Hace ya mucho tiempo, la generación de un servidor se encontró tomando una decisión difícil. Debía votar una Constitución que no le gustaba pero que necesitaba con urgencia. Votar en contra, sin embargo, era sumarse a las propuestas de la derecha, votar a favor hacerlo a las de la izquierda entreguista, abstenerse dejarse superar por los acontecimientos a cambio de un gesto condenado a la invisibilidad. La solución, entonces, apareció un día, ya cercana la fecha decisiva, escrita en las paredes de algún pasillo universitario: «Sé menor de edad, ten la edad de Rimbaud». Quienes disfrutaban entonces la edad de Rimbaud están ahora preparándose para escoger la clase de anciano que desean ser. Tampoco hay muchas opciones. A partir de cierta cantidad de experiencia (si uno no se decide por la trágica abstención) se es una autoridad, un pesado o un adorable abuelo. En resumen: entre aquel momento y hoy ha transcurrido eso que los encuestadores, sociólogos y publicitarios llaman la vida activa de una generación cuya peripecia representaríamos a la perfección trazando un arco horizontal sobre una pizarra recién borrada.
Si nos fijamos bien, tras las anchas bandas blanquecinas dejadas por el borrador puede leerse lo que decía la pizarra el día anterior. Puede leerse lo que, contemplado con toda seriedad una semana antes, dejó de ser considerado de pronto un objetivo «realista». La igualdad, la confederación, el concordato, la OTAN, la república fueron temas que desaparecieron de la pizarra bajo la resistente apariencia del arco de tiza que, por entonces, sólo se mostraba como una vigorosa línea ascendente.
Tras toda una vida productiva, la pizarra sigue dejando adivinar gran parte de lo borrado, y algunas proposiciones podrían parecerle al observador parcialmente recuperables. Pero hay algunas que nunca llegaron a escribirse. No es que no se contemplasen (seguramente se contemplaron como, según parece, puede el ojo humano contemplar un sólo fotón: bajo alguna forma de intuición irrelevante sobre su paisaje imaginario) sino que se toparon con algo que, en el ser humano, es y será siempre una tara; se toparon con eso de lo que nunca se habla más allá de una copa nocturna o un deseo pueril de llamar la atención: lo ideal.
Por supuesto sabemos que hay cosas que deben de ser como deben de ser, pero nos engañamos, fingimos, olvidamos u omitimos, nos hacemos los tontos, mentimos o percibimos tan, tan pequeña la región donde se señala, tan difícil la meta que se persigue… Lo que haga falta, hacemos lo que haga falta… para conseguir que lo ideal no funcione.
La relación funcional entre los representantes en las instituciones del estado y los partidos que los proponen (y la organización interna de los mismos) constituye uno de esos artefactos que nunca hemos querido que funcione de verdad. La diferencia previsible en la evolución de un propósito cuando éste se mueve entre el partido como instrumento del pueblo y el partido como instrumento de los cargos públicos no parece ser un tema del que nadie desee hablar. Es incluso un tema del que pueden llegar a prohibirle hablar a un viejo que no sea un pesado o un encantador ancianito.
Es tan solo un ejemplo sin importancia, ocurrido en una esquina del mundo a la que no hay necesidad de atender, pero leyó servidor hace unos días un comunicado que, con ínfulas de oficialidad incontestable, en ejercicio de voz del poder puro (el que decide entre lo importante y lo secundario arbitrariamente) advertía de la inexistencia de un Círculo comarcal (del Bierzo) imponiendo la superioridad del cargo legislativo sobre la funcionalidad del organizativo (o sea: sin consultar a nadie, y anteponiendo la influencia personal a la necesidad de unas estructuras que permitan consolidar la interlocución con la ciudadanía). Dejando aparte el hecho de que dicho círculo fue el primero de los que se formaron en la comarca, que desde él se propagó el diagnóstico y se hizo crecer el valor del gesto y que de él salieron todos los que hoy funcionan en el territorio, a servidor no le alcanza el magín para entender dos cosas: ¿por qué el Bierzo (o la Rioja, o las Cinco Villas) no puede tener un círculo propio (coordinador, no electoral) y por qué a quién quiera que sea el autor de la pragmática de marras no le gusta que la gente se organice en torno a una coherencia colectiva de cuyo carácter histórico, a estas alturas, no duda nadie y de cuya necesidad política dudan sólo los centralistas de la peor ralea? Le gusta haber sido aupado por la comarca, pero reconocer a la comarca pone en peligro su plan, que apunta más lejos. Así que de abajo a arriba para conseguir ir de arriba a abajo en el ejercicio de lo prestado como si fuese propio. Lo siguiente es comprender que debe de recibirse antes al empresario que al trabajador, es más propio de la nueva condición adquirida. Servidor está cansado de explicar el concepto: el partido es propiedad de la gente y así una instancia superior al gobierno o no es nada. Y en el caso de Podemos, la afirmación es la identidad. Por tanto… etc… Aunque: estas pequeñas exhibiciones de mando tienen lugar en un país en el que se abren parques caninos sobre las fosas del franquismo y en el que un rey impuesto por un dictador encarga gobierno a un partido corrupto, así que cuando servidor habla de «ejemplo sin importancia» no está siendo sarcástico.
Pues eso (porque de ciertas borraduras mal escondidas vienen ahora estas ofuscaciones) servidor vuelve a verse en la tesitura de tomar imposibles decisiones frente a una pizarra sobre la que, con aparente seguridad (aparente seguridad) se traza un línea en principio ascendente que, sin ningún género de dudas, conducirá a un error político, pues se traza desde la falsa seguridad de una tara humana (tan humana como otras contra las que por definición peleamos), y también estratégica. Podría servidor guardar silencio en nombre de tales y cuales causas mayores, pero no quiere hacerlo. Y no porque sea una autoridad, que no lo es, ni porque espere que se le perdone por nostálgico o por encantador su pretensión de rehacer este país de abajo a arriba, entero, sino porque hace ya muchos años, tantos como para llenar lo que se llama una vida productiva, activa, que sabe que fuera de la clandestinidad no hay salvación (no hay nada) y que debe defender cada vez lo más difícil. Desde entonces tiene servidor la edad de Rimbaud, ya ven.