Dicen que cuando se cierra una puerta, otra se abre; y desde luego en esta casa es cierto. Al final del verano, o en los primeros días de otoño, deja de cerrar la puerta de la cocina, que no vuelve a hacerlo hasta el año nuevo, fecha en la que toma el relevo la del comedor. Servidor inserta cuñas aquí y allá, arriba o abajo, en pos del calendario hasta llegar al portón de la bodega grande, cuyo desacato, que de otro modo se alargaría hasta la primavera, requiere una intervención más profesional (es decir, violenta). El momento de máxima gravedad parece superado, sin embargo, y salvo alguna breve helada tardía, que podría hacer necesario calzar las batientes del sequero, los parches cumplirán su labor, mal que bien, hasta caerse solos en abril. Entonces hay que buscar las piececitas tras los muebles y bajo los sofás, que es donde por lo general acaban antes de haber servido de juguete a los gatos.
— ¿Es una metáfora?, pregunta Pangur mientras trocea un periódico.
— ¿A ti te parece una metáfora?, ¿no me has visto hace un rato trajinando con el martillo?
— No me acuerdo.
Lo malo de hablar con un gato es que no hay forma de mantener una mínima línea lógica. Lo bueno es que todo lo que le dices le parece un acto creativo sin parangón, una metáfora in absentia digna del bardo más reputado. Pero a servidor las metáforas, y en general el lenguaje figurado, se le está últimamente atragantando sobremanera, y directamente apaga el televisor (y eso que ha desintonizado TVE1 hace meses) o cierra el periódico y lo arroja al cesto de encender la chimenea, cada vez que se encuentra con la expresión «es como…» Por ejemplo, cuando lee que Garzón dice que «los políticos han de ser el espejo en el que se mire la sociedad», tira el periódico.
En particular esa imagen del espejo es nefasta. ¿Qué intenta insinuar?, ¿que los políticos corruptos son los legítimos representantes de los ciudadanos corruptos? Ya ha dicho servidor por activa y por pasiva que los políticos deben ser un modelo, y no reflejo de nada. No tiene sentido insistir en que lo del espejo no es más que una solapada (y en el caso de Garzón, no intencionada) justificación. Tampoco tiene ya mucho sentido quejarse del deterioro moral e intelectual al que se nos somete a diario. Pero como servidor, ayudado por su gato, está troceando algunos de los periódicos del cesto y haciendo bolitas para encender una lumbre nueva, las noticias pasadas se le aparecen en titulares en cuanto se desconcentra (lo que no le es difícil dada la naturaleza de su trabajo); especialmente cuando la noticia es de esas cuyo encabezado reproduce alguna declaración entrecomillada del político aludido.
Últimamente los políticos se parecen demasiado a lo malos poetas y cuando dicen, a lo mejor, que «necesitamos regenerar la democracia» suena como si dijesen que «hay pájaros desnudos (sic) detrás de las palabras». Casi todo es mala poesía, o mala crítica (servidor leía en un artículo sobre el último libro de don Antonio Gamoneda, Canción errónea, hace pocos días, la siguiente frase: «podemos convenir de que su lenguaje está sumamente cuidado, es muy voluntariamente significativo…»; aunque como lo leyó en la Internet no lo pudo echar al cesto).
No todo es metafórico en el cesto. A la hora de prender la leña pagan a veces justos por pecadores y junto al inspirador «no sé ni lo que he dicho» de doña Beatriz Viana, nuestra hipersocrática directora de la Agencia Tributaria, hay magníficas perlas de buena prosa directa, frases que, esta vez sí, son espejo de la realidad («cura travesti dueño de un sex shop detenido por traficar con metanfetaminas») o de la política («el Gobierno crea un Consejo Asesor para decidir cuántos consejos asesores elimina») o de la ciencia estadística («según un estudio británico, 49.999 personas pierden 10 minutos al día leyendo noticias que parecen mentira pero no lo son»).
— Mira esta. Pangur le ha puesto a servidor delante de las narices una hoja de a saber qué periódico; tiene que echar la cabeza hacia atrás para leerla: «Bruselas oculta el salario neto de los comisarios por dignidad humana«. Más abajo se asegura que el sueldo bruto de José Manuel Durão Barroso supera los 30.500 euros mensuales y el de un vicepresidente del Ejecutivo comunitario los 27.300
— ¿Será para que no roben?, quiere saber.
— …
— …
— Bueno, parece que esto ya está. Pon unas ramas de esas pequeñas mientras voy por algunos troncos.
— ¿Dónde?
— ¿Dónde voy o dónde las pones?
— ¿Poner qué?
Servidor decide no responder y sale al garaje a buscar la leña. El perro Fiel, insensible al frío viento y al aguanieve que no deja de caer, le acompaña dando saltitos de monstruo a su alrededor, a la ida, e intentando quitarle uno de los troncos, a la vuelta. Cuando finalmente consigue cerrar tras de sí, con el pie, haciendo malabarismos, el portón de la bodega grande y llegar hasta la bodega pequeña, frente a la chimenea, las bolitas de papel han desaparecido y Pangur y su gato Yogur miran a servidor con gran seriedad. Servidor deja la leña en el suelo, junto a las ramitas, y, justo cuando está a punto de abalanzarse sobre los circunspectos felinos, Raquel baja de la cocina con un paquete en la mano del tamaño de un libro.
— Se me había olvidado. Compré pastillas de encendido, ecológicas. Toma, enciende la chimenea, anda, no estés ahí sin hacer nada. Y vosotros -le dice a los gatos- venid conmigo, que os voy a poner una latita…
Pronto está chisporroteando el fuego y servidor acerca las manos para sentirlo antes de decidirse a coger la escoba y sacar las bolitas de papel de debajo de la alacena. Arriba se oye a Raquel, hablando a los gatos con esas palabras que sólo usa con los animales y cuyo significado es pura melodía, música de programa. Servidor, que como saben sus lectores, es tonto, piensa que, después de todo, puede que no asegure las puertas de su casa por culpa del tiempo, sino de los tiempos, y de repente recuerda aquel verso de don Jorge Guillén: «Calor, amor. La historia tras la puerta».