Es preciso preguntarse seriamente qué es lo que le ocurre a la Iglesia con el sexo, ¿de dónde viene esa obsesión por algo que, en principio, es total y absolutamente ajeno a lo trascendente o intrascendente de nuestra conciencia del mundo? De hecho es tal su relación con él que ya no hay forma de saber si lo condena o lo publicita mediante psicología inversa. ¿Por qué en el ejemplo puesto hace nada por el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, de esa mujer que, engañada por su jefe y en situación de precariedad, le ha otorgado a éste favores sexuales, el jefe en cuestión no parece ser merecedor de crítica alguna? ¿Por qué la culpa está siempre, a ojos de la Iglesia, en la falta de fe de la víctima? ¿Envió dios al jefe para poner a prueba la fiabilidad de la subordinada? ¡Seguro! ¡Típico de su infinita sabiduría empeñada en la verificación de lo obligado! Juan Antonio Reig Pla no se lo piensa dos veces y concluye que esto, como la homosexualidad y otras cosas en las que no puede dejar de pensar, son el resultado de nuestra debilidad ante la divina provocación de ideologías, así, en general, enviadas para probarnos Servidor no tiene la más mínima intención de defender ninguna ideología, pero ¿porqué el doctrinario se permite culpar al ideólogo? La fe debería de preguntarse en primer lugar por el sadismo radical de un dios que nos arrojó a un mundo repleto de hijos de puta a su servicio, que nos dio sexos a cambio de vasallos, inteligencia a cambio de obediencia, albedrío a cambio de alienación; de un dios que no deja de tentarnos y someternos, de probarnos y castigarnos, de jugar con nosotros un juego absoluto y trascendente para satisfacer una egolatría que lo contradice hasta el descrédito; un dios que no deja jamás de defender al poderoso ni de pedir el sacrificio del justo, ni de sembrar asechanzas al paso de sus creaturas. Si hay un plan tras un comportamiento tan gratuito, tan sádico, tan inhumano, enrevesado y tramposo servidor está condenado a no contemplar jamás el rostro del gran psicópata. Servidor necesita un poco de ideología para salvar su salud mental.
Llega un momento, en la vida de cualquiera que use sus ojos para ver, sus oídos para oír y sus pies para caminar, en que es necesario saber quién y adónde conduce la inteligencia. Lamentablemente, el hecho de que ese momento llegue no significa que lo queramos afrontar. Todos tenemos derecho a no ser héroes, para eso hemos inventado el Estado y no hay ideología que pueda obligarnos a renunciar a eso. Pero una cosa es no ser un héroe y otra rendirse. Por el hecho de no ser un héroe no deja uno de defenderse, ni se deja matar; no le da la razón al agresor quien no es un héroe, ni se deja abatir: simplemente no toma la iniciativa. Por cobardía se es víctima, pero por miedo se es cómplice. Un héroe es quien expone su reacción en el momentos más previsibles. Un héroe no suele ser un buen estratega. Un héroe es, fundamentalmente, un tonto bien intencionado. Pero nos gusta ser héroes y, por lo mismo, somos la marioneta de ciertas causas.
Y ahora que cualquier jugador profesional puede utilizar «ciertas causas» para conseguir fondos que le permitan seguir apostando en el gran casino de los dueños del mundo, el cobarde sencillamente se retira, pero el héroe entrega la cartera. Su argumento es que todos vivimos de las ganancias del juego (lo cual es sencilla y llanamente falso) como Dios vive de las oraciones (ídem de ídem). El jugador, seguro en nuestra patética percepción, se apuesta sobre nuestro comportamiento nuestro dinero. Somos dados. Antes éramos peones, lo que implica cierta dignidad, ahora somos dados y alguien debería defendernos de eso. Dios no, dios no juega a los dados.
Sin embargo la política se ha vendido al poder económico para convertirse en su charlatán de feria a cambio de las migajas. La política no está defendiéndonos, sino comerciando con nuestra confianza para sacar ventaja de nuestras pérdidas. El político no intenta evitar que se juegue con nosotros, sino que se juegue sin él. Quiere su comisión so pretexto de utilizarla en nuestro beneficio. ¿Cual? No debería ser necesario repetirlo, pero estamos perdiendo en unos años derechos y libertades que costaron décadas de lucha hasta la muerte (y servidor habla de gente que murió por nosotros defendiendo cosas como la dignidad por encima del miedo o la educación por encima de la fuerza, ni gracia ni leches). ¡Pero esos derechos, esas libertades, no son culpables de la catástrofe económica que con su abolición se pretende reparar! Los trabajadores no son los culpables. Los culpables, los que sí manejaron mal sus expectativas, los que de verdad no supieron administrarse son los que nos están robando lo poco que nos queda para salir del apuro. ¿Se equivoca un servidor, su aislamiento le ha vuelto idiota? ¿No están pidiendo (y muy cristianamente, claro) al muerto que salve a su asesino?
