Muchos hombre de mi generación están convencidos de que las mujeres son seres inferiores, abocados a la obediencia de su servicio, hechas para satisfacer sus necesidades físicas tan discretamente como ignoran sus carencias intelectuales (de ellos).
Otros nos enamoramos perdidamente de Pipi Långstrump, lo que no significa que nos librásemos en bloque de una educación patriarcal desalmada y torticera. Algunos se enamoraron de chicas que peinaban trenzas rubias, fantaseaban sin rubor y no ocultaban sus pecas. Esperaban convertir a una Pipi Långstrump «en edad de merecer» en la esposa perfecta. Eso nos pasa a los hombres, no importa cuánto crezcamos: nos gusta el juguete que subyace en lo que queremos, ya queramos un automóvil, un cargo público, un reconocimiento intelectual, una mascota, un reloj caro, un hijo, una creencia trascendente o una compañera.
A mí me gustaba Pipi Långstrump por su forma de enfrentarse al mundo. Yo no estaba enamorado de Pipi Långstrump, la verdad, sino que quería ser Pipi Långstrump. No quería dejarme trenzas (aunque hubiese podido), ni tener pecas (aunque las tenía) ni vestir medias a rayas (a eso me sigo negando), sabía que lo importante era poseer un espacio propio, no sólo imaginario, y desobedecer a cualquiera que intentase condicionarlo. Lo demás era dejarse engañar por unas formas de actuar y vestir que escondían unos modos de pensar y actuar fuera de todo autoritarismo.
Pipi Långstrump, creció, se interesó por la cultura grande y, en lugar de desaparecer en el anonimato del posibilismo, en lugar de plegarse al gobernismo paralizante, fue Jean Valjean.
Tanto monta…
No hay un infierno peor que el que crean aquellos que se dejan arrastrar. Jean Valjean o Pipi Långstrump están en las antípodas de lo que podría venir si nos distraemos. La moral será estricta hasta la pena de muerte, las series de televisión serán indistinguibles de la pornografía. La derecha te obligará a comprar cosas que te convertirán en un criminal, te cobrará y luego te ejecutará. Ya se pasea por ahí un líder con barba que quiere eliminar a los barbudos, y otra que quiere detener el empoderamiento de las mujeres, y un tercero que quiere hacer coincidir el montante de su cuenta corriente con el resurgimiento del sentido común. Dicen los científicos que no atendemos, que hemos perdido la capacidad de atención. Es cierto. A lo mejor, pensando todos juntos nos centramos, pensando a la vez encontramos a Pipi Långstrump invitándonos a dar un paseo en ese caballo con lunares que te deja justo allí donde querías llegar.
Atiende: la libertad es la libertad de hacer lo que quieras considerando la vida de los otros un asunto que no debería de afectar a la tuya.
Las elecciones generales y las circunstancias a las que den lugar van a ocultar a las municipales como las medias, las pecas, las trenza al verdadero carácter. La imagen del asunto va a eclipsar al asunto, otra vez. Así que hay que estar muy atentos a lo que pasa en el pueblo, hay que escuchar, hay que prestar atención en esta época en la que nadie presta atención, porque cuando la democracia se pierde el que debe montarse en un caballo con lunares y salir a buscarla eres tú, que vives lejos de las ciudades, de las modas y de las quejas de los veraneantes. Tienes que ir por ella y traerla de vuelta, o nadie lo hará. Igual que nadie cava surcos por ti, nadie envejece por ti.
Al final estoy casi seguro de que me casé con Pipi Långstrump y navego en el barco pirata que heredó de su padre, pero no soy Pipi Långstrump. Tengo más de sesenta años. He perdido muchas veces la misma batalla. Si a ti te pasa lo mismo y no has conseguido aún ser Pipi Långstrump, ¡espabila! porque la derecha viene, junta, a acabar con tus tonterías de niña loca, y no se va a distraer.