Estaba servidor acordándose de Donat Mbuyi, un actor de ascendente éxito en Kinshasa que, tras ser detenido y encarcelado por oponerse al régimen de Kabila se vio empujado a escapar de su país y, a trompicones, llegar al nuestro en busca de un futuro que le permitiese seguir siendo lo que siempre había querido ser. No lo tuvo fácil, y anduvo de empleo en empleo mientras visitaba representantes y compañías productoras que apostasen por él. Hace cuatro años de la entrevista que le hizo María Antonia Sánchez-Vallejo en la trasera de El País, a cuento de cierto documental de Luis García Ferreras que contaba las andanzas del congoleño, y viendo ahora su fotografía (que es la de un hombre «de una pieza», aire intelectual y mirada distante, como conviene a un actor poseedor de su propio drama) se pregunta servidor cómo le habrán ido las cosas; pero si se acordaba de él era porque acaba de leer que la Fundación Nacional Hispana para las Artes (NHFA) ha pedido a los espectadores que boicoteen la película Olympus Has Fallen, rodada en Holliwood por el más bien corrientito Antoine Fuqua. El motivo: contratar a un actor anglosajón para interpretar a un personaje latino. Y es que una de las quejas de Donat era que siempre le llamaban para hacer de negro.
Hay una gran cantidad de papeles cuya interpretación no exige del actor unas características previas que éste no pueda fingir o, simplemente, ignorar. Blanca Portillo ha demostrado hace bien poco que se puede convencer al público con una interpretación memorable del Segismundo de La vida es sueño sin ser polaco; pero hay papeles para los que hace falta encontrar a un negro o pintar a un blanco (el rey Baltasar, por ejemplo), y esos eran los que le daban a Donat.
No recuerda servidor que nadie haya protestado nunca porque el papel de Shylock, de El mercader de Venecia, lo hiciera un gentil, o por que el de príncipe Faysal, en Lawrence de Arabia, lo hiciera Alec Guinness, un londinense de pura cepa (convertido, por cierto, al cristianismo romano por culpa del padre Brown, el de Chesterton, sí). Lo que es seguro es que la compañía de teatro que tenía Donat allá en la República Democrática del Congo no siempre contrataba blancos para hacer de blanco.
Hay actores, como nuestro magnífico Bardem, tan aficionado al disfraz, cuya obsesión por sustituir, que no representar, al personaje que toque roza lo desmedido. No vale la pena convertirse en alcohólico para hacer Falstaf, o arriesgarse a la muerte por inanición para ser Fantine, porque no es necesario. ¿Se imaginan ustedes una versión teatral de Toro Salvaje en la que el actor a cargo del papel de La Mota tuviese que engordar 27 kilos y perderlos todos los días? Y ¿qué sería lo siguiente?, ¿propinarse auténticos puñetazos en nombre de la «naturalidad»? Que no, caray, que no; que si no es necesario ser extraterrestre para hacer de Klaatu, tampoco es vender a una madre haber nacido en Denver, Colorado, y ejercer de vicepresidente Rodríguez en una película mala. Claro que la NHFA debe velar por sus afiliados, pero ¿y si para sustituir a ese americano que parece latino hubiesen enviado a un latino rubio y de ojos azules?, es decir: ¿cual es el criterio exactamente?, ¿ser o parecer? Si de verdad se desea defender lo propio más valdría preocuparse (un poco) por ese empeño de nuestro querido Werty por que rodemos las películas españolas en inglés. Eso sí que es vender a una madre.
— Pero por una buena causa, Suñén, por una causa patriótica.
Dejando correr el aspecto esquizofrénico-realista del problema que le señala su gato, servidor encuentra cuando menos confuso que el mismo ministro de cultura que se empeña en que los catalanes hablen español en la intimidad, quiera que Curro Jiménez, Torrente, don Friolera o don Quijote, si se tercia (y salvando, por favor, las distancias), hablen inglés en público. Ya puestos, que lo haga idioma oficial. En cuanto a la película de marras, servidor defiende su boicoteo; aunque por razones muy distintas a las de la Fundación Nacional Hispana para las Artes, por razones puramente estéticas.