El crédito fluía sin investigación, sin preguntas, sin valoración de riesgo y con la garantía implícita de que el prestamista, su mera presencia, reforzaba la solidez del sistema. Hasta que el sistema cayó. Y como el prestatatario no puede responder (¿desde dónde iba a hacerlo?) se le culpa de la caída del sistema. Ya está: la culpa es de todos los que no sean un cómplice del jefe de Juan Antonio Reig Pla, quien quiera que sea. Esto es lo que hay que hacer: sufrir pacientemente para que ningún buen cristiano de calidad pierda un solo duro de su escandaloso sueldo y en consecuencia su fe. ¿Y los ricos ateos? Esos aún pueden salvarse, siempre y cuando sólo forniquen fuera del matrimonio y en secreto con prostitutas inmigrantes y claramente malintencionadas y oscuras.
Deberíamos haberle puesto freno a esto hace muchos años. Deberíamos, hace mucho tiempo, haber declarado a España estado laico y deberíamos haber vigilado mejor la salud mental de nuestros representantes y considerado muy seriamente ciertas complicidades porque ahora resulta que, dentro de poco, la víctima deberá pagar de su bolsillo al policía, al abogado y al juez o se quedará sin justicia y será condenado y deberá pagar de su bolsillo o del de sus familiares el alquiler de su celda; el ciudadano deberá pagar, al margen de impuestos, para ser atendido de cualquier dolencia y deberá pagar para recibir la educación elemental. Pero la Iglesia (gracias a su buen criterio a la hora de hacer amigos) seguirá recibiendo su dinero directamente de los presupuestos del Estado, como los políticos, a cambio de traicionar su ideología y su doctrina y todo lo que amenace su chiringuito; y los bancos nunca quebrarán hagan lo que hagan en sus elegantes casinos autorregulados hasta la idiotez. Haber votado muerte. Recuerda: el sexo es algo tan sucio y tan mezquino que sólo debes practicarlo con la gente que amas con permiso de dios (¿quién dijo eso?). Si tus hijos son el resultado de una unión no santa, la Iglesia se reserva el derecho a traficar con ellos.
Ahora se va a atrever el gobierno a abordar la reforma de los servicios públicos -léase sanidad y educación- y de nada va a servir que le recordemos que prometió no hacerlo. Ha ganado por desbordamiento. Tampoco es importante que las medidas no funcionen, ya que no se trataba de eso sino de que funcionen para los grandes capitales. Si no se invierte en España a nuestros grandes empresarios les da igual, ellos tampoco lo hacen. Lo ideal sería que a nuestros políticos no se les notase el farol, pero si se les nota no pasa nada: pagaremos los pobres mortales con la alegría que da saber que así podremos evitar que alguien tenga sexo fuera del matrimonio. Lo importante, lo fundamental es que nadie pueda hacer nada gratis y que los ricos puedan seguir cobrándote por no haberte matado. Pero tú, ten fe.
Servidor se pregunta cuándo vamos a romper la baraja; porque el juego es un juego sucio, perverso, que sólo va a salvar a quienes deberían haber quebrado hace años. Sospecha, a estas alturas, servidor, que abandonando el barco en su momento y permitiendo el enjuiciamiento y la caída de algunos bancos y cajas nos iría, a los pobres mortales, materialmente mejor y psicológicamente mucho mejor; aunque los ricos se hubiesen asfixiado en la medida de sus delitos. No se habría perdido menos, y nuestro suelo sería más firme. Sólo quien crea en dios se salvará, dicen; pero sólo quien no crea nos salvará a todos.
