Servidor entra en el bar y enciende (sin darse cuenta, por pura fuerza de la costumbre) un cigarrillo. El hombre, tras la barra, se apresura a informarle de que debe apagarlo inmediatamente.
– ¿Por…?
– No está permitido.
– ¿Y tener los palillos amontonados en un vaso, sí?
El hombre mira el vaso con los palillos y saca de detrás de la barra un bate de béisbol en el que pone en letras rojas: recuerdo de Portugalete. No es muy grande, pero en manos de aquel tipo más ancho que alto, a servidor se lo parece.
– Vale, vale. Ya sé cómo hace usted los palillos.
– Encima gracioso.
Servidor apagó el cigarrillo y dio un sorbo de la caña de cerveza que, servida en un vaso gordo y bajo no llegaba ni de lejos a los centilitros que deba tener una caña (por cierto: ¿20, 21?, ¿alguien lo sabe con exactitud?, porque parece el secreto mejor guardado del sistema de pesos y medidas), da un sorbo, decía, de su exigua caña, y otro, mientras mira en la televisión el canal “Gran hermano 24 horas”, pero el hombre de la barra no le quita ojo y al final servidor se va sin atreverse a preguntar si podría ver otra cadena, ni porqué la puerta no tiene picaporte. Luego, en la tele de casa, se entera de que los dueños de bares están protestando contra la ley antitabaco. Falsos.
Más que falsos: cobardes. Mucho protestar pero son la mejor garantía de su cumplimiento. Verdaderos policías supernumerarios, vigilan por la observancia de esta ley en concreto mientras, descarada e impunemente violan todas las que sanidad les impuso en su día. Se merecen que su clientela les abandone y les robe el papel higiénico (si es que lo tienen) y que prefieran fumar en casa donde los palillos están limpios y el suelo no se pega a las suelas de los zapatos, el jamón es de verdad y la tortilla no está recalentada un millón de veces y la caña de cerveza tiene la medida exacta de una caña de cerveza, si no más, y el servicio no se confunde con el almacén y uno puede cambiar de canal cuando quiera, y no huele a sudor, y las puertas cierran como conviene en esta época del año.
De modo que lo que ha demostrado la ley antitabaco es que el noventa por cierto de los bares eran y siguen siendo antros antihigiénicos y se merecen dejar de existir para siempre. Sólo acudíamos a ellos por el aliciente que suponía poder fumarse un pitillo anónimo. Pues, con perdón, que les den, a ellos, a sus empanadillas frías y a sus palillos de segunda mano. Los fumadores deberíamos dedicarnos, en respuesta a su actitud policial y chulesca, a denunciar sus incumplimientos y sus abusos hasta que no quede ni uno abierto.
Le gusta a servidor la idea, tanto que cree que se va a dar una vuelta por Portugalete, para empezar a poner las cosas en su sitio.