Rodrigo Rey Rosa

Lo que esconden las voces


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– Seix Barral. Barcelona, 1998.

Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958) ha demostrado suficientemente su talento narrativo (que entre otras cosas le ha valido ser traducido al inglés por el propio Paul Bowles) a lo largo de ya más de media docena de títulos que la crítica ha recibido con verdadero entusiasmo. Talento que Ningún lugar sagrado, aunque supone un cierto giro en relación a su obra anterior (de la que el lector español puede encontrar una buena muestra en Seix Barral), no hace más que confirmarnos.

El libro es una colección de relatos de notable unidad, ambientados en una Nueva York dibujada casi únicamente por las voces de sus personajes, seres entre la marginalidad y la ternura, la locura y la soledad. Rey Rosa dosifica y ordena con inteligencia unos materiales de desigual longitud y densidad, de modo que pequeños relatos como «Chef», o «Vídeo», sirven a la creación de un clima en el que el lector encuentra con facilidad el modo de percepción adecuado a un corpus de textos mayores y realmente magníficos. Dos de ellos, ésos en los que opta por la fórmula epistolar, se cuentan creo entre los mejores del autor («Negocio para el milenio» y «Hasta cierto punto»). Apoyándose en dicha fórmula, Rey Rosa nos muestra en ellos los pliegues no sólo de los personajes que hablan, sino de los que reciben su mensaje, lo dicho y lo no dicho. Lo que se oculta tras las voces. Algo especialmente logrado en «Negocio para el milenio», donde un extraño (y culto) personaje va literalmente acorralando al director de una cadena de cárceles privadas, envolviéndole en un juego (que el lector verá sólo desde uno de los lados, pues las cartas no son respondidas) cuya última baza no debo desvelar aquí. De igual forma, en «Hasta cierto punto», resulta sorprendente la aparente facilidad con que comprendemos cómo cualquier mundo puede llegar a ser todos los mundos, como la geografía de la vida está en los ojos que la contemplan: sin más que un puñado de cartas (no muy inteligentes) que una joven obligada por los acontecimientos a abandonar Guatemala escribe a la antigua amiga que permanece en el país.

Es sin duda esa capacidad de Rey Rosa para definir personajes implícitos o situaciones no narradas, el máximo atractivo de este libro. De ahí que el relato central, «Ningún lugar sagrado», el que da título al volumen, deba igualmente ser leído en esa clave. Porque es precisamente gracias al contexto creado a su alrededor por el resto de los cuentos aquí reunidos por lo que un relato en el que, de entrada, no podemos estar seguros del todo de la veracidad de lo narrado (aunque sí de su realidad, brutal, que no es otra que la realidad de una parte de la historia del mundo aún demasiado reciente) se convierte en la puesta en escena del deseo, más fuerte que la comprensión, de dos seres solitarios (solos en sus respectivos discursos, en sus respectivos silencios) y cuyos mundos no se tocan, no pueden tocarse sino en un encuentro más allá de cualquier diálogo, casi una idea. Se trata además de un relato especialmente crudo (alguno más lo es, siempre, creo, con pertinencia), donde el autor pone en juego su propio origen sin delatarse, sin personarse sin embargo en un texto que no abandonará en ningún momento ni la progresión narrativa (y ello a pesar de la dificultad de la forma escogida, el monólogo), ni la sólida e inquietante estilización de la oralidad que conforman el rasgo más característico de una escritura atractiva y potente.

Pero quiero insistir en que otro de los valores de este libro está en la eficacia de sus relatos más breves (magnífico, por ejemplo, «Una coincidencia»; sobrecogedor «La niña que no tuve»), en la habilidad del autor para crear una experiencia a partir de unos pocos elementos que se mezclarán en la conciencia del lector, a la que apuntan con rara sabiduría. Un recurso (y ya he mencionado su funcionalidad «climática» nada desdeñable) que tal vez nos remita a Carver o a Bowles, pero que en manos de Rey Rosa adquiere una personalidad inconfundible, se vuelve, de hecho, marca de la casa.

Un libro, en definitiva, cuyas propuestas (tras las que se trasluce sin dificultad una mirada penetrante y crítica, un compromiso con la realidad que no hace concesiones al lector desatento) no dejarán indiferente a nadie, y que está escrito con una maestría expresiva que sabe ser fría o cálida (a ratos casi sofocante), parca o retórica, según y donde (y sólo donde) la situación lo exija.

ABC Cultural. 10 de diciembre de 1998