Patada a seguir

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En el juego o deporte del rugby se llama patada a seguir a una jugada consistente en patear el balón hacia delante para que un compañero lo reciba. Sirve para ganar algunos metros y, utilizada con inteligencia, para sorprender al contrario en su terreno. La patada a seguir puede ser una genialidad (inesperada) o una acción desesperada (esperable).

La patada a seguir puede ser una táctica política (desesperada). De hecho no es poco frecuente ver a nuestros representantes enviar al futuro algún asunto especialmente incómodo o delicado.

En Ponferrada, sin ir más lejos, el consistorio (tripartito: PSOE, Podemos y CB) acaba de sacarse de encima aquella promesa electoral de municipalización de servicios estableciendo, a un año de constituirse y con una duración de tres, un contrato «puente» para la gestión privada del transporte público hasta que sea factible cumplirla. Es una patada a a seguir local, pequeñita, pero de libro.

También es una patada a seguir la monarquía, como el propio emérito, declarado inviolable primero e invisible después. Improvisación que permite albergar serias dudas sobre la solidez del tinglado, como el mutismo de su repuesto –que, por cierto, tampoco ha condenado nunca el franquismo– pone en duda la solidez de la democracia que, en teoría, la corona simboliza y preserva. No hay aquí fondo y contenido, persona y figura, sino una coartada de autoridad para una corte de aprovechados. Tampoco debería de ser tan traumático admitir que el intento de articular un estado moderno, plural y democrático en torno a una patada a seguir no nos ha funcionado bien.

Lo siento, pero soy, en ese aspecto, una persona difícil.

Sánchez, cuando dice que en estos momentos necesitamos centrarnos en la crisis que sufrimos, da una patada a seguir que sólo puede caer en las manos de un futuro desilusionante. Por cierto: todo lo declarado al respecto, hasta la fecha, por el presidente viene a ser algo así como «eso a ti no te importa».

Defiendo un referéndum, pero el gato Pangur me dice que con una encuesta sería suficiente.

— ¿Sabías que el 52,5% de los lectores de Infobierzo está en desacuerdo con el 47,5% de los lectores de Infobierzo?
— ¿Y tú que el 25% de los atropellos de mascotas ocurren en verano?

Una encuesta es una patada a seguir, también.

No sólo en el deporte, o en la política, se abusa de la patada a seguir. En la poesía ocurre otro tanto, y en música (chin-chin-pun, chin-chin-pun), y en religión (dios proveerá), y en matemáticas (conjetura). La patada a seguir poética más famosa de todos los tiempos (por sintética) la ejecutó don Gustavo Adolfo Bécquer escribiendo aquello de «poesía eres tú» (sólo comparable a aquel «el Estado soy yo», del Rey Sol). No se debe confundir la síntesis (dicho sea de paso) con la (en comparación siempre prolija y conservadora) pereza.

— Pues a mí me gusta la pereza. Y también el emérito.

Lo que sufrimos, todo el tiempo (paso de responder al gato) es cómo quienes deberían de gestionar los acontecimientos se limitan a sortearlos, manipularlos, negarlos o postergarlos. Ahora que España ya no tiene forma de piel de toro, sino de mascarilla quirúrgica deberíamos de cuidarnos de la patada a seguir, porque estamos enviando al futuro, por un agujero de dimensiones más que preocupantes, nuestros miedos, nuestras contradicciones, nuestra ignorancia y nuestra virulenta venalidad (reflejo de nuestros intocables modelos) y allí sólo espera la repetición de la historia. De hecho, lo que nos está pasando es que hemos recibido la patada a seguir que otros (dictadores, gobiernos, reyes, pactos) ejecutaron en el pasado, incapaces, perezosos. Y aquí estamos, lavándonos los pies diligentemente en el charco turbio de la nostalgia de nuestros abuelos, que era de libertad, pensando si lo mejor no sería detener de una vez el juego.

— Das miedo.
— Un poco, ya.

El problema (y alargo innecesariamente estas lineas) es que una patada a seguir no puede recibirla nadie que estuviese situado detrás del pateador en el momento de producirse, por mucho que corra. El propio juego, por tanto, inhabilita a aquellos jugadores que esperaban recibir el balón en mano (hacia atrás, que es como se avanza en el rugby y en la política). Eso y que el campo (el tablero, diría Errejón) es de escudo heráldico, todavía.

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