La noche pasada, se encontró servidor, en la puerta de cierto local ponferradino de corte siniestro, con dos jóvenes que intentaron convencerle de que la NASA había encontrado en Marte vida microbiana pero nos lo ocultaba por razones obvias. Teniendo en cuenta que el viaje es sólo de ida, no contarlo y conseguir el dinero suficiente para traer algunas muestras y ocultar lo que les convenga, sino callárselo, le parecía a servidor una cosa no sólo impropia de una agencia grande y seria como la NASA, sino del todo absurda. También es un poco ridículo pensar que un microbio que se alimenta de cerebros cristianos y, por tanto, susceptible de ser convertido en un arma mortífera contra los «investigadores del misterio», esté viviendo en Marte desde hace milones de años comiendo piedras. Ahí se acababan los argumentos de un servidor, aunque los expuso con gran énfasis, y los jóvenes se defendieron de ellos con una desproporcionada batería de insignificancias trufadas de agujeros de gusano, citas de Erich von Däniken, reptilianos, ultracuerpos, pirámides (de Egipto y de las otras), hiperespacios cuánticos, teletransportadores cuánticos, bases secretas cuánticas, planetas huecos, ooparts, fumigaciones masivas y abducidos universitarios. Cuando servidor se limitó a repetirse ellos le miraron como a un patético anciano engañado por el pensamiento científico (y disfrazado de hipster) y le dejaron por imposible.
Llevarle la contraria a la gente propensa a creer rumores pegadizos, lucubraciones a la violeta o fantasías al gusto (pues de eso hablamos, no de demostraciones, ni siquiera de conjeturas o hipótesis razonables) es algo que, simplemente, le divierte a un servidor, así que cuando al día siguiente el rey abdicó y la televisión dijo que ya lo tenía pensado de antemano, y que la medida respondía a su superior inteligencia al comprender que el cambio generacional es mejor hacerlo antes del verano (o lo que fuese que dijeran) no pudo reprimir el impulso de salir a la calle a discutir con el primero (o primera, que uno no es Arias Cañete) que se le cruzase por el camino. Afortunadamente, su gato Pangur le detuvo.
— Discute conmigo.
— Ah! Vale.
Servidor le explicó a su gato que don Juan Carlos I no abdicaba porque fuera un hombre preocupadísimo por el bienestar público, sino porque ya no servía para lo que tenía que servir.
PP y PSOE necesitan una instancia de orden superior que haga el paripé de llamarles a capítulo de vez en cuando, que finja dar soporte y autoridad a ese cambio que debe consistir en que nada cambie, y él está desacreditado a pesar de pertenecer al Club Bilderberg, ser reptiliano y descender de los illuminati.
— ¿Qué cambio?
— Pues el que nos conducirá desde el petit-franquismo en que viviámos, últimamente muy perjudicado por la polvareda social, a la petite-transición en la que viviremos los próximos treinta años bajo la sabia tutela de los mismos ladrones con apellidos. Para eso se cambia a un rey nombrado por un señor de Ferrol por otro no nombrado por nadie.
Los seguidores de Podemos decidieron que saliendo a votar serían capaces de hacer temblar un chiringuito que parecía fabricado a prueba de bombas. Resulta impresionante ver cómo se han suavizado actitudes, declaraciones y hasta medidas después de que eso ocurriera. Pero no es suficiente. El rey abdica, pero no es suficiente. En su escurridiza mente, los poderosos reaccionan a algo que se les escapa, que no pueden entender y que no podrán entender nunca, pero que intentan manejar para seguir a lo suyo. Son así de inhumanos. Sin embargo nosotros, seres evolucionados, ya sabemos que no existen los reptilianos, que comunicarse no da cáncer y que la culpa de que la banca se hunda no es de los jubilados. Ya no nos creemos sin más la basura infantil que nos arrojan para tenernos ocupados. Constituidos en conciencia, en vigilancia social, no queremos mirar hacia otro lado, ya no. Atacarán, sin duda. Morderán, sin duda, con tal de recuperar una mayoría que garantice de nuevo la impunidad de sus chanchullos. Lo siguiente al insulto, al intento de descalificación, será repartir algunas monedas entre los contratadores y algunas balas de goma entre los agobiados. Y naturalmente intentarán hacernos creer mediante una desorbitada cantidad de argumentos insignificantes, que el liderazgo no puede consultar y obedecer, que está obligado a la opacidad; que el liderazgo implica la asunción irrenunciable del elitismo esotérico. Pero hagan lo que hagan (incluso ganar, que es más que posible) no será suficiente.
— Entonces ¿hay vida en Marte o no?
— Tienen cosas más importantes que ocultar, Pangur, detrás de esas memeces.