Siempre ha habido idiotas empeñados en vivir más a fuerza de arte, fórmulas mágicas o pseudo científicas o ambas cosas o incluso científicas totalmente o, simplemente, ridículas. O matando. Como si para vivir más cupiese hacer otra cosa menos sencilla que vivir más lentamente. El pino conocido como Matusalén, que tiene ya casi cinco mil años y nunca ha salido de su pueblo, maldeciría el nombre de los miles de miles de visitantes que lo habrían contemplado desde que alguien lo encontró en medio de la nada si su ubicación exacta no se hubiese mantenido en secreto estricto. La gente se pregunta cómo ha podido vivir tanto tiempo; pero nadie parece interesado en averiguar si se siente solo. Así somos: la cantidad nos impresiona hasta la ceguera. Y no crean que voy a establecer la clásica relación de oposición entre calidad y cantidad. No, sino que para nosotros, seres humanos ególatras (es decir modernos) calidad «es» cantidad. Y la única forma de acumular cantidad de lo que sea es bien consiguiéndolo a golpes, bien teniendo la paciencia suficiente y empleando el tiempo necesario en vivir lo bastante despacio. ¿Y cómo hace uno para vivir despacio?
Bien: hay varios métodos. Uno es tener ese superpoder, otro apagar la televisión, otro no tratarse con los agobiados y vengativos, envidiosos, traidores y semejantes en general, otro escribir bien (trabajo que, de suyo, obliga a dominar el tiempo), otro mezclar cerveza y alcohol (actividad que, de suyo, obliga a dormir muchas horas y a ser muy despacioso y amanerado en la vigilia), otro pensar por uno mismo, cualidad excluyente de la anterior, naturalmente, y otro escaparse de la catalogación. Matusalén era un árbol como otro cualquiera hasta que alguien le puso fecha de nacimiento. Ese día empezó a morirse.
Y este vecino, ejemplo de errado comportamiento, que so pretexto de que instaló un retrete en el siglo pasado y se le debe el dinero, y de que le tiran piñones cuando pasea por Ponferrada, acaba de presentarse en la tienda de una desagradable, pero inocente anciana para ponerla a caer de un burro y, empeñado en que él es la única víctima de la crisis económica y ella la única culpable de su desgracia, amenazarla, acosarla, publicarla y asustarla (¿cuántos delitos van?), tiene bien merecido lo que le ocurra.
La pelea o, mejor dicho, el choque, no tan desigual como se hubiese podido pensar, si quieren saberlo, ha resultado de tal magnitud que algunos testigos admiten en voz baja haber creído ver saltar al mismísimo bosón de Higgs entre las chispas de la reyerta. Servidor no puede garantizar la veracidad de tales testimonios, pero sí puede asegurar que la vieja no tenía retrete ni tiraba piñones. Era el otro quien deseaba matar con hurgencia.
Podíase haber respondido con premura y eficiencia impiadosas. Podíanse haber presentado allí, de parte de la ofendida, en la misma casa del atacante, familiares y amigos a la antigua usanza para comportarse como chimpancés sedientos de venganza. Pero hase preferido poner una denuncia en la correspondiente ventanilla y esperar que la justicie obre con su habitual diligencia, cosa que al violento le parecerá de cobardes mariquitas, pero que a la larga le provocará grandes e indeseadas molestias. Todo por no saber contar hasta diez antes de dejarse llevar por la crisis.
Matusalén, el bíblico, no el árbol, vivió 969 años, así que si tenía razón Carlos Marx cuando decía que aproximadamente cada ocho años y medio hay una crisis económica, le tocaron… 114 crisis, lo cual lo convirtió, como era de esperar, en el hombre más sabio y pobre del mundo, pero no le hizo perder los nervios. De hecho, hay estudiosos que aseguran que carecía de nervios y en su lugar tenía nervaduras desde el peciolo al ápice.
Si quieres vivir más, espera mejor.