El año pasado, por estas fechas, compró servidor unos carísimos dispositivos electrónicos que, convenientemente anclados a los muro exteriores, combaten la humedad de una casa berciana de manera científica y definitiva. No han servido para nada, pero al constar de un tornillo, o ancla, y una cabeza cuadrada y gruesa que sobresale casi dos centímetros del ras, constituyen una ayuda inestimable para escaladores.
Que Pangur es quien, quizás aprovechando la provindencial torpeza del gran A. (con el que hemos pasado la tarde hablando de todo) ha escapado en un descuido y ha subido al tejado, servidor lo sabe porque no es la primera vez que, para obtener un poco de atención extra, mueve la antena y desintoniza la tele. Así que servidor, a pedido de Raquel que quiere ver algo y a sabiendas de que llamadas y añagazas no servirían, ha subido al tejado una vez más y ha tenido una conversación con su gato.
– ¿Deprimido?
– ¿Yo? Tú, tú deberías estar deprimido.
– Servidor tiene nombre.
– ¿Y una respuesta?
Le explica servidor a su mascota que los «hombres» descendemos del mono; pero que aunque aún no sepamos de qué mono exactamente, tenemos nombres propios desde hace miles y miles de años. Luego habla servidor un poco de lo del medio y en un minuto está explicando a un atentísimo felino con cara de balleta diabólica que «la democracia resurgió para luchar contra poderes que la invadieron».
– El dinero estaba, de repente, más allá del bien y del mal. Dicho en pocas palabras.
– Y luego murieron todos.
– No, murieron algunos. ¡Intento enseñarte Historia!
– Pero ¿cómo acaba?
– No acaba, es «Historia».
– Si no acaba no es un relato.
– Tienes razón. ¿Admitirías «relato inacabado»?
– Eres cursi.
Servidor sabe perfectamente lo que va a contestar a su gato, pero el finísimo arco de la luna está a punto de desafiar al horizonte nocturno, del lado de poniente, y lo defienden Marte y Saturno: es la belleza más pequeña que puede imaginar un servidor.
– Vale, es cursi, pero a lo mejor más inquietante (y exacto) que «relato en curso», dice finalmente un servidor, no muy convencido.
– Sí, bueno, pero yo preguntaba otra cosa…
– ¿Puede un hombre, o pueden un grupo de hombres o una mujer -recupera servidor el aplomo. -o un grupo de mujeres o un destacamento mixto defender ante el mundo la imperiosa necesidad de dejar la Historia sin acabar y, sencillamente, convencerlo?
– Lo dudo. En realidad, lo encuentro sumamente improbable e inverosímil.
– Pues que la opción sea inverosímil demuestra, tras los resultados del primer ataque, que el realismo capitalista, como política aplicable, ha fracasado.
– El realismo no es realista. Responde Pangur, quizás cambiando de tema.
– Tú lo has dicho. ¿Pero cómo conjugas lo real con lo inverosímil? Insiste servidor sin dejarse amedrentar.
– No tengo que hacerlo.
– Eso es cierto, eso es muy cierto. Pero ahora, creo que me he perdido: ¿no son antónimos «real» e «inverosímil», no es toda esta conversación un poco dialéctica, eh?
– Antónimo no significa antagónico.
– …
– …
– ¿Queréis hacer el favor de bajar de ahí los dos, de una vez?
No son más que tres marcas de luz de distinta intensidad y forma, muy cercanas al horizonte oeste de Magaz de Abajo -sólido y silencioso como si no sostuviera sobre sus hombros la cúpula lejana, la gran enormidad inconcebible- y ajenas a sus esfuerzos.