A toro pasado, mira servidor esa fotografía del individuo que, con un (su) bebé en el brazo izquierdo, supera diestramente a capote a la vaquilla herida. Supone que si la imagen está en el periódico es porque alguien creyó que era representativa, o metafórica, o morbosa. Ahora piense el espectador de qué es representación o metáfora y acepte eso por disparatado que sea. ¿Qué significa? Si su respuesta es algo así como «el alma española», o «la cuna del arte», no sabe leer imágenes y, por tanto, está usted incapacitado, estimado lector, para interpretar no sólo esa imagen sino cualquier imagen ya sea informativa o artística que no sea, simplemente, morbosa. ¿Qué contiene una imagen en la que un cachorro de toro sangra bajo la superioridad de un humano disfrazado de padre? El torero ignora que es trasunto del poder que lo usa. El toro, ignora que lo es del sometimiento que se espera de un animal distinto, el animal humano. El bebé ignora que hace las veces de estoque, y que su padre lo explota.
Natural. Si fuera eso.
Lo que realmente contiene la imagen de marras es a alguien que ha tomado en brazos a un bebé real mientras torturaba a un cachorro real. El acto en sí no dice nada sobre el espíritu de sociedad alguna, el acto en sí carece de significado y cualquier consecuencia derivada del mismo será, por grave que resulte, inane. Un segundo después de haber sido tomada, puede morir el torito, el bebé o el torero y cualquiera de los tres habrá muerto por nada.
La mirada, sin embargo, no carece de intención. La mirada puede negarse con desagrado a imaginar el movimiento fatal que la imagen congela, o puede disfrutar de la chulería de la ignorancia, recrearse en los tópicos de siempre. Fallidos: porque ni el triunfo sobre la naturaleza es ya un asunto que podamos celebrar, ni la bestia es simbólica, ni el ruedo es el universo. Si usted experimenta alguna clase de disfrute, intelectual, sexual, estético, contemplando esa imágen, es usted un enfermo.
Félix Rodríguez de la Fuente: «Es asombroso que exista un público que disfrute y sienta placer viendo como un hombre mata a un animal en la plaza de toros. La mal llamada fiesta nacional es la máxima exaltación de la agresividad humana».
No, el toreo no es metáfora ni viva ni muerta; es literal actuación, demostración de incultura.
Tampoco protege al toro de su extinción (¡qué monserga!), al menos mientras una gran mayoría siga consumiendo carne porque, le pese a quien le pese, la raza bovina de lidia resulta tener un brillante futuro en la producción alimentaria de calidad. Tan es así que el Ministerio de Agricultura ha autorizado, hace pocos días, el uso del logotipo “Raza Autóctona” a la Federación correspondiente. No hace falta morir en la plaza para ser admitido.
Las corridas de toros no tienen más razón ni corazón hoy que ayer; pero ayer éramos más burros. Quizás no todos, pero sí muchos. Hoy se va usted quedando solo.
Cambio de tercio: servidor no puede evitar sonreír mirando esa otra fotografía, definitivamente más significativa que metafórica, en la que una política sorprende a sus colegas llevando a su bebé a una sesión de la cámara. Se llama Hanne Dahl, es danesa; ¿o se llama Licia Ronzulli y es italiana? No está seguro servidor. De lo que sí está seguro es de que si se hubiese llamado Carolina Bescansa, y hubiese sido española, alguien le habría afeado la imprudencia de llevarse al bebé al trabajo en vez de dejarlo en la finca, toreando con su padre, como hacemos todas.