Es obvio que no se van los mejores, sino todos en cierto orden, de modo que lamenta servidor la muerte de los extraños por cortesía, siempre, y, en la medida que su humana condición le impone, sinceramente; pero cada vez le da por pensar, como a cualquiera, sobre la muerte de los famosos, cosas como vanitas, vanitatum et omnia vanitas, el muerto al hoyo y el vivo al bollo, pues no era tan mayor o todavía tenía cierto sex-appeal. Por pasar el rato, servidor ha recortado e intercambiado las cabecitas de Sarita Montiel y de Margaret Thatcher en todas las fotos de las que ha podido disponer. El resultado ha sido esclarecedor; lo suficiente, al menos, como para que servidor se inclinase definitivamente por pensar que no somos nadie; a continuación, quizás a causa de una reacción al pegamento, le ha entrado un terrible ataque de caspa.
Sin embargo ha evocado servidor a uno de esos amigos de la mili cuyo nombre no recordamos pero cuya proximidad en la adversidad nos iluminará siempre, que afirmaba que en español «sex-appeal» se tenía que decir «puterío», y ponía el siguiente ejemplo: «Sarita Montiel tiene mucho puterío». Porqué le ha pasado eso a servidor no necesita ser explicado a lectores tan avispados como ustedes, pero es que además viene a cuento de que hay épocas que no se mueren nunca, ni aunque se mueran sus protagonistas. Ni el montielismo ni el tatcherismo han muerto. Y Margaret, para decirlo todo, tenía, a su manera (intelectual), tanto puterío como Sarita a la suya (física). Ninguna de las dos fue buena en su oficio, aunque la prensa haya decidido otra cosa; pero las dos tendrán su homenaje «popular».
— Abunda, por favor, en eso del puterío, que no acabo de entenderlo.
No es fácil transmitir algunos conceptos a un gato sin parecer idiota, y más aún cuando el entorno, acostumbrado a no llamar a las cosas por su nombre sino a decirle controlador al matón de discoteca, interés al lucro, posteridad al culo, inversionista al logrero o finiquito en diferido al contrato legal, percibe cualquier eufemismo como definición literal. Digamos que servidor, haciendo suya la expresión de su inolvidable y circunstancial amigo, usa puterío para dar cuenta de una cualidad erótica tan difícil de definir como cualquier otra idea abstracta, pero que si tuviese nombre no se pronunciaría en los salones elegantes. Una de esas palabras que, como ciertos números, se introducen en la ecuación irresoluble (o, en este caso, en la frase) para resolverla y que, luego, sencillamente se quitan.
Mauro Rodríguez Estrada, autor de un diccionario de eufemismos que, seguramente, ya esté obsoleto, recuerda en su prólogo al mismo que «las personas disfrazan las cosas que más temen y se abrazan con pasión al eufemismo individuos e instituciones, sobre todo los que tienen mucho que ocultar; tanto, que el uso excesivo de eufemismos viene a ser síntoma de una sociedad enferma o tortuosa y maquiavélica».
— Pero la realidad se empieza a parecer a sus eufemismos: un contrato ya no es más que un finiquito en diferido, después de todo, dice Pangur.
— Le ocurre a los eufemismos: con el uso se convierten en expresiones legítimas y, en algunos casos, generan nuevos eufemismos. Recuerdo a un niño que para no decir pí-pí, decía pe-i, pe-i.
— ¿Y si escuchaba la palabra pis?
— No la entendía.
— Curioso. Pero sigue con lo del puterío.
— El ministro Montoro, por citar sólo a personal del gobierno (para no ofender a nadie), posee un puterío claramente montielista, mientras que Guindos es definitivamente tatcherista. Sólo hace falta emparejarlos mentalmente para darse cuenta.
— Pero si me imagino la foto de Montoro con Tatcher tampoco me rechinan tanto.
— No, pero parecerían españoles.
— Es verdad. Y Guindos con Montiel… parecerían turcos. ¿Hay un puterío turco, Suñén?
— El puterío turco, Pangur, es uno de los puteríos más importantes del mundo conocido, casi tanto como el español.
— Ah! ¿Y si quito a Margaret de la foto con Ronald y pongo a Sarita?
— No hay química.
Este gobierno nuestro es montielista de corazón y tatcheriano de mente. Por eso legisla en nombre del liberalismo y nos reprime en nombre de la libertad. Eso no significa que este gobierno padezca algún tipo de bipolaridad. Sarita era una de esas personas de derechas que vivió como si fuera de izquierdas gracias al autoritarismo con el que imponía su libertad, mientras que Margaret era una egoísta autoritaria gracias a la libertad que le permitía la democracia. Para los tatcherianos Sarita Montiel era la mujer fronteriza, la tentación ideal, el descanso del padre ejemplar; para los montielistas Margaret Tacher era un hombre de estado, un político cuyas ideas nunca se dormirán (Rafael Bardají, director de Política Internacional de FAES, entre otra cosas, dixit) y, sobre todo, un valiente patriota, el azote del hijo díscolo. La derecha española siempre ha oscilado entre el puterío pastoril y el guerrero, igual que la izquierda lo ha hecho entre el puterío guerrillero y el pastoral.
— ¿Y tú?
— Le he puesto la cabeza de Margaret Tatcher a La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix, y, dejando a parte la estética, no me encaja; la de Sarita Montiel le va mucho más. Pero es posible que me esté dejando llevar.
— Es posible. ¿Qué es la mili?