Podríamos enunciar, a modo de irrefutable axioma (valga el pleonasmo) que si una verdad y una cabeza chocan y suena a hueco la culpa, invariablemente, será de la cabeza. Y sin embargo eso no significa que no vivamos permanentemente ocupados en la discusión que el tambor nos impone ya que las verdades vacías son necesarias para que las cabezas huecas no queden en evidencia. Como hay más cabezas huecas que verdades (algo que el abajo firmante no necesita demostrar, o sea: otro axioma) su mayoría suficiente impone la discusión que mejor satisfaga su enorme hambre de grandes dificultades sin grandes dificultades. Así leemos, por ejemplo, que Islandia han conseguido lo que en el Bierzo fuimos incapaces de hacer: soterrar CO2. Que lo de Islandia sea un prodigio de dudosa rentabilidad a medio plazo ni se pone en duda ni importa, que para lograrlo se precise una cantidad de agua por segundo que aquí no reuniríamos en un año y que el planeta precisa urgentemente para otros menesteres, tampoco. Pero sirve para que algunos opongan sus triunfales fogueos científicos, económicos, sociales y (obviamente) políticos a otras cornamentas no menos decorativas. Así se sirve, así lo consumimos.
Decía Marcel Duchamp (cuya cabeza no estuvo vacía ni un segundo) que el primero en coparar a una mujer con una flor fue un genio, pero el segundo un imbécil.
Como la relación de esta aparente digresión erudita con el asunto de marras es evidente prescindiré de explicrla, pero sí diré que sospecho que hay ya mucha gente en el Bierzo un poco cansada de esta resurrección permanente de ideas muertas con que la prensa (a su pesar, en muchos casos) nos invita a desayunar un día sí y otro también, colaborando a construir una falsa identidad al servicio de lo que sea, pero no del Bierzo.
En el Bierzo sabemos de sobra que hay capturas (no sólo de CO2) que hace ya muchos años que carecen de caladero, y que enseñar a nadar a los pescadores empeñados en ellas sólo sirve (como recordaba mi amigo Plácido Martínez en cierta intervención radiofónica al respecto del carbón –autóctono, natural o mezclado– y su futuro) para prolongar la agonía del inevitable naufragio. Sabemos que hay que pensar en otras direcciones, buscar verdades sustanciadas, no desenterrar más tópicos. También sabemos que, a veces, un naufragio es un buen negocio. Sabemos bien, desde el P.P. a Podemos, los latines del mal menor.
Las vías de desarrollo de una región como el Bierzo están en su producción agrícola (lo que no significa convertirla en «Agrolandia» como ya quieren algunos cabezas huecas), en su patrimonio arquitectónico y natural, en su desarrollo saludable, en su belleza posible y limpia, en su clima y en su posición estratégica. No soy realista (lo sé, lo sé) pero es que el futuro y la realidad son cosas distintas. El futuro es de los ricos si somos realistas.
El otro día vino a verme una periodista desde Madrid. Ese día no se veía, a través de la ventana, la columna de humo (nunca lo suficientemente alejada de Magaz de Abajo) de «la térmica», recordándonos a modo de cita bíblica la necesidad orgánica de las verdades vacías frente a la pretensión egoísta de la felicidad. Por eso, lo primero que hizo después de saludar al perro, entrar en casa y beber un trago de Guerra Reserva Rojo acompañado de unas castañas (desgraciadamente pagadas a precio de oro este año por culpa de algunos cabezas huecas que achacan a las inclemencias los imponderables de su mala gestión) asadas por Raquel con un sentido del tiempo que envidiaría el mismísimo Stephen Hawking fue tachar su primera pregunta: ¿Por qué vives aquí?