El clasismo arraigado, crónico, la pertinaz, intocable desigualdad de oportunidades, el tradicional clientelismo, el caciquismo torero, la voluntad de dios, la épica nativa y la falta, en suma, de verdadera democracia (por no decir inteligencia) que este país ha sufrido desde que la(s) palabra(s) existe(n) es lo que hace posible que la corrupción se vea, guste o no, como la única forma posible de movilidad social. En una sociedad insana, nadie «de sí señor» cree que basta el esfuerzo para alcanzar el triunfo; al contrario: percibe con toda claridad que sólo la delincuencia puede librarle de la pobreza o (pues no hay posiciones intermedias dignas) de la frustración de no ser rico e impune.
La piratería está tan pasada de moda como la épica (desde Juan de Castellanos a Espronceda); pero, si hemos de creer a sus mejores historiadores, no dejaba de justificarse en cierta desesperada reivindicación, digamos, de supervivencia, y hasta de cierta justicia. Vean ustedes una serie de TV llamada Black Sails –cuatro temporadas– que, si bien tarda en arrancar, tiene mejores momentos y más interés que Juego de tronos de aquí a Lima (no es un decir) y comprenderán ese aura de romanticismo e independencia que aún conserva el viejo oficio del abordaje y por qué al ladrón le enorgullece ser llamado pirata, mientras que, al contrario, ningún pirata perdonará nunca la afrenta de ser llamado ladrón. A todo ladrón le gusta parecer un pirata como a todo tirano le gusta parecer demócrata; porque lo cierto es que mientras el ladrón medra embozado en la rugosa oscuridad del sistema, el pirata arría su bandera y se le opone en mar abierto.
Aun así, la palabra ladrón mantiene todavía un residuo de dignidad que estorba a mi propósito, que no es sino el de calificar a esos políticos que con tanta naturalidad se apoderan de lo que es nuestro, o negocian con ello como si fuese suyo. El ladrón conoce su delito y, por mucho que le moleste ser apresado por la policía, no le extraña ser apresado por la policía. Y no es aforado. Conque no, no son piratas, aunque tengan (los más escurridizos) patente de corso, ni ladrones, aunque en su casa no encuentres nada que se merezcan.
No te quitan la comida del plato, sino del cuerpo. Son garrapatas. Como ellas esperan pacientemente en la maleza del partido que sea (haciéndose pasar, quizás, por inofensivas moscas, laboriosas abejas o lejanos charranes) la ocasión de aforarse, hincar sus garfios en el tejido social, rasgarlo, introducir sus pequeñas cabezas bajo la piel de su víctima (demasiado abstracta para preocuparse por ese breve pinchazo) y comenzar a extraer despacio y sin pausa el fluido vital con el que llenar sus dilatables estómagos.
La garrapata encuentra lo que hace sumamente natural. La garrapata hace lo que antes hicieron sus padres y sus abuelos y los padres de sus abuelos y los abuelos de los abuelos de los padres de sus abuelos, lo que un día (si dios quiere) harán también sus hijos y los hijos de sus hijos, etc. La garrapata pertenece a una ilustre familia de garrapatas o, al menos, a una organización tan sólida, inamovible y honorable como la que más.
Que no se me olvide: las garrapatas inoculan en su víctima una sustancia anticoagulante y anestésica cuya fórmula varía según la ocasión; lo normal es que contenga algunos gramos de condición humana, algunos de mal menor, mucho miedo al enemigo que toque y una gran cantidad de promesas de recuperación mezcladas con favores estratégicos, deportes, religión, economía parda, pícaro sexo, una canción del verano y telebasura; de esta forma, el animal (nosotros) no se rascará por mucho que ella succione.
Dicho lo cual, y nos pongamos como nos pongamos, hay que aclarar muy bien aclarado que el problema no es de las garrapatas, el problema es nuestro y, si me permiten un consejo, creo que haríamos bien olvidándonos de untarlas con aceite o de arrancarlas con dos deditos; pelear contra las garrapatas de una en una, no es plan.
(Mi concepto de higiene me impide hacerlo personalmente, pero no quiero terminar sin pedir públicamente disculpas a todas las garrapatas no metafóricas que hayan podido sentirse ofendidas por el contenido de este artículo).