Se preguntaba servidor a qué viene tanto jaleo con lo de que Carolina Bescansa quisiera acompañar a Errejón en su camino a la presidencia madrileña a cambio de que él la apoyase en el camino a la secretaría general de Podemos; se lo preguntaba porque no ve, por más vueltas que le da, cual es el motivo –a falta de esas verdaderas primarias que parecen ya cosa del pasado, a falta de una verdadera organización de abajo a arriba– de tanto aspaviento y tantas cruces y tanta solicitud de dimisión. No existe un solo partido en que tales cosas no ocurran, y la diferencia entre unos y otros es que de aquellos donde el derecho a discrepar de la línea oficial se castiga, no puede, en aplicación de la lógica más elemental, decirse que son demócratas. Eso con respecto a la discrepancia; porque con respecto a la presunta traición de la que algún desaforado habló estos días, a servidor sólo se le ocurre responder lo que debería de ser obvio: las alianzas para ganar unas elecciones internas en el seno de cualquier formación política sólo le parecen ilegítimas a la alianza contraria.
Por otra parte, la idea no es tan mala. A servidor, de hecho, le parece bien y en absoluto un asunto «de máxima gravedad» que haya sectores planteándose la necesidad de un cambio de dirección.
Lo que es grave, pues, es que esos papeles, definitivos o no, propios o ajenos, singulares o de equipo, genuinos o espurios, acaben en lenguas bajo la forma de revelación de un secreto inconfesable, vergonzoso. No, a falta de esas verdaderas primarias que parecen ya cosa del pasado, a falta de una verdadera organización de abajo a arriba, no hay nada de vergonzoso en ellos diga lo que diga Juan Carlos Monedero.
Servidor, naturalmente, preferiría soluciones más imaginativas y participativas, más parecidas a la que plantean quienes, al negarse a jugar ese juego de sillas finalmente pactado en la Comunidad de Madrid, también muestran las cartas de una estrategia tercera. Que lo hagan en forma de propuesta pública y de crítica abierta confirma, eso sí, que aún tienen madera de movimiento, que aún creen posible devolverle el partido a la gente. Otro Podemos, uno que sí haga nueva política, uno que acorte al máximo, como se prometió, la escandalosa distancia entre la teoría y la práctica que a tantos les resulta tan natural.
¿A qué viene, entonces, ese jaleo? Pues a nada bueno, a enseñar cartón, a demostrar una vez más la fragilidad de nuestras ínfulas renovadoras. El otro Juan Carlos, el poeta (felicidades, por cierto) lo dice, con algunas palabras de regalo, cuando afirma que “deshacerse civilmente del que disiente es cobardía democrática y delito contra la inteligencia”. Pero sí: aún habrá quien confunda la falta de reacción de los dirigentes morados con «generosidad».
Por cierto que aquí (o allí) se reunieron hace poco representantes de Podemos y de IU para pactar sin preguntar a nadie algunas reclamaciones conjuntas que, se supone, la Comarca merece; entre ellas (además de la obligatoria) figura un Centro de transformación de la madera. Servidor, que tiene madera de desconfiado y no desea que nadie se la transforme, ha recordado los versos de Francis Ponge, al que vuelve con cierta frecuencia:
Lenta fábrica de madera.
Tras envenenar tierra, aire y agua no tomando lo que la naturaleza nos reserva sino arrancándola lo que necesita, la industria de la destrucción esta poniendo ahora sus ojos en los bosques. No hace mucho (unos días) que servidor soñó que en figura de cuervos o cornejas muchos reyes sobrevolaban la gran hoya berciana arrojando monedas de níquel y gritando:
— ¡Tala, quema, deprisa! ¡Madera muerta, madera muerta!
Otro día (otra noche) soñó seguir el hermoso destino del árbol: abrazar el cielo con sus ramas (del Olmo) y acabar atrapado en un juego de sillas. Pero servidor tiene unos sueños muy raros; a veces divertidos y a veces no.