Para decir algo nuevo sobre la estupidez política debemos, primero, asumir que adentrarse en un terreno tan competitivo, biunívoco y contagioso no es tarea de la que se pueda salir indemne sin observar ciertas prevenciones. Hay que parar. Hay que disponer de tiempo y de paciencia y utilizarlos para dejar de defender ciegamente lo que sea que el partido favorito defienda y de criticar ferozmente lo que sea que el partido contrario defienda. Para decir algo nuevo sobre la estupidez política, devenida ya en política de la estupidez, hay que esforzarse y dejar de escuchar a cualquiera que asegure que lograr la mayoría suficiente para obtener representación requiere, según lo certifican multitud de pruebas y repruebas, una dosis de estupidez entre elevada y elevadísima, y que lograr la mayoría absoluta exige dosis casi sobrehumanas.
Así: Sánchez no fue lo bastante estúpido como para darle a Iglesias un manojo de ministerios buenos (los hay malos), Iglesias no fue lo bastante estúpido como para no consultar a sus bases una decisión con la que pillarse los dedos, Rivera no fue lo bastante estúpido como para sostenella y no enmendalla, Casado no fue lo bastante estúpido para aceptar un liderazgo de la oposición que le permitiera redefinirse lejos de la corrupción y de la ultraderecha, Errejón (recién llegado) no ha sido lo bastante estúpido como para mostrarse menos duro de cerviz y cocerse en un mutismo impuesto pero bien remunerado, etc…
Y el debate: todos los argumentos tienen, por exigencia de un guión postmoderno de autoría desconocida, un pie en eso que en la universidad llamábamos contra crítica burguesa (y tú más), o con lo que llamamos ahora «poner el ventilador», que es trabajar para demostrar que el candidato enemigo no es ni de lejos tan estúpido como el nuestro.
— No nació liberal.
— Ha hecho un gesto con el dedito que le ha costado seis votos, por lo menos.
¿Y los cambios de partido? Hay que ser un estúpido con mucha sangre fría para criticarle a alguien su cambio de partido en el mismo mitin en el que se pide a los electores ajenos que cambien su voto. De hecho, quien haya sabido leer entre líneas los mensajes de campaña no albergará dudas: los de Ciudadanos tienen que votar al PSOE, los del PSOE a Unidas Podemos, los de Vox al PP, los del PP a Vox, los de Unidas Podemos a Más País y los de Más País al PSOE.
Pero sobre todo, es que si no eres estúpido, dicen los expertos, o al menos eres lo bastante poco estúpido como para pensar que nuestro problema es no haber podido enfrentarnos al chantaje catalán (por implicados) o no creer que salvar España es ahora más importante que la educación de tus hijos o la salud de tus padres, no eres un patriota. Alguien ha dicho (y si no es así, debería) que el problema catalán existe porque no hemos metido en la cárcel a «otros» que no son los «políticos presos», esa es la verdad, como lo es que cualquier sociedad democrática prefiere a los millonarios que pagan sus impuestos en casa que a los que hacen donaciones (de hecho son más rentables). Pero si dices la verdad y luego votas, demuestras que no eres lo bastante estúpido como para quedarte en casa, que es lo que los verdaderos patriotas deben hacer cuando, por lo que sea, son de izquierdas.
— Intentar convencer a gente que no es estúpida no es parte de la campaña electoral. La gente que no es estúpida es basura elitista desde que las campañas están en manos de los gurúes de la razón mediática. Y la razón mediática dice que los votos, como los índices de audiencia, son dinero.
Servidor no nació liberal, ni comunista, ni siquiera catalán o heterosexual o escritor y espera que los partidos en liza le muestren por qué debe votarlos; no por qué debe odiar a otros, ni por qué debe sentirse mal si piensa que el 155 permanente en Cataluña o arrestar a Torras, o a Puigdemont son cosas sencillamente imposibles de aplicar en un estado democrático, es decir: cosas que los líderes, metidos en harina, no prometen porque puedan cumplir (no pueden) sino para demostrar que son lo suficientemente estúpidos como para alardear de cañoneros y ganar por goleada. Trump lo hizo. ¿Por qué no ellos?
Supongamos por un momento que somos un país con problemas, es decir: un grupo de personas que se han constituido en Estado bajo la promesa de una defensa común, solidaria y justa. ¿No deberían de preocuparnos la economía, el cambio climático, la educación?, las pensiones? ¿No sería posible encontrar un partido que, con imaginación, nos ofreciese seguridades tales como una auditoría de la deuda, una renta básica, un diseño económico solidario y ecológico, una educación objetiva, una asistencia sanitaria real, cercana y gratuita, una constitución bajo la que sentirnos seguros?
Porque, teóricamente, esto va de qué necesitamos en el mundo real.
Teóricamente, porque en la práctica, va de qué tan estúpidos podemos volvernos.
— Rebota, rebota y en tu culo explota.
Acusemos a nuestros adversarios políticos de cosas tan estúpidas como procurar un cargo público, al contrario que nosotros que gobernaremos mediante la pura elocuencia. Hagamos ver a los más jóvenes que la mejor forma de cambiar el mundo sin ser tachados de oportunistas es desde el sofá de un consejo de administración en una multinacional petrolera.
Hay que reflexionar, pero no un solo día.
En lo sucesivo (que podría ser a renglón seguido) deberíamos de intentar escapar de este circo en el que nadie es inocente. Deberíamos de poder estudiar y discutir los programas, cerrar los compromisos y condicionar nuestros apoyos como si hablásemos en serio de los intereses comunes, o sea: de todos. Lo demás es jugar bien un juego que no jugamos, ser el más estúpido en el gran campeonato. No es vieja política, no es nueva política, es lo que siempre fue, y «lo que siempre fue» no nos beneficia.
— ¿Y eso… se arregla votando?
Votar (además de servir para rentabilizar –había escrito «potabilizar»– lo que nos cuestan las elecciones) debería, en efecto, terminar arreglándolo; conque deberíamos hacerlo aunque nos incomode acudir, otra vez, a otorgarle, otra vez, nuestra esperanza a unos representantes poco dados a respetarla (ya nos ocuparemos, si hace falta y no nos hemos vuelto definitivamente estúpidos, de reafirmarnos en las tribunas de calles y plazas). Porque si no es así, si no lo frenamos en las urnas, nos veremos muy pronto obligados a escapar de las virulentas babas de un fantasma demasiado poderoso y estúpido y otra vez poderoso. Y va a ser un mal viaje, un largo camino de sufrimiento.