Cumplió Lucas los dieciséis, conque ya es mayor de edad para quemarse en la pira del progreso. Raquel está leyendo La carroza carmesí de Gyula Krudy… Le encantan las novelas sorprendentes y servidor, modestia aparte, se las sabe. A José Tomás le ha corneado un morlaco. ¿Me olvido de algo? Ah! sí: Huelga de camioneros, y le han dado a Google el Premio Príncipe de Asturias (lo cual es sencilla y llanamente vergonzoso, pero y qué).
Y hoy, hoy mismo, estaba poniendo molinitos de viento alrededor de mi higuera bonsái, para que los pájaros (al fin y al cabo dinosaurios con piel de cordero) no se coman el higo que acaba de brotarle, cuando un mensaje me informa de que un amigo se ha puesto enfermo de repente y ha sido ingresado. Según parece tiene una neumonía no achacable a otros cuadros de consideración mayor, pero grave, tanto que aún nos dura el susto de saberlo asistido, frágil en su burbuja hospitalaria, dependiente de sus tubos y de sus cables como el higo depende de su rama tan distinta, tan fuerte que, llegado el caso, soportará con frialdad el peso del pájaro que lo devore.
Ya vamos siendo mayores y estas cosas nos afectan por el cariño y por lo generacional. Los viejos nos apoyamos en la vejez aunque en la juventud nos tirásemos los trastos. Nuestro amigo saldrá con bien de su achaque, pero ya con un aviso ascendido por derecho a capitán de futuros cadáveres.
Cada generación se ha ido a su manera, y según su carácter: algunas en la guerra, otras delante del toro, otras se empezaron a ir a los veinte años, y otras patrocinaron la marcha ajena sin asumir la propia. De todo hay. La nuestra amaga para ver si es querida. Y no lo es.
— Suñén eres un bruto insensible. Si te murieses te lloraría mucha gente.
— No me lo creo.
No. Ese diálogo no ha tenido lugar. Son cosas de las que no se habla. Pero es cierto que nuestra generación no cree que vaya a ser llorada por nadie. Porque tampoco se le alcanza el motivo por el que alguien debiera valorar una vida demasiado dispersa, ocupada en batallas quijotescas que, una vez ganadas o perdidas sin discursos ni condecoraciones, dejan el mundo igual que estaba. Hemos sido una generación en la sombra, trabajando contra
Y, al final, que haberlo haylo, de nosotros no se van a acordar ni los pocos elefantes que queden en pie para entonces. Hemos sido una generación de ensayistas del fracaso y hemos envejecido sin terminar de encontrar, empeñados en la perfección de la misma, una simple frase de consuelo; así que el panegírico es un género literario que nos queda grande.
Lo que hace falta es que mi amigo se ponga bueno y que festeje el día 5 de julio como siempre lo ha hecho. Se lo deseo desde aquí, a sabiendas de que no está en disposición de leerme, sino echando de menos a su gato desde el duermevela de los sedantes. Si lo consigue le regalo los molinos de viento.