No comparten nada el Procés y la autonomía leonesa, está claro, tanto que se puede tachar de ignorante a cualquiera que lo insinúe sin incurrir más que en una falta de tacto, pero ambas situaciones conllevan un riesgo de paralización o arrumbamiento de las actuaciones públicas más urgentes y delicadas, un deslizamiento de lo ideológico a lo sentimental, de la reivindicación a la afirmación, un desigual intercambio de paz social por cohesión patriótica que no tiene el mismo alcance en un caso que en otro, pero que en ambos obliga a una demora del objetivo realmente valioso.
En distinta medida, también, suponen el disimulo de un fraude que las excede. Pero es, este último, un terreno en el que es mejor meditar que aventurarse. Al grano.
Ahora que el gobierno de coalición nos deja huérfanos de una oposición de izquierdas capaz de oponerse a un poder cuyo interés por perpetuarse notaremos muy pronto en forma de llamamientos a la paciencia y de persuasivos discursos sobre la virtud de la docilidad, resucitar las pretensiones autonómicas resulta ser una buena maniobra de distracción, una píldora de esperanza a la violeta que nos mantendrá ocupados y que nos tragaremos sin rechistar. Una cosa es segura: la «cuestión territorial» comerá y cenará en nuestra mesa más a menudo de lo que la privacidad aconseja, y durante más tiempo del que su solución requiere.
Más si ha de hacerse (y sin duda ha de hacerse –que nadie malinterprete el sentido de cuanto aquí se expone– aunque no porque a algunos políticos les de tema para fingirse vivos) ha de ser desde la máxima participación ciudadana, desde el respeto a todos los agentes sociales y tras una discusión en profundidad que termine en la elección de un órgano negociador fruto del consenso. ¿Qué ganaría el Bierzo en una hipotética autonomía leonesa? ¿No debería la representación pertinente estar, desde el mismo momento de su constitución, esperando ofertas?
¿Obtendría la comarca el estatuto de provincia?, ¿le conviene?, ¿ganarían en presupuesto sus corporaciones y en capacidad de decisión sus entidades?, ¿se vería beneficiado por una política de industrialización respetuosa con el medio ambiente que le permitiese prescindir de muertos como Cosmos o futuros cadáver como Forestalia?, ¿contaría con una red de comunicaciones físicas y virtuales a la altura de su necesidad de desarrollo?, ¿se garantizaría la atención gratuita a su salud y educación? A tenor de las respuestas a estas y otras preguntas de índole materialista, los negociadores responderían con una campaña en un sentido o en otro.
Claro que la representación negociadora (berciana, leal) no deberían de poder ser manipulada por los intereses de ningún partido provincial, autonómico o nacional. Aún siendo extrínsecamente política debería ser intrínsecamente independiente.
Si va a pasar (pasará: pues nada desea más un político que la fórmula capaz de encandilar a la gente sencilla) es mejor que el problema nos alcance confesados, discutidos, organizados y con las ideas claras.
Depender de una administración o de otra debería de ser, para el Bierzo, una cuestión de transversalidad interna en tanto oportunidad de crecimiento, debería de permitirle dejar de representar ese papel de territorio al que corromper para ganancia ajena. Por lo mismo, deberíamos de plantearnos nuestra posición desde un punto de vista práctico: demográfico, social, ecológico, diferencial en un sentido cualitativo del término. Hacer valer la identidad autonómica por encima de las necesidades e ignorar el valor de nuestras reclamaciones comarcales a cambio de una mera satisfacción simbólica, ahora, sería arriesgarnos, en el mejor de los casos, a quedarnos como estamos.