Hay respuestas inteligentes y gente que contesta rápido; Mateo, vecino de Narayola al que recurrimos, desde hace ya muchos años, para esos trabajos de mantenimiento de los que la casa está siempre necesitada, es rápido, rápido y destructivo, pero ni se da cuenta de ello ni alberga su velocidad de reacción ninguna clase de resentimiento hacia su interlocutor; sus réplicas son tan naturales como arbitrarias. Si usted dice, por ejemplo, «mira, Mateo, qué avellanas tan grandes da este árbol», responderá enseguida:
— Las mejores son las pequeñas.
En cierta ocasión, por hablar de algo, servidor le informó de que habíamos tenido la visita de un par de abuvillas en el jardín, aves cada vez más raras de ver.
— Son unos pájaros muy sucios — se limitó a responder.
El otro día vino a recoger no sé que herramientas que se dejó no sé cuándo y, mientras lo despedíamos en el portón, Raquel comentó que habíamos podado un poco el negrillo (uno de los escasísimos ejemplares que aún crecen en el Bierzo). Mateo, casi inexpresivo, sentenció:
— Pues el negrillo, si lo podas de más, muere.
No piensen que su facilidad natural para la réplica demoledora (y tangencial) se limita a temas menores (si es que lo son la avellana o el negrillo). Una vez, tras el lamento de un servidor sobre la inconsciencia ecológica de la sociedad moderna, sentenció:
— Nuestro futuro está en Próxima b. La tierra ya no es suficiente, deberías saberlo.
Con poco que uno desplace, compare y se detenga a pensar, entenderá la falacia que subyace en la habilidad de responder rápido. No quiere servidor decir que toda premura verbal sea sospechosa pero sí que veinte segundos (y aún mejor, minutos) marcan la diferencia entre intervenir y acertar. Ese es nuestro problema; que parece que nos hemos formando para intervenir, no para acertar.
Con las respuestas rápidas ocurre que a menudo se basan más en lo que el interlocutor teme que en el análisis de la cuestión. La respuesta rápida suele ser emotiva, prejuiciosa o tópica antes que útil, ingeniosa antes que practicable, interesada antes que meditada, pero presume siempre de su capacidad para zanjar la cuestión que sea. Una especie de obsesión que padecemos desde que los políticos, los actores, los escritores y, en general, toda suerte de famosos susceptibles de ser entrevistados decidieron hacerla suya.
Estos días era muy gracioso escuchar a tantas personalidades del pequeño patio nacional responder rápido a las preguntas sobre la huelga de mañana, a veces demasiado rápido (y demasiado tangelcialmente), desde el convencimiento de estar zanjando un tema al que los demás dedican un tiempo fastidioso y un esfuerzo injustificado. Algunos/as respondieron tan rápido que parecían estar haciéndolo desde la década de los sesenta del siglo pasado. A lo mejor.
A los muertos les pasa eso con los vivos, que les parecen gente liante y pendenciera.
Inés Arrimadas, Jesús Fuertes, José Ignacio Munilla, Cayetana Álvarez de Toledo (por no citar a otras personas que nunca debieron haber sido preguntadas) nos han dejado algunas perlas medievales que dicen tanto de lo que son como de lo que creen ser, pero que no zanjan nada de nada, y menos la situación que da sentido a la huelga de las mujeres, un acontecimiento que pertenece a quienes precisan de hechos, no de declaraciones. Las respuestas (reales, mejor meditadas, eficaces) ya las tienen las huelguistas.
Servidor duda de que en el horizonte de las huelguistas, por cierto, se oculte la más mínima intención de provocar una reacción gubernamental o antigubernamental. Es la reacción social la que aquí se persigue, esa conciencia que hará a muchos tertulianos del miércoles sentirse el viernes tan ridículos como el hombre bala en Cabo Cañaveral, no otra colección de promesas de quienes siguen creyendo que su trabajo consiste en responder rápido o (lo que últimamente es tendencia, como se dice ahora) en «prometer» responder rápido. Los avances concretos reclamarán batallas específicas. Ahora se trata de asumir que el mundo no funciona si está partido por la mitad.
Mateo pasó por aquí hace un rato, a saludar (pero servidor sospecha que a mirar si hay un delantal colgado en el sequero) y ha sido un placer informarle de que aquel planeta recién descubierto al que íbamos a viajar al ritmo de «La banderita», respondiendo a nuestro destino colonizador, Próxima b, ha sido devorado por una llamarada de su estrella.
— …
— Lo curioso es que si lo piensas bien –insiste servidor saboreando el triunfo como sólo un relativista escéptico sabe saborear el triunfo– eso ya había ocurrido antes de que lo catalogásemos como futura conquista.
— ¿Raquel va a hacer huelga mañana? — cambia de tema.
— Pues… sí, naturalmente.
— Van a ser cuatro.
Hay cosas que terminaron antes incluso de que el destino las condenase. La astronomía lo sabe, las mujeres lo saben, la política, según parece, no, y la gente que contesta rápido, tampoco. Es lo malo de vivir lejos de la realidad, que llegas tarde.