Ha pasado estos días a primer plano la inteligencia artificial, porque preocupa su influencia en nuestra sociedad, cultura e incluso civilización a los mismos millonarios a los que no les preocupa un pitoche nuestra sociedad, cultura e incluso civilización. Ya sé que no se entiende; tampoco se entiende eso de que mostrar en la escuela el David de Miguel Ángel sea una forma de adoctrinamiento woke, ¿y qué? El poder que no se demuestra no da dinero. Vale.
Se entiende que nos asuste la inteligencia artificial, porque no acabamos de verla como el producto artificial de nuestra inteligencia, como al David de Miguel Ángel, y nos empeñamos en verla como a una usurpadora (el David sería un usurpador de nuestra carne, entonces). Puede que sea así, puede que un día nos adelante y se vuelva más lista como David se volvió más guapo y llegue a la conclusión de que la única forma de equilibrar la economía, erradicar la pobreza y garantizar el consumo sea imponer una renta básica universal.
¿No, verdad? Cuesta creer que una cosa desarrollada por las empresas más rentables del planeta hiciera algo así, tan humanista. No, más bien llegará (la IA) a la conclusión de que para que el suba el PIB hay que reinstaurar la esclavitud. El problema de la Inteligencia Artificial es que acabe siendo tan lista y tan tonta, tan fría y tan apasionada, tan interesada y tan desprendida como nosotros y que cometa los mismos errores que la inteligencia humana (un millón de veces más rápido, eso sí).
Pero la IA también hace «arte», escribe «poemas» y «novelas» y es capaz de hacer vídeos en los que sales «tú» mirando a Trump con lascivia o dándole una patada a un niño pobre. Ocurrirá entonces (si es que no ocurre ya) que todo el enorme esfuerzo para dotarnos de electrodomésticos de comunicación como la TV o el móvil habrá caído en manos de los productores de ficción. Todo lo que se nos comunique por esas vías será considerado «ficción» (la ficción, por otra parte, deberá ser satisfactoria, o será rechazada). Pero entonces… ¿a quién votaremos?
— ¿Eh?
Votaremos, entonces, si todavía votamos, al partido o a la inteligencia artificial que no nos haya matado o enviado a morir a alguna empresa ajena, al que nos garantice la sanidad, la educación, la paz; al que arregle nuestra calle (la que pasa por delante de nuestra puerta), al que no tome de la tierra sino lo que ella da de buen grado, al que haga cosas que podamos ver con nuestros ojos, sentir con nuestras manos (como la música de Anthony Braxton).
¿Y el arte?
Así como los seres humanos podemos sobrevivir prácticamente a todo refugiándonos en nuestra intimidad, el arte es capaz de hacerlo refugiándose en la artesanía. Dicho lo cual: si nos asusta que la inteligencia artificial pueda llegar a hacer obras de arte, escribir novelas o poesía, no es porque estemos renunciando a nuestra humanidad, sino porque hace ya unos cuantos años decidimos institucionalizar la mediocridad y, con el apoyo sordo de editores y sacamuertos, acabar con los críticos literarios, musicales, de arte…
Mutatis mutandis…