El titular dice: «Las células nerviosas de la nariz pueden percibir el peligro antes que el cerebro». Lo que no dice es que de momento tal afirmación sólo se ha verificado en ratones de laboratorio, eso tiene uno que averiguarlo leyendo el artículo entero. Pero quedándonos en el encabezamiento y confiando en que ratones modificados genéticamente (¿para tener nariz en vez de hocico?) y humanos actuales no son después de todo tan diferentes, podemos entender que si los tiburones de Wall Street no advirtieron la inminencia de la carnicería (a servidor la palabra crisis se le hace pequeña) fue, sencillamente, por que la cocaína que, según confirman todas las fuentes consultadas, consumían como si fuese gratis, les había quemado literalmente el nervio olfativo. La investigación, de la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey), no es baladí, pues ayuda de paso a entender el trastorno por estrés postraumático que nos aqueja desde que nos prohibieron fumar.
El titular dice: «Maduro confiesa en un lapsus: ‘Los capitalistas especulan y roban como nosotros'». Pero lo que de verdad declaró don Nicolás Maduro es que los comerciantes «son tan víctimas del capital, de los capitalistas que especulan y roban, como nosotros». La diferencia la marca una humilde coma y al periodista no debió de parecerle necesario analizar la frase completa. Otros lo han hecho; pero de rectificar ni hablamos.
El titular dice: «Una presentadora explica el tiempo ‘a pelo’ por una promesa futbolística». Servidor entiende que «a pelo» significa «desnuda». El hecho de que sea presentadora le añade, seguramente, algo de morbo a la situación, ya que no se trata de una simple mujer desnuda, como hay tantas, sino de una profesional que sabe perfectamente el poco caso que el personal no médico le hace a la gente desnuda que dice cosas (perdón, servidor quería decir: «a las cosas que dice gente desnuda»). Adviértase que es relevante para el medio el hecho de que no se quitase la ropa a lo loco, sino por una promesa, y no una cualquiera, sino futbolística. Para no fatigarles más: al final lo que pasa es que el titular es tan prolijo en detalles porque el interior se limita a mostrar la imagen de una persona, con botas, que corretea lejísimos de la cámara.
— Pero desnuda.
— Pero no se ve.
— Pero está.
El titular dice: «Nuevos cálculos computacionales apuntan a que el universo es un holograma». Sin embargo lo que los «nuevos» cálculos hacen es demostrar que un universo de nueve dimensiones puede almacenar la misma información que uno plano y sin gravedad. Por si no lo habían ustedes advertido: ninguno de los dos casos es el nuestro. La noticia, por otra parte, hace referencia a estudios sobre el comportamiento de los agujeros negros, o sea que tiene muy poco que ver con la manipulación que le da derecho a espacio e ilustración. Para no ser engañado, sin embargo, hay que acudir a fuentes menos populistas.
Podría servidor seguir citando casos tales, suficientes para demostrar que información no es cultura y también para que un gran número de lectores den por buenos sus prejuicios (ya sea con respecto a la desnudez natural u holográfica, el barrunte macroeconómico o los lapsus bolivarianos) pero son demasiados; conque a modo de tarea para casa, les deja a ustedes lidiar con «Demuestran existencia de Dios con un MacBook» y «La ley de Protección de la Seguridad Ciudadana mejora el derecho a manifestarse».
La cuestión es no decir lo que pasa, sino lo que vende y es rentable. Si es difícil de entender: no vende; si lo es de explicar: no renta. A estas sencillas leyes se acoge sin pudor el presidente del gobierno cuando dice que “no hay en este momento unos indicadores precisos sobre los datos de desigualdad”. Según lo cual es pura especulación afirmar que ésta, en España, no ha dejado de crecer desde que comenzó la carnicería. Don Mariano Rajoy ya sabe que sí hay un indicador, que sí, que se utiliza para medir la diferencia en los ingresos dentro de un país, que se se llama coeficiente de Gini y que (sin duda por algún comprensible descuido de la ocupadísima política económica) no se toma en consideración para valorar el desarrollo. Lo sabe, como sabe que sólo los economistas y los sociólogos serios (allá, en sus oscuros cubículos) van a replicarle.
No es el señor Rajoy el único político al que no le importa hablar al tuntún. Esto lo dice Juantxo López de Uralde, de Equo: «Cada vez más son los ciudadanos que intuyen que volver a la Naturaleza es la única alternativa para desacralizar la potestad de los mercados financieros y de los gobiernos rehenes». No le crean ustedes: servidor ha vuelto a la naturaleza y no ha conseguido con ello desacralizar nada que tenga que ver con la potestad de los mercados y/o de los gobiernos rehenes; ha desacralizado la naturaleza, eso sí, y puede que sea más feliz y mejor persona, pero esa es otra historia.
Todo lo cual no es más que el anuncio de lo que vendrá, sin embargo, y no hay que culpar de ello sólo a la Internet, que al fin y al cabo aún no ha salido de su propia Edad Media (superstición y analfabetismo generalizados, virus por todas partes, espíritu satírico, anonimia…) pues nuestra credulidad, basada en una confianza que, desde la política al periodismo pasando por donde ustedes quieran, todo el mundo parece tener derecho a traicionar en nombre de su cuenta de beneficios, es también responsable de lo que nos pasa. Así que si morimos a manos de la directora de la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios, doña Belén Crespo, decidida a otorgar respaldo oficial a los preparados homeopáticos, podemos considerarnos mártires necesarios de la salud del negocio (la legalización del timo). Muy bonito. Pues si la farmacopea no tiene por qué exhibir eficacia, el periodismo fiabilidad o el político honestidad, no va servidor ahora a sentirse obligado a demostrar lo evidente: que el experimento se lo podían haber ahorrado los neurocientíficos de América de Arriba, que en España hace tiempo que el olor nos da miedo; mes más, mes menos, desde que nos quitaron el tabaco.