Me superan las noticias (si lo son) y el uso de las noticias, y en general la algarabía que cualquier cosa, la que sea, produce en este patio de Monipodio en el que hemos convertido un país que aspiró alguna vez a ser habitable.
Me acostumbro a ese tono de la oposición, tocando las narices y sin dar palo al agua salvo viajando a Europa para llorar y a hacer daño.
Mirando obras.
Me acostumbro a la crispación y al absurdo. Leo a Lucius Junius Moderatus Columella y procuro aprender alguna cosa útil mientras el mundo se va viniendo abajo sin dejar de enviarme mensajes sobre cual debería de ser mi actitud al respecto.
Podía vivir con todo eso sin dejar de dormir a pierna suelta, porque a mi edad el futuro no es algo de lo uno espere gran cosa; pero he leído una noticia que me tiene en vela desde hace un par de días, una que da miedo de verdad porque el presente es lo que más nos asusta a los viejos.
Han sorprendido en Camponaraya (aquí, al lado de Magaz de Abajo, pero podría haber sido en cualquier parte) a cuarenta personas en un bar incumpliendo las medidas sanitarias. Y ustedes se preguntarán qué importancia puede tener eso, que es lo que reclaman la oposición, el sector y los negacionistas todos los días, y también una falta común y corriente le pese a quien le pese; pues ninguna (en efecto).
— Y consumían alcohol.
— Pues mejor para ellos.
Lo que me da miedo es que los cuarenta se encontraban, además (pasa como sobre ascuas por esta parte el periódico, como si eso fuese lo menos grave), en posesión de armas blancas (y no porque estuviesen cenando) y alguna que otra porra. O sea: que no estaban allí pasando el rato, sino (a lo mejor, esto lo infiero) perpetrando algún crimen del que, con toda seguridad, podría ser yo la víctima.
Siempre que hay gente armada en las inmediaciones sé que debo esconderme: por no ser como ellos, por no ir a misa, no interesarme por el fútbol, no darme golpes en el bazo asegurando que no le debo nada a nadie o que este país necesita mano dura, poner lavadoras, votar a la izquierda, opinar libremente o leer a Columela. Y me asusto; pero hace tiempo que ese miedo, como esas «inmediaciones», habitaban en un territorio mental, más o menos abstracto y felizmente pasado o improbablemente futuro. La noticia, sin embargo, me hace pensar que está ocurriendo de nuevo, que el odio recoge silenciosamente sus frutos y que cualquier día vamos a tener un disgusto.
— Vosotros.