El momento es este, la acampada de Sol debe tomar una decisión y redefinir (en realidad, definir) su modelo organizativo; ya, o los problemas que una concentración permanente regida por un sistema asambleario provoca acabarán por volverse contra ellos.
Nos consta que su idea es esa, si bien dejando en Sol una especie de retén. Pero si para llegar a esa conclusión, consensuarla, deben manejar asambleas multitudinarias donde la palabra la puede tomar el primero que pasa por ahí con afán protagonista tardarán años en llegar a un acuerdo. Por otra parte, no veo cómo pueden dejar un «retén» en Sol sin pagar un canon al ayuntamiento (sería mejor, por ejemplo, convocar una reunión allí todos los lunes), o cómo impedirán que a su alrededor acampen los avistadores de ovnis (que son ciudadanos tan ciudadanos como ustedes o yo, pero que ven ovnis). Tampoco es tan importante.
Lo importante es que, antes de que los objetivos se diluyan en las complicaciones de una convivencia coyuntural y por ende condenada al fracaso (porque muchos desean ya vender como derrota lo que, sencillamente, será el final natural de una propuesta concreta) deben fijar bien su rumbo, atomizarse territorialmente y plegarse a una práctica organizativa (no a una representatividad que desvirtuaría su naturaleza radical) que agilice su funcionamiento y transmita sus propuestas de un modo inequívoco.
Y no sé si esto se podía haber previsto desde el principio. La lógica de la protesta requería gestarse como lo hizo y gestionarse en consecuencia, la movilización era natural y espontánea, y el régimen de su orden debía de ser consecuente. Ahora, la indignación ha adquirido carta política. Las asambleas populares caben en este nuevo planteamiento, pero la evolución requiere una estructura a la que poder escuchar para oír algo más que explicaciones difusas sobre la marcha de los debates. Es lo que toca.
Lo conseguido no es poco, ya que ellos (y no los analistas) han puesto el dedo en la yaga del malestar de una sociedad que, como decía Mark Twain, obtuvo sus creencias y convicciones casi siempre de segunda mano y sin examinarlas y que, por lo mismo, no sabía bien a quién culpar. Quizás el PSOE (no hay forma de averiguarlo) sea a estas altura consciente de que la causa de su debacle electoral no ha sido la crisis (sino en ultimísima instancia) y sí el hecho de que los votantes de izquierdas, los trabajadores concienciados, los sectores progresistas, han tenido que contemplar cómo ésta (la crisis) servía de pretexto a los poderosos para recortar derechos ganados por la clase trabajadora con sangre y a lo largo de siglos. Y esto no ha ocurrido sin el consentimiento (el silencio en la acción) de la izquierda, siempre proclive al sacrificio, y (lo que es peor) sin menoscabo de la democracia.
¿Qué sacrificio está haciendo la clase política? ¿Qué sacrificio está haciendo el mercado financiero? ¿Qué papel juega la justicia? ¿Qué equilibrio da sentido a la hacienda pública? Puede que la decisión islandesa sea un error, pero es mejor que empezar a desmantelar las garantías sociales en favor de un juego que se puede jugar con distintas reglas, formas menos autoritarias y ostentosas y, sobre todo, rentables sin llegar a la avaricia abusadora, sin llegar a la estafa.
Servidor no ha dejado de señalar, cuando ha podido, que todo esto comenzó con la caída del muro de Berlín. Que fue entonces cuando el capitalismo más salvaje decidió que la guerra había terminado y que la parte que les correspondía era la del león. Pero aunque el origen, como tal, sea un misterio, el final es la pérdida de valor del trabajo asalariado, el recorte de las libertades, la banalización del pensamiento y el diseño de un nuevo disfraz para la esclavitud que haga creer a la víctima en la necesidad de defender a ultranza a su asesino. Es nuestro modo de vida, con tanto esfuerzo ganado, lo que está en juego. El nuestro, el de los que pensamos que el capitalismo debería haber resuelto hace tiempo cómo hacernos las cosas más fáciles si quería convivir con un mundo democrático. No quiere.
— El capitalismo no toma decisiones, no está dirigido por nadie.
— Grandes grupos financieros, bancos, partidos políticos y patronal. Por ese orden.
Sea como fuere, lo cierto es que la supervivencia del movimiento 15M ya está garantizada por las reuniones de barrio y el establecimiento de una red bien engrasada; pero aún así el sentido de las acampadas, lo que sea que alentó o heredará la dimensión de la protesta, está en estos momentos en su voluntad de transformarse en referente social, pulso y acción. No necesitamos más para empezar: una buena referencia. Pero una referencia debe ser fuerte, funcional y clara exigiendo la proximidad de la sensibilidad política e incluso acelerándola a través de las vías disponibles. Ese es el objetivo si se desea que el pasado mayo español de frutos.