Leer la prensa se está convirtiendo en un trabajo penoso que no sé si nos merecemos. La verdad es que cuanto más lo pienso, más me parece que nadie debería, por obligación, estar informado de lo que ocurre fuera del círculo que es capaz de recorrer su gato a lo largo del día.
Esa necesidad de luz no es síntoma de una sociedad sana.
Pondré un ejemplo: tengo una mahonia que estorba en el camino a la huerta y, si bien puedo desviar el camino un poco, necesito hacer cálculos muy serios para resolver el problema. Cálculos que nadie me enseñó nunca a hacer y que quizás no tengan una solución. ¿Estaban ustedes informados de esto?
No, claro, ni les importa lo más mínimo, porque ni mi mahonia ni yo estamos en el foco de ustedes.
— El foco.
— El foco.
El foco es una cosa grave, si uno lo piensa bien, porque no depende de uno o de otro, sino que responde a una necesidad de atención generalizada, de dar un servicio, de darnos un servicio, de iluminarnos pretenciosamente.
Otro ejemplo: el vecino no paga la electricidad porque es ex empleado de una conocida compañía eléctrica, de modo que su jardín (por llamarlo de alguna manera) se adorna por las noches con unas farolas que, a buen seguro, encontrarán vida extraterrestre antes que la NASA. Tanto brilla que tiene que cerrar las persianas para dormir. Yo, sin embargo, soy un admirador del cielo nocturno y de esas noches en las que un caminante honesto y valeroso no debe fiarse ni de las apariencias ni de las apariciones.
Miro arriba, o abajo si la luna llena ilumina la modestia nocturna de los capilotes. No se trata de ver solo lo que quiero ver, sino de que el progreso no me lo impida.
No es una vida fácil la que defiendo, seguramente es difícil, pero también es buena: te permite sopesar lo que te interesa, atender a lo que necesitas y distraerte bajo tu responsabilidad.
Mi otro vecino, hombre culto y discreto, me hace notar que gracias al foco de marras puede leer por las noches sin hacer gasto, como si viviese en Laponia. No le falta razón, pero lee libros, no estrellas y yo leo libros y estrellas y cada cosa a su hora.
A lo que voy: ayer, puntualmente, pasé el día intentando devolver un pajarito caído del nido a sus progenitores sin que el perro y los gatos detectasen la jugada; las estrellas me interesan espacialmente y, temporalmente, cómo sacar del camino una mahonia sin dañarla, pero el foco que está quieto en el jardín del vecino amenazando con iluminarse a sí mismo durante toda la eternidad (lo que es tan absurdo como iluminar cosas diferentes constantemente) no debería de merecerse ni un segundo de mi tiempo. Si la prensa diaria es, con respecto al foco (entendido ahora de forma abstracta) como una bola de discoteca, la casa del vecino es como uno de esos periódicos que anunciaron a cinco columnas la muerte de Kennedy y que alguien enmarcó y colgó en su salón el 23 de noviembre de 1963.
Naturalmente podría mudarme. O construir un tortuoso bosque alrededor de mi casa, lo cual, de paso, solucionar el problema de la mahonia.
Su foco, de ustedes, ¿quién lo enciende, y cuando? ¿Quién decide cuál es el foco de la noticia que debe conocer, o del callejón que debe frecuentar? ¿Por qué Israel ensombrece a Colombia o Marruecos a la trama mafiosa del PP (de Rajoy, otro foco)? ¿Por qué tiene usted miedo a los okupas o se ha puesto a dieta, o sale a la calle sin necesidad para disfrutar del progreso que ilumina la ausencia de luz que reclaman los sueños verdaderos, los que sirven para no ser abducido por la realidad?