Muy pronto, antes de que nos demos cuenta, será abolido el derecho a la huelga, y Juan Antonio Reig Pla lo celebrará desde el púlpito porque es de todos sabido que la huelga se hace sólo para aprovechar el día incitando al sexo a nuestros jefes, aún no pervertidos por la ideología, por pura maldad. ¿O es que aún hay quien no sepa que los trabajadores son intrínsecamente perversos y que el infierno alimenta su fuego con los cubos de basura quemados por los jóvenes antisistema? ¿Qué prefiere, señora, perder a su nieto o perder su alma? Porque estamos muy cerca de que la pregunta deje de ser retórica.
Señores y señoras del gobierno, señores y señoras de la oposición, señores y señoras de la Iglesia, señores y señoras de la banca, señores y señoras de la prensa y de la cultura, son ustedes una desgracia incapaz de solucionar el problema al que se enfrentan, pero prefieren el caos antes que perder el poder o correr el más mínimo riesgo. Son ustedes esclavos de intereses espurios y mezquinos, cobardes e insolidarios. Son ustedes un fraude, y lo saben. Y saben que todo esto no conduce sino a la idiotez que sea y en la que aprenderán a moverse como siempre lo han hecho. Ustedes han traicionado a la inteligencia y al progreso, y han mordido la mano que les da de comer y, aún así, se salvarán, seguro. Servidor prefiere condenarse a darles un sólo minuto más de margen. Van a tener que esforzarse mucho para torcer la voluntad de un futuro cuyo refugio es aflicción y cuya realidad se acomoda fuera de sus resúmenes.
Pero es cierto que masacrando a los héroes, cuya exposición es tan obvia que justifica su represión, y esperando pacientemente que quienes no lo son acaben dejándose corromper tienen garantizado su chiringuito los apostantes. En eso aciertan: no hay una idea, una actitud, un deseo lo bastante fuertes como para oponerse al gran juego. Y en eso (al mismo tiempo) se equivocan porque el poder, el premio, por lo que servidor tiene observado, es practicar sexo y consumir cocaína y disfrutar de lo bueno y cosas así que servidor, sin poder alguno, ha hecho tranquilamente toda su vida. El poder de transgredir la ley lo tenemos todos. Así que el único poder verdaderamente constatable y real es el de ser un hijo de puta a pesar de bajito. El poder es el poder de estafar. Ya está bien. Ya está bien.
Ustedes saben que este viaje no lo estamos haciendo para que mejore la situación económica general, sino para que ni un sólo euro sea gestionado en el futuro por nadie que no sea un hijo de puta. Juan Antonio Reig Pla lo sabe, pero su presupuesto está a salvo, y sus colegios libres de conflictos y su horizonte emborronado tan sólo por la algodonosa y esporádica voz de quienes no son capaces de entender que los hijos de puta los manda dios para probarnos. Como buen eclesiástico, sabe que el poder es así: se demuestra haciendo daño para conseguir lo mismo que cualquiera podría conseguir si el mundo fuese más justo. El poder es el poder de pecar, lo que alegra la vida de los tarados y la razón de los incapaces. Debería de ser representativo, pero es representación. El gran secreto del poder es que no existe, y llega la hora de hacérselo saber. En el país de los ladrones, que es el cielo del capitalismo, la casta de Juan Antonio Reig Pla no declara los sueldos de sus esbirros a hacienda, no paga impuesto de transmisiones, no paga impuestos por actos jurídicos documentados, no paga impuesto de sociedades, no paga IVA, no paga IBI y no paga IRPF, porque hacerlo estorbaría su misión sagrada consistente en luchar contra las ideologías por caridad y, sobre todo, en luchar contra la invitación al sexo que toda ideología oculta en su maloliente manga sin caridad. Vale, también hace cosas como dejar que los niños se acerquen a él. Se lo hemos permitido, como a tantos de su pandilla, aún notando su obsesión enfermiza con el sexo y su extraña manera de mezclarlo con la ideología. Se lo hemos permitido a sabiendas de que, como tantos de su pandilla, es un tipo que no ha pensado nada de lo que dice, que no sabe de lo que habla y que lo único que tiene en la cabeza es el gran peligro que las vaginas y culos suponen para la salvación de los hombres. Sale en los periódicos porque es Semana Santa, porque no hay noticias, porque los periodistas se aburren, porque lo que dice es importante para entender lo que no pasa o porque ha hablado de sexo y estamos lo suficientemente entrenados como para responder sin dudar. El sexo, el sexo, el sexo, el sexo, esa guarrada que dios -que afortunadamente tiene quién le defienda en la persona de Juan Antonio Reig Pla- inventó, según parece, sólo para jodernos.