Hace años que un servidor, anticipándose a la actual tendencia de otros mamíferos salvajes, vive más de noche que de día para evitar cruzarse con los seres humanos; pero con este lío de derribar la casa y levantarla de nuevo se ha visto forzosamente expuesto al mundo durante el tiempo suficiente como para verificar que de día no se producen cambios reseñables, sino la misma cantidad enojosa de malentendidos, conversaciones absurdas y agresiones gratuitas que le aconsejaron en su momento cambiar de hábitos.
La Guardia Civil (por empezar captando la atención del lector sin más circunloquios) anda investigando a un berciano sospechoso de haber forzado a su borrico a arar hasta la muerte. Servidor se pregunta porqué a un emprendedor tan fiel a la doctrina capitalista no se le concede una subvención o medalla al mérito neo liberal (cuando menos), en vez de echarle encima a la benemérita, y se responde que sin duda habrá sido porque no mató a un autónomo nocturno (no habría podido), sino a un autóctono diurno.
Las tonterías que ha podido proferir la derecha en cuatro días, ¡y tan viejas!, le hacen sospechar a servidor que se ha quedado sin discurso y que más allá de permitirse un «montserrat» de vez en cuando no tiene (la derecha) ideas. Una sequía persistente que –no lo descarten– podría empujarles a pagarle un abogado al burricida de Borrenes, víctima al fin y a la postre de la violenta actitud de un borrico golpista, eutanásista, antiespañol, ateo, rojo y descaradamente pleonásmico.
Podría acabar con la influencia independentista y con la tentación populista (la derecha) votando a favor de los presupuestos de Sánchez en ejercicio de un sentido común capaz de trascender esa estrategia de acoso y derribo que, lamentablemente, venimos sufriendo los españoles desde que la política se convirtió en una cuestión de navajeros y no de ciudadanos. Podría hacerlo y, de una tacada, terminaría con esas presiones que denuncia, con esas aberraciones que le abren las carnes y con esa debilidad que le enerva, pero claro: tendría (la derecha) que admitir 900 como salario mínimo y eso haría peligrar el orden cósmico.
Si Ciudadanos o el PP quieren restar influencia a los independentistas y/o a los populistas (y, de paso, ganarse un prestigio que necesitan muy mucho) sólo tienen que hacer una cosa, pero no la harán porque no quieren eso, sino salvarnos de que el orden cósmico reviente por culpa de los populistas, los separatistas, las feministas y los defensores de burros; para lo cual (como ya han adivinado) necesitan que nos obsesionemos con la imagen mental del orden cósmico reventando con nosotros dentro mientras el niño Jesús llora en su cuna.
También le alcanzó a servidor su vida diurna para asistir a una reunión en la que constató que, de día, los de izquierdas seguimos confundiendo lo que queremos con lo que vendemos; debió escuchar allí, para más inri, a un miembro de Podemos la expresión «no se puede» unas cuarenta veces y a un ex-militante de Coalición por el Bierzo definir a su ex-partido como «fuerza de izquierdas». Y es que de día preferimos una obligación a una responsabilidad, la pleitesía a la razón y la obediencia a la coherencia, y la fortuna a la salud, y la ganancia grande y sangrienta a la comedida y pacífica, duradera, y cualquier impuesto a cualquier solución (que casi se le olvidaba a un servidor hablar de quemar cosas).
La sociedad, ha dicho cierta pepera de pro (de porromporpró), es tan corrupta como sus políticos. Seguramente quería decir otra cosa, pero lo que dijo, sin querer, es que a una sociedad corrompida por el despecho de carecer de cualquier poder real sobre unos políticos cuya meta no es ganar una revolución legislativa o presupuestaria que la beneficie por una vez, sino una posición, se la convence fácilmente de que la corrupción es igual para todos, como la ley.
La derecha (de momento, pero cualquier día el centro derecha, y luego el centro izquierda, y luego la izquierda moderada, etcétera) asume a falta de suelo que las ideas de peso, las que merece la pena considerar, son interpretaciones distintas del discurso infantil de aquella película del año 1941 que dirigió José Luis Sáenz de Heredia con un guion de Francisco Franco lleno de ruido y de furia etcétera: Raza. Lo demás es Venezuela. Es un insulto a la inteligencia, y a la historia, y a Venezuela (donde tienen tanto derecho como nosotros a no ser confundidos con sus borricos), y una ficción imposible de mantener de noche sin delatar los pútridos privilegios que ocultan la patria, y dios. Así que servidor, con su permiso y en defensa propia, va a retomar su habitual horario clandestino sin esperar a ver que se guarda lo que queda del día; que es mucho, según le cuentan.