Hay gestos que no se realizan para enfatizar una opinión o señalar una posición, sino para poner de manifiesto el inmovilismo reinante. Como la rana del famoso haiku de Matsuo Basho, cuyo salto al estanque (¡plop!) hace emerger en la conciencia del lector el silencio y la quietud que lo precedían, Carolina Bescansa y Nacho Álvarez delatan con su dimisión la falsa apariencia de negociación, el falso esfuerzo por acordar de quienes no desean realmente ponerse de acuerdo. Lo hacen en mitad de un riguroso invierno, además.
En la clausura del Vistalegre fundacional, Pablo Iglesias comenzó su discurso final, de agradecimiento, mandando callar a la gente. Un gesto sin importancia, seguramente, pero del que emanó, poco a poco pero con firmeza, en dirección contraria al movimiento que lo hacía posible, un partido vertical, personalista, centralizado.
Unos meses antes la política había aparecido en el camino de una gran parte de la ciudadanía, y se llamaba Podemos. Lo hizo con una voluntad de transparencia, y desde una posición tan abierta, que ni siquiera quienes poseíamos experiencia de sobra para hacerlo desconfiamos. Recorríamos el país explicando algo que a partir de Vistalegre comenzó a disolverse en un hambre de primera persona y un afán de control que terminó expresándose mediante el desembarco en el movimiento de los cargos institucionales. Mala cosa. «Vistalegre» –escribió en su día Emmanuel Rodríguez— «inauguró una cultura política del ‘who’s who’. El premio era ser cargo (burócrata o para-burócrata) del nuevo partido; el ‘gordo’ llegar a ser político ‘mediático’. La cooperación y la iniciativa desde abajo se volvieron bienes escasos. El clima de violencia interna, el verticalismo y los giros de discurso vaciaron rápidamente la organización, si no en todas partes, sí en la mayoría».
En mitad del invierno (saltando a un charco helado) Bescansa y Álvarez hacen un gesto de alerta: Vistalegre II no puede ser sólo un pulso por el poder (qué fácil sería todo si determinados cargos de partido no pudiesen ser también candidatos electorales) en el que finalmente sea la gente la que resulte enjaulada (y no el actual secretario general, como teme Echenique). En cualquier caso, una jaula de pluralidad, de transversalidad, de obediencia a un mandato social incuestionable, es mejor que el más amplio de los salones del trono (del «juego de tronos»). Como en el poema de Basho, consideremos por un momento lo ocurrido antes de un acontecimiento del que, en primer lugar, conviene tener claro de qué trata, y de qué no; porque si se trata de enfrentar dos posiciones irreconciliables en origen, algo se hizo muy mal.
No se trata de saltos o sobresaltos, ni de metáforas, ni de signos o símbolos. Se trata de cambio.
No se trata de prescindir del pensamiento de izquierdas (tal vez ni siquiera de sus errores), se trata (hegemonía es retórica) de reformular ciertas propuestas haciéndolas asimilables a ese amplio sector de la sociedad que, aun sabiéndose en riesgo de debilidad permanente, recela de ideologías explícitas. Se trata de ser razonable, didáctico, y elocuente, y de entender la coherencia como un adhesivo de plazo largo, de transmitir voluntad de entendimiento y de orden. En Podemos no caben ni el miedo a disentir ni el miedo a ceder. Si se teme a algo que sea a dejar de crecer (en extensión, no en fila), de crear soporte (no cuña).
Esa es la línea más gruesa, pero no la más densa. Hay cuestiones que en Vistalegre II deben (deberían) quedar clarificadas para los próximos años, pues de ello depende la supervivencia de un Podemos con el que se sienta a gusto e ilusionada una mayoría suficiente.
No se trata de plantear consultas con mayor o menor frecuencia (que también), sino de implicar en un diálogo permanente a quienes mejor conocen los problemas y sus respuestas, es decir, a la sociedad civil a través de sus propias organizaciones.
No se trata (sólo) de construir una estructura más o menos horizontal (más), se trata de establecer escenarios lo bastante despejados, informados y autónomos como para que ésta se construya a sí misma, cobre conciencia.
No se trata de Patria (escabroso concepto, a pesar de su bienintencionada defensa por parte de Errejón), se trata de solidaridad, de garantías, de comunidad de comunidades, de redefinir el Estado y de redefinirse en él.
Por último, no se trata de ponerle «fecha de caducidad» a nadie, se trata de no permitir excepciones a una limitación que tiene (tuvo) un motivo: no concentrar decisiones, no forjar políticos «de carrera», no permitir que nadie haga del poder su vida; porque donde las circunstancias justifican cierta lasitud en la aplicación de principios ampliamente consensuados, las «circunstancias» tienden a alargarse indefinidamente.
Pero el sonido del salto, en el haiku de marras, no sólo evidencia la pasividad que no habíamos percibido antes de que se produjera, también anuncia el final del invierno, preludia (en efecto) el cambio; tras él se adivinan, renovados, el movimiento y la acción; aunque aquellos que libran batallas personales (tirios o troyanos) no quieran pensar en ello, aunque prefieran quedarse cómodamente pensando eso, que sólo es un ¡plop! en mitad del invierno.
Post scriptum: Discutir sobre personas, y no sobre ideas, es como discutir sobre los actores y no sobre la obra. ¿Os imagináis a Shakespeare amenazando con quemar Hamlet si no hace el papel principal? Hay argumentos que parecen lógicos, pero sólo son preventivos. Vuestra es la obra de cuya calidad dependerá que resista la intervención de actores malos, regulares o buenos. Sólo un mal director (confiado en un mal público) le dará más importancia al casting que al guión.