Ella entra en la tienda de antigüedades. No se fija en el espejo que cuelga de una de las paredes; pero sí el espejo en ella…
Tras leer que Iglesias y Errejón habían debatido sobre cuestiones de tono en twitter (cualquiera puede darse cuenta de que términos como «debate» o «tono» están fuera del alcance de twitter, pero son los que subraya la prensa), a servidor le ha venido a la memoria una cita del Diario de un seductor, de Kierkegaard, que (como suele ocurrir) no aparece en el libro por ninguna parte y que se ha visto obligado a inventar.
Se ha puesto a pensar, entonces, qué le ocurriría a ese relato (que no lo usa servidor como modelo de nada) si se le cambiase el tono, y no ha encontrado argumento que no conduzca a que dejaría de ser el mismo relato para volverse otro, quizás violento, o cursi: otro. ¿Significaría lo mismo el Ain’t Got No de Nina Simone si lo cantase Ana Belén? Tampoco se imagina servidor a Nina Simone cantando La muralla. Cada una en su tono, cada una en su contenido.
Los escritores (y los aludidos lo son) sabemos que la diferenciación entre fondo y forma sólo existe cuando chirría. Dicho de otra manera: ninguna discusión sobre tono, o sobre forma, es realmente otra cosa que una discusión sobre fidelidad al contenido. El estilo del texto es el texto o trabaja contra él: cosa distinta (claro) es que el autor, personalmente, no resulte sincero, simpático o sensato; en cuyo caso nos hallamos ante alguien que tal vez no debería de representar sus propias obras. El actor no es la forma de Shakespeare como el vaso no es la forma del agua. Sea como fuere: la mejor manera de seducir es siempre centrarse en la persona a seducir, mirarla a ella, escucharla a ella y dirigirse a ella.
Sin embargo, la palabra seducción no acaba de funcionar bien en este contexto (el de una diferencia política): no es pública. La seducción es siempre un proceso privado en el que el seducido es el protagonista y el seductor la víctima; por más que, aquí, la víctima lo parece no de sus instintos primarios, sino de esa envenenada pero moderna forma de entender la política como simulacro de la política. Aún así (aunque preferiría que la expresión elegida remitiese a esa elocuencia que nace de la necesidad) servidor aceptará la metáfora.
Con eso (elocuencia) y desde ahí (necesidad) hay que enfrentarse al bulo, profusamente propagado por la derecha, de que en todas partes cuecen habas, la política hace al canallas como el látigo al esclavo y no merece la pena pelear por ideas o movilizarse por utopías. En ese sentido no hemos cambiado en nada la percepción general desde que comenzó todo esto, por más que repitamos hasta la saciedad que quien se declare convencido de que el capitalismo termina bien es un mentiroso o un tonto de solemnidad al que habría que cantar aquella preciosa copla de Tip y Coll que decía:
Si usted quiere ser feliz,
y vivir sin un complejo,
vaya al médico enseguida
y que le venda un armario.
Pero hemos ligado derecha a buenas formas y dinero, e izquierda a violencia verbal y escasez. El tono (por tanto o, si lo prefieren, por tontos) trabaja contra nosotros. Que somos tontos de solemnidad es, por cierto (basta con ver con qué cosas nos amenazan), uno de los mejores argumentos íntimos del enemigo. Quizás haya llegado el momento de sorprenderle y, para variar, ser deliberadamente consecuentes con un programa al que sienten tan bien, tan bien las ideas utópicas como a sus defensores la controversia. La controversia decretó la humanidad de los esclavos; la controversia es la sal de la emancipación. La controversia no admite frivolidades, ni soluciones «formales».
Si finalmente Podemos no se decide a facilitar la investidura de Sánchez sin enredarse en más pactos, etcétera, es decir pasando a la oposición (lo que personalmente seduce a un servidor) con la actitud de examinando de quien conoce las dificultades, el discurso, electoral, habrá de ser necesariamente epidíctico, y habrá de apelar a las expectativas de una mayoría a la que conocemos bien y que ha estado ahí, en posesión del contenido (énfasis, por favor), desde antes de que naciese Podemos. Si se la escucha con atención, si se la mira y se asume su impulso (y no sólo se aprovecha) más pronto que tarde se sabrá verdaderamente reflejada y con suerte, mañana, hablaremos del gobierno.