Acabábamos de comer una sopa de tomate a la portuguesa y unas chuletas, y se puso servidor a pensar, apurando el culín de un Selección Especial 2001 de Abadía Retuerta (bueno, bonito y barato) que hay gente que ha vivido varias vidas con un solo empleo y gente que ha vivido una sola pluriempleado y gente que no ha vivido ninguna, lo cual excluye totalmente el trabajo entendido como esfuerzo no deseado. Y que éstos últimos (por lo mismo) suelen estar los primeros en todas las rifas, por si les sonríe alguna moda; aunque les venga grande como a ese escritor, o a ese noble, o a ese torero, o a aquel prelado.
– Y también haylos que se atronan por heredar la avaricia.
Era el tío Jesús, que venía a tomarse un café después de su siesta. O sea: a nuestra hora del café. Y a echar una mano. Un pollo atronao es uno que no ha querido salir del huevo.
– ¿La de los pobres o la de los ricos?
– La avaricia no sabe de clases.
Raquel nos sacó la cafetera (que al final no tocamos) y nos recordó que había tajo para los tres.
– Hay tajo para veinte.
Apuramos. La tarde dio para limpiar los rosales (Raquel), desbrozar el espino blanco de la entrada de la huerta y restaurar la gigantesca enredadera que tiró el viento hacía tres o cuatro noches (servidor), limpiar las regueras (tío Jesús), cortar un par de enormes ramas lamentablemente secas (manzano y melocotón) y hacerlas leña (los tres). Ya casi sin luz plantamos un poco de hiedra en las partes más desnudas del maire y regamos a conciencia alternándonos con los utensilio a propósito.
Acabamos cansados y magullados. Al fresco de la mesa de piedra recién lavada, abrimos otra botella de vino, para acompañar unas cerezas de casa. Raquel alargaba la mano, de vez en cuando, y hacía como si las rozara con los dedos, sonriendo. Le gusta especialmente a un servidor ese gesto, que repite siempre que algo le hace feliz, ya sea un cuadro al óleo o, como ahora, un plato de cerezas nuevas, relucientes y de un rojo que combina a la perfección con el vino. Se había levantado un viento suave, refrescante.
– Hay que joderse, se reía el Tío Jesús mirándonos alternativamente a Raquel y a mí. – Pero qué bien vivimos los de izquierdas.
Nos despedimos de él, ya caída la noche, tiene una vida en alguna parte, cerca, que se cruza con las nuestras desde amistades que nos precedieron, y que duran.
La idea era cenar algo y acostarnos temprano, para salir hacia Madrid antes del canto del gallo. Había llevado algunos libros (Dónde de Esther Zarraluki y El que desordena de Tomás Sánchez Santiago, ambos en DVD ediciones, y también la última novela de Álvaro del Amo, Casa de fieras, en Alianza editorial, que podría no estar mal).
Finalmente regresarán a Madrid, a la (de momento) primera vida de un servidor. Aquí en la (de momento) segunda parecerían lecturas casi obligatorias para «estar al día» y uno lo que quiere de verdad, de verdad, a estas alturas, es no estarlo. Es cierto: el ritmo madrileño le atrona un poco a un servidor, cada vez más.