Simetría

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Así que ha muerto Ray Bradbury, uno de los grandes, uno de los padres del imaginario de la segunda mitad del siglo XX. En cierta ocasión dijo: «Toca un científico y tocarás un niño». Había nacido en 1920, así que tenía ocho años cuando Paul Dirac predijo la existencia del positrón y doce cuando la partícula fue detectada por el físico norteamericano Carl David Anderson. El positrón no fue la única partícula encontrada por Anderson, pero en seguida se convirtió en la verdadera estrella de la nueva era y en noticia de alcance mundial. Lo esquivo de su naturaleza y lo infinito de sus posibles aplicaciones, pero en especial el misteriosísimo mundo de mundos cuya puerta abría, cautivó sin duda a unas cuantas mentes infantiles (como luego los dinosaurios, como hoy ¿qué?); por ejemplo la de otro joven también nacido en 1920, Isaac Asimov, que algunos años después no dudaría en dotar a los androides de su relato Yo robot de cerebros positrónicos.

El positrón es un electrón con carga positiva y su existencia no le debe poco a la natural afición de los seres humanos a la simetría. Nos encanta la simetría, de modo que nos basta encontrar una cosa para buscar de inmediato su contrario. Ahora por ejemplo, Europa nos da 100.000 millones y nosotros ya estamos pensando que se los hemos quitado, y eso a pesar de que este no es un rescate-rescate sino, tal y como ha explicado el señor de Guindos cuyo cerebro positrónico entiende muchísimo más que él mismo del asunto en cuestión, un préstamo hasta el jueves (por el que sólo vamos a pagar con una o dos generaciones de españoles incapaces de leer un libro) necesario para desinflar el globo después de reventarlo sin romper la simetría cósmica, que es igual aquí y en Alemania.

Y, hablando de Guindos, ¿nadie ha advertido en las palabras exactas de su discurso la petición expresa, urbi et orbi & ex cathedra, que la Comunidad Europea esperaba del Gobierno de España para poner en marcha los mecanismos del rescate? Dijo esto: «El gobierno declara su intención de solicitar financiación europea para recapitalización de los bancos españoles que lo necesiten».

— ¿Y qué?, pregunta Pangur a pesar de que no le tocaba.
— Pues que esa es la negociación que hemos hecho. Rajoy no ha pactado en qué términos se nos da el dinero, sino en qué términos íbamos a pedirlo. Es Europa la que consigue credibilidad, no nosotros, que nos convertimos en cosa digerida (lo que tampoco está tan mal, a estas alturas) para mayor gloria del continente. Pero no importa, tú eres un gato y careces de habilidades políticas, y a servidor ya le da exactamente igual cómo se llame a las gallinas.
— ¿Pero no eras tú el que decía hace cuatro días que el rescate había que pedirlo ya, que mejor pronto que tarde?
— Ese era Rubalcaba, perdona.
— No, perdona tú; es que los cantautores me parecéis todos iguales.

Por un pelo no ha acertado servidor con la zapatilla en los morros de su lenguaraz mascota; aunque debe reconocer que su creciente misantropía empieza a tolerar mejor su incoherente cháchara que el run run de las declaraciones de tirios y troyanos. Cada vez que servidor oye a un político (o a un economista o a un sociólogo o a un banquero) que las cosas hay que cambiarlas entre todos, y desde dentro, porque todos somos responsables, bla, bla, se representa al mismísimo demonio susurrándole al oído eso de «ven con Nos, a donde podamos corromperte hasta el éxtasis o esquilmarte hasta el tuétano» y servidor, que como Rumi estaba crudo, se coció y se quemó, no escucha ya nada que esdrujulice la realidad, y aún menos nada que la allane (sólo lo que la agudiza le interesa, y no mucho). Pero su sordera no se debe a la rectitud de sus principios religiosos, pues carece de ellos, sino a un verdadero y cada vez más profundo desprecio hacia metesillas y sacamuertos que su saludable sentido práctico le impone con autoridad cardenalicia. No hace falta haber estudiado a los patriarcas para conocer las grandes desventajas de escuchar al diablo y a quienes, como él, son capaces de mentir incluso sin enterarse. Porque los hay que no se enteran (Buenafuente, Punset, Raphael, Ferran Adrià o Carmen Posadas, cuyas antipartículas son Javier Bardem, Ignacio Escolar, Amancio Prada, Karlos Arguiñano y Belén Gopegui) y también los hay que sí se enteran pero no por los mismos motivos que el común; Botín, por ejemplo, se entera porque gana más dinero.

— Toca a un banquero y cuéntate los dedos.
— Ya ves, en eso te voy a dar la razón. Y devuélveme la zapatilla, por favor, que no soporto más esta asimetría.
— Y me la vuelves a tirar.
— ¿Ahora predices el futuro, tú también?
— No estaba prediciendo el futuro, estaba intentando prevenirlo.

Pangur, más culto de lo que aparenta, como puede verse, no es nada rencoroso, así que servidor recupera su aspecto señorialmente casero y simétrico, contempla sus pies durante unos segundos como quien hace penitencia (que no propósito de enmienda) y en un gesto rapidísimo vuelve a lanzar la zapatilla (aunque esta vez la izquierda) contra el hocico de su gato que, de nuevo, se libra por la mínima.

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