideas e inquietudes como para que un hombre como yo, deseoso de no hacer nada, reconozca su paternidad sin resistencia, y el perro Cato que se quedará todo el verano. Recuérdenme que les hable de su carácter.- ¿Es usted de Madrid? Dicho sea «sinónimo» de ofender.
– Sí, señor taxista. ¿Y usted?
– ¿Yo qué?
– Que de dónde es usted.
– De Cabañas raras.
– Muy bonito.
Desde la ventanilla veo la Torre de La Rosaleda, un edificio en construcción, pero que ya parece horroroso.
– Va ser muy feo, le digo al taxista.
– No crea. Acérquese a la plaza de la República Argentina, que allí junto al bar Don Jaime están las oficinas de la constructora y en el escaparate tienen expuesta la «moqueta».
– ¿De verdad es usted de Cabañas raras?
– Mi señora. Yo nací en Madrid, como usted. Pero llevo aquí treinta años.
– ¿En qué parte?
– En Cabañas raras.
– Que en qué parte de Madrid nació usted.
– En Bustarviejo. ¿Lo conoce?
Quisimos ir a ver Las edades del hombre, que toca en Ponferrada. Raquel había ido a la peluquería, temprano, y Lucas la había acompañado para aprovechar y hacer no sé que compras. Por eso ahora iba yo en taxi a su encuentro. La idea era comer juntos y ver la exposición. Pero los lunes cierran, así que acabamos callejeando y el resultado es que nuestra familia ha aumentado en un par de bonsáis y nuestra biblioteca en media docena de libros. Además nos topamos con la Hermandad de donantes de sangre del Bierzo, que pedía donaciones, así que nos presentamos voluntarios. Yo el primero, debidamente arremangado y con el carné de identidad en la mano. Lo coge un enfermero con cara de tener prisa. Lucas y Raquel pasan detrás de mí. Solo hay dos camillas y se tumban uno en cada una dándose la espalda. No pasa ni un minuto y ya estamos saliendo.
– No he notado nada, digo dándole un mordisco a mi bocadillo.
– No le haga caso, señora, que no le hemos pinchado, dice el enfermero chivato.
– Si lo sé traigo al perro.
– ¿Es usted de Madrid?
– No señor de Noceda.
– Pues su carné dice que de Madrid, dice extendiéndomelo con gesto triunfante.
– Porque me raptaron los gitanos. Es una larga historia. Y además ¿a usted qué le importa?
Lucas y Raquel me miran perplejos.
– ¿Qué?
– Nada.
– Nada.
– Bastante sangre me sacan ya los mosquitos.
Nos queda algo de tiempo antes de que salga el Alsa (Lucas se vuelve a Madrid), así que compramos los periódicos y nos instalamos en el Horus, vacía a estas horas, para hacer tiempo. Los topillos siguen siendo noticia, y con razón. Me entero también de que se ha muerto Polanco y de que Alonso ha ganado, pero eso aquí importa poco. Los topillos están arrasando los campos de León y envenenando las aguas. No llegan a Ponferrada, al menos por ahora, quizás por eso el alcalde de la ciudad de Gil y Carrasco es el que más cobra de toda la Comunidad: 4.652 euros al mes. ¿Por qué estas cosas no son tema de debate nacional? Eso y los topillos. Porque el debate nacional, bien mirado, se limita a las gilipolleces de…
– ¡Suñén! ¡Que escribes en un medio público!, dice Raquel.
– Sí, papá, confirma Lucas, sangre de mi sangre.
Voy a echar de menos a Lucas. Hemos estado a gusto estos días, haciendo a medias una página web que nos ha permitido encontrarnos como adultos en un proyecto común. Desde el autocar nos dice adiós y Raquel y yo nos quedamos mirándonos a los ojos con aire de cansancio. Las cigüeñas vuelan arriba, silenciosas y sabias; pero no tan arriba, silenciosas ni sabias como nuestros pensamientos.
– Acaban de empezar nuestras vacaciones, digo.
– Sí cielo. Vamos a casa, el pobre Cato lleva un montón de tiempo solo…
– Se me olvidaba.
– Ya.