Terminaba servidor su anterior comentario señalando lo absurdo de achacar a los indignados una supuesta fractura de la izquierda española cuando, durante la campaña, todos los partidos se cuidaron muy mucho de mencionarlos (al menos explícitamente). Es necesario que el PSOE se pregunte por qué ha ocurrido lo que ha ocurrido, pero que se ofrezca a sí mismo una respuesta tan pequeña, tan pequeña, es lamentable. ¡Los indignados! Pero ¿qué es un indignado?, ¿quién es un indignado? ¿Le parece a usted que servidor es un indignado?, ¿acaso no lo es usted?
— O yo.
— Eso: ¿o mi gato?
Todos hemos estado indignados en alguna ocasión y por distintas causas. No es nada raro. Pero un día, quizás, empezamos a percibir cómo la indignación se condensa y empaña nuestras legítimas aspiraciones. Y no nos resulta demasiado difícil encontrar el conjunto de malas prácticas, consentidas e incluso alentadas por el sistema, que producen ese efecto. El indignado esporádico se siente entonces definido como víctima necesaria, permanente. Semejante condición es suficiente para que el verbo «ser» quede capacitado para entrar en escena relevando de sus funciones al ya impreciso «estar», lo que hará sin necesidad de que firmemos declaración vinculante o solicitemos patente alguna. Si es eso lo que le ha ocurrido, entonces usted es un indignado como la duquesa es rica (no porque la duquesa sea rica).
A partir de ese momento, usted podrá desencantarse y rendirse disolviendo su incipiente conciencia en la resignación más tradicional, como hacen muchos, calmando su necesidad de respuestas a través de un sinfín de preguntas pequeñas, o sacarle partido a su nueva condición adoctrinando a otros en eso que usted mismo no va a atreverse a hacer nunca (servidor no pondrá ejemplos), o podría actuar.
Si decide actuar deberá, primero, enfrentarse a la percepción distorsionada de su intención, a la manipulación de su empeño y al cambio radical del discurso en su entorno. Los mismos que ayer le recriminaban su inacción le rogarán ahora que delegue sus cuitas en manos de los expertos, olvidando (o fingiendo ignorar) que «los expertos» eran precisamente una de las principales fuentes no sólo de su malestar, sino también de su pasividad. Luego deberá enfrentarse al descrédito mejor o peor orquestado desde los cuarteles de un inmovilismo no tan viejo y, enseguida, a la represión.
En ese momento descubrirá que el ejercicio de su nueva definición pertenece al ámbito de la resistencia y, si sortea el omnipresente fielato de los partidos y consigue pasar a la acción, se volverá útil a pesar de los inevitables «amigos» que le salgan al paso (de esos ya aguantaba usted antes unos pocos ¿verdad?).
Lo cierto es que servidor tiene que remontarse a los primeros días de la transición para recordar una ciudadanía tan reflexiva y tan viva, y no puede dejar de advertir la cantidad de cuestiones (echen ustedes la cuenta) que no estaban precisamente «en la calle» antes de que los indignados se tomaran la molestia de señalarlas y explicarlas. No es poco el trabajo realizado ni pasajero el aprendizaje social, el cambio de mentalidad que, para muchos, está suponiendo la presencia en el foro de ciertos movimientos. El poco interés demostrado por el poder para luchar eficazmente contra el fraude fiscal o la falta de freno a los juegos financieros son asuntos de los que se habla sin complejos en los círculos más variados (por no hablar de la ley d’Hondt o de la dación en pago). El deseo de contemplar ajustes y mejoras en dirección a una mayor transparencia, a una gestión con la mirada puesta realmente en el bien común, a una legítima participación ciudadana está tan generalizado que ya hemos visto a algunos pinchapeces presentarse a las elecciones sin más programa que un puñado de consignas oídas en la calle (servidor tampoco pondrá ejemplos).
Claro que a estas alturas nada sorprendería a un servidor que el poder respondiese violentamente a las intenciones de cambio. Pero si tal respuesta llegase efectivamente a producirse sería porque el gobierno democráticamente elegido por los españoles se habría quedado en vino de primer reo. Esperemos que no sea así, que lleguemos al poso con buenas formas y a su debido tiempo.
— Mira que hacéis tonterías los seres humanos, dice Pangur bajándose de las rodillas de un servidor y retomando su lectura de la última novela de Ruiz Zafón.
Lo importante, tras un proceso que acaba de desembozarse en el mismo punto y situación en el que se había embozado (estamos como estábamos y estamos como estaríamos de no haber aceptado los consejos ajenos, que nadie se engañe), y que ahora soporta una urgencia pasiva a la que no conviene entregarse sin templanza, es responder las preguntas correctas, las preguntas grandes.