Mi reino por un elefante

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Nos gusta más una discusión que a un tonto dos palotes, y si puede ser sacando las cosas de quicio, mejor. Pero lo cierto es que la mayoría de las veces son discusiones innecesarias las que nos tienen a los españoles distraídos y de un mal humor que, aunque aleja la depresión, provoca desconfianza en los mercados. Lo del Rey, por ejemplo, se arreglaba con una buena regañina. Se llama al rey y se le encienden las orejas, y ya está. Seguro que no lo hace más. No hace falta ponerle velas a la Tercera República, ni rasgarse las vestiduras, son «cosas de reyes». Un lector de esos que opinan sobre las noticias en los diarios digitales, aseguraba hoy que en realidad el rey caza elefantes porque ya no le acierta a las perdices, lo que a su edad es muy lógico, y es evidente que a muchos les parecerá exagerado desmantelar la monarquía por una dioptría más o menos.

Ayer, en Cacabelos, hablaba servidor con un concejal del PP con el que coincidía en algunas cosas (en la necesidad de fomentar la iniciativa civil, por ejemplo, y también en que si el Rey hubiese compartido el elefante con todos los españoles, en vez de comérselo él solo, no estaríamos tan enfadados) hasta que el hombre dijo aquello de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.

– ¿Quienes?
– Los españoles.
– Dirás los bancos españoles.
– Y los ciudadanos, que no pueden pagar sus créditos.
– Porque se han quedado sin trabajo por culpa del agujero que se han ocasionado los bancos a sí mismos, y que el gobierno ha repercutido sobre el ciudadano de a pie. ¿O es que se han vuelto morosos de pronto?
– No es tan simple.

Nunca es tan simple. Eso es algo que a un servidor le saca de quicio casi tanto como el señor obispo de Alcalá, Reig Pla, que vuelve a sus obsesiones asegurando que la homosexualidad se puede tratar con «una terapia adecuada». Y no le cabe a uno la menor duda de que los homosexuales van a terminar siendo víctimas de esa «terapia adecuada» si el clero sigue empeñado en repetir un sonsonete que, por cierto, no se detiene en cirios y sahumerios ni resuena sin más para los fosilizados oídos de los beatos de siempre, sino que apunta más lejos, hacia ciertos despachos donde están deseando quitarse la careta. Pero también es una discusión innecesaria, porque el propio Reig Pla da la solución: castidad. Es curioso, porque otra solución al «problema» sería que Reig Pla se callara. El silencio es una forma de castidad tan eficaz como cualquier otra, y más fácil de sobrellevar.

Pero no es el único al que se le ha calentado la boca: el portavoz del PP en la Comisión de Sanidad del Senado, Jesús Aguirre, ya se ha quitado la careta y ha calificado de «utopía» los principios de la sanidad española de «universalidad, equidad, gratuidad y solidaridad». «Ahora que no estamos de campaña electoral es el momento de decir lo que de verdad pensamos», ha declarado con vergonzosa valentía (la valentía puede ser vergonzosa, como cuando cazas un elefante, por ejemplo). Es tan tonto, Jesús Aguirre, que no es capaz de entender la torpeza de sus propias palabras, que no está tanto en lo de la educación (que es grave) como en esto (que es llanamente estúpido): «Ahora que no estamos de campaña electoral es el momento de decir lo que de verdad pensamos». Otro que se merece una buena regañina.

Pero el caso es que, visto dos veces y ante el desastre que se avecina, quizás la castidad (o al menos su consecuencia más obvia) es una buenísima solución para todo. Por ejemplo, ahora que Werty aumenta un 20% el número de plazas por aula y recorta tres mil millones en educación, dejar de tener niños a los que educar nos ahorraría muchísimos sacrificios.

Servidor no tiene previsto tener más hijos ni tampoco está para cazar perdices, a su edad la castidad no tiene mucho sentido demográfico. Tampoco la castidad de los homosexuales tiene ningún sentido demográfico. Los demás a su gusto: castidad o condones, pero nada de aulas superpobladas. Quizás Werty debería incluso financiar una campaña anti-baby dirigida, naturalmente, a los menos favorecidos, o imitar a Aguirre y decir lo que realmente piensa. Contribuiría mucho a la confianza de los inversores dejar de mentir.

Toda discusión tiene sus vueltas y revueltas y algunas más revueltas que vueltas, y esta de la economía financiera podría hasta tener su revolución completa una vez que la realidad la reduzca al absurdo y desenmascare la inutilidad de tanta manipulación y el desprecio de los adinerados, incluido el Rey, por la preocupación de los de a pie, sus sacrificios y sus valores. Servidor espera que Reig se calle, que Aguirre no sea tan valiente y que el Rey presente públicas disculpas, e incluso que más adelante, sin prisa, pretexte problemas de salud y abdique: ¿no cambiaba Ricardo III su reino por un caballo?, pues con más motivo por un elefante. Peor no nos va a ir. Del sucesor no dirá servidor una sola palabra, pues con Montaigne opina que «alabar a los príncipes por las virtudes que no poseen equivale a hablar mal de ellos impunemente».

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