Hace tiempo que la idea de respeto por el pasado, la tradición de valor -pies, ¿para qué os quiero?- ha sido desprestigiada por ese no-futuro que tan románticamente versifica el progreso so pretexto de garantizarnos una vida de canto. No de canto rodado, o de cigarra, que era el estilo anterior, sino literal, egipcio.
Sólo que la cigarra ha perdido el derecho a un hedonismo que, hasta ayer, era casi un hedonismo ético (pues la cigarra no robaba a nadie, ni abusaba de nadie, ni llevaba sus excesos más allá del repetitivo himno a la vida que la caracteriza). A la cigarra moderna le espera un final impredecible pero inexorable: morir entre las páginas de un sumario constante.
Y es que el pasado sólo tiene futuro cuando el destino tiene tiempo para hacer su trabajo. Entre uno y otro vigilaban de cerca (hasta convertirla en sólida y merecedora empresa) la inestabilidad de un progreso que, hoy por hoy, amenaza con devorarnos como un frío y sucio y cabezota monstruo. Piensa esto servidor desde la casa de Magaz de Abajo, cuyos oídos están cerrados a todo lo que no sea el trajinar de Raquel, o su silencio, o la mezcla de ambos.
Aquí el pasado y el futuro y el viento todavía nos rodean, y el pulpo a feria y las nuevas industrias conviven sin estorbarse. Entiéndase: aquí, como en todas partes, las cosas no ocurren por decisión de los dioses, al contrario, también aquí el acontecer es fruto de un falso pacto entre la naturaleza y la necesidad del que los hombres son los últimos responsables, Aquí también el progreso lo justifica todo. La diferencia es que aquí no leer el periódico, no ver la televisión, no consultar las cuentas del banco, no significa dejación ni absentismo. Al contrario, aquí, aunque se sabe que en el mundo grande no pasa nada que, antes, no haya pasado en el pequeño, se actúa bajo la premisa de que la sobre-explotación de los recursos nos hará libres como a la gente del mundo grande. Lo cual es falso, ya que la sobre-explotación de estos recursos hace libres a los de siempre, pero aún así cualquier protesta contra la deforestación, la minería a cielo abierto, los vertidos o la construcción desproporcionada se vuelve una protesta contra la calidad de vida. Por eso, aquí, el progreso hace sus experimentos sin oposición alguna.
– ¿De qué escribes?, quiere saber Raquel antes de irse al Instituto.
– De bosques, plazas públicas, paseos arbolados…
– Ya te leeré más tarde, cielo.
Más tarde, o mañana. Mañana lo soporta todo, incluso la tragedia cigarresca y vigesimal de haber saludado, celebrado y ascendido al progreso antes de que el mundo tuviese tiempo para sacar la navaja. Algo que por aquí nos preocupa muy poco, como decía. Aquí hace siglos que el destino se piensa en términos de fatalidad, la identidad en términos de actitud, el tiempo mirando al cielo y el progreso mirando a otro lado, a la egipcia.