Pangur está indignado porque en la serie esa sobre La Biblia que está emitiendo Antena 3 se saltan muchísimas cosas. En particular le molesta que se haya suprimido Números, que es uno de sus libros favoritos. Además le parece una inequidad (sic) que casi ninguno de los actores sean judíos y que de Sansón hiciera un rastafari al que, para más inri, le corta el pelo Dalila personalmente, cuando el texto original dice claramente que ella lo hizo dormir sobre sus rodillas, y mandó llamar a un hombre que le rasuró las siete trenzas de su cabellera.
— Exacto: Jueces, 16:19. Me extraña que el gremio de peluqueros no haya puesto el grito en el cielo.
— Antiguamente eran más puntillosos con esas cosas.
— Ya te digo. Y, además, «siete trenzas», siete, no setenta.
— Lo de la Biblia no deja de ser curioso, porque ni los cristianos más fanáticos parecen habérsela leído de verdad. Como mucho han visto la película aquella de Cecil B. DeMille, Los diez mandamientos, en la que Charlton Heston bajaba del monte con las tablas de la ley y…
— Lo cual tampoco es del todo correcto.
— ¿No?
— Es evidente que los mandamientos originales los tuvo que negociar Moisés con el Becerro de oro, pero no me hagas hablar…
Servidor no tiene la más mínima intención de tirar de la lengua a su gato, porque sabe hasta qué disparatados lugares es capaz de extenderse; tampoco le preocupa tanto como a él la manipulación cinematográfica de las viejas y hermosas historias bíblicas. Se han visto cosas peores, adaptaciones deleznables de Homero o de Shakespeare… Aunque hay una diferencia: la adaptación bíblica rara vez sirve a la intención del relato, sino a la intención de quienes se consideran dueños del relato. No fortalecen el pensamiento crítico, el alma.
— ¿Pero tú tienes alma, Suñén?
— ¿Y cómo iba a poder hablar contigo si no, tarugo?
— ¿Inmortal?
— No, de ateo. Muy formal.
Por cierto, que unos quinientos ateos consiguieron manifestarse en Lavapiés, sacando en procesión la tetera de Russell, este viernes pasado, pacíficamente y sin que se registrasen incidentes a pesar de la presencia policial. Lo han hecho para reclamar libertad de expresión, contra la prohibición de la «procesión» que tenían previsto celebrar el jueves y para demostrar que de Estado aconfesional nada.
— ¿Qué tetera es esa?
— Es un ejemplo que usó en 1952 el filósofo Bertrand Russell. Viene a decir que si él asegurase que entre la Tierra y Marte hay una tetera indetectable girando en torno al sol, nadie podría refutarle.
— Cierto.
— Cierto, pero si añadiese que, por ello, dudar de su aseveración es intolerable y punible, se le tacharía de loco.
— Con toda la razón.
— Sin embargo, prosigue, si la existencia de la tetera se afirmara en libros antiguos, se enseñara en las escuelas, se repitiera a diario en casa y cada domingo en la iglesia, quien dudara de ella sería considerado un enfermo, o un peligroso sacrílego.
— Ya veo.
— A lo mejor por eso, en España, durante la Semana Santa (que servidor tolera por respeto, pero también por no perder días libres) nunca ponen en la tele, no sé… La vida de Bryan.
— Eso me gustaría verlo.
— En serio: parece que sólo se consideran pertinentes esas adaptaciones didácticas que, concebidas como Historia verdadera, presuntamente, arrojan luz en lugar de, como debe de hacer todo buen libro, reflejarla.
— Menos si es electrónico.
— Tienes razón. Otra imagen que ya no sirve.
Sólo hay espacio, entonces, en Semana Santa, para esas historia que no deben ser interpretadas, que no están ahí para invitarnos a la reflexión, sino para afirmarnos en una credulidad acrítica, inmovilista y manipuladora. Y es una pena, porque los libros de la Biblia son en su mayoría sobradamente sólidos como para ser discutidos y analizados desde una lectura literaria creativa, gratificante y estéticamente valiosa. Algunos, sin duda, se cuentan entre los más bellos del mundo.
— Como Números.
— No te pases.