Los fantasmas, en general, como las tonterías, se investigan de noche. Durante el día la gente tiende a ignorar la presencia de lo fantasmagórico como de lo irreal igual que huye de cualquier pérdida de tiempo no deseada y eran las diez de una mañana fría como la de los días que van en serio así que aquella figura con cabeza de hongo, que nadie se había traído de la cama, era un perro. No podía ser otra cosa. Servidor, dijo:
— Te llamas Fiel.
La figura no dijo nada. Si se movió lo más mínimo no fue con ánimo de informar de intención o de reacción a un servidor, que insistió:
— Ven, Fiel.
La figura inició una carrera profesional, pura tras la palmada de un servidor, atlética, vendida hacia adelante y claramente desproporcionada en relación a la distancia entre ambos; una carrera preciosa que lo depositó de una sola zancada contenida a los pies de un servidor, que disfrutó el espectáculo, el músculo, el péndulo, la paz. Aquel animal que empezaba siendo un labrador y terminaba siendo un mastín leonés sabía lo que hacía y no sabía por qué lo hacía y necesitaba saberlo. Carecía de partes. Y si servidor hubiese podido elegir, se hubiese quedado con la belleza del gesto. Quiso quedarse con la belleza del gesto, y con todo. Y lo hizo:
— Fiel.
Fiel se recostó en el suelo con las patas hacia arriba. Tan resuelto como entregado. Tiene un manto atigrado cuyo acertijo blanco y negro se resuelve en una cabeza noble, carbonera, solvente, decidida y amistosa. Lleva blancos los botines; lo que hace que parezca el dueño (aunque discutible) de lo que pisa. Servidor hincó la rodilla en tierra, le puso la mano sobre el pecho, lo miró a los ojos y repitió en tono del que da la extremaunción:
— Fiel.
El animal desvió la mirada. La nueva forma de ver las cosas vuelve “notitia criminis” sus primeros retratos. Habla el miedo y escucha la experiencia. Son decisiones rápidas, instintivas, que pueden ahorrarte muchos problemas o causártelos. Se trata de saber quién manda. El animal desvió la mirada y ofreció el cuello. Su bienestar no era suyo ni la reacción era amor. El amor es un sentimiento con el que un perro no puede estrenarse. Pero era una reacción correcta.
Consiguió en cualquier caso, Fiel, no existir de repente, guardarse cierto misterio a pesar de lo visto, y se tomó un tiempo para entregarse, se fue significando hasta desbancar a la suerte, huyó hasta su destino muy prudentemente, jugó sus cartas (malas) con habilidad prometedora. Cuando decidió que lo que le ocurría era producto de un intercambio concluyó que se quedaba. Dio el paso. Primero se quedaba junto a la puerta de atrás, por la que entra el coche, nos saludaba cuando nos veía salir y nos celebraba cuando entrábamos. Aceptaba encantado nuestras invitaciones a pienso y agua; pero no intentaba quedarse. Aún no. No sabíamos quién es porque no sabíamos de quién era. Y su nombre se lo ha inventado un servidor, que nunca se cansa de ser decepcionado por sus ideas. El nombre era una baza muy importante en la negociación. Cuando aceptó un nombre, aceptó una función. Dio un paso y con él nos dio un trabajo. Así que si pensaba en otras cosas servidor, como suele, se equivocaba. Uno de esos momentos en que la decisión cambia la vida se había detenido frente a un servidor, y frente a Fiel: que no decidía de quién ser, sino si ser o no ser de alguien. La decisión de un servidor era más simple.
Supone servidor que cada cual tiene sus motivos, pero Fiel es un perro y su sentimentalidad respeta las limitaciones propias de quien tiene sus deseos tapiados por su profecía y sus motivos por una memoria de segunda clase. Tiene amor propio de perro y corazón de ser humano, Fiel. Él, desde luego, está aquí por la misma razón simplicísima por la que servidor escribe: no puede evitarlo (lo haría si pudiera), quizás porque escribir es su forma de pensar de un servidor y quizás porque estar es la forma de pensar de Fiel. Hay quien no puede ser sin su último recurso y el ser humano es siempre el último recurso para un perro, también para un poeta, pero no para un gato: el gato tiene opciones.
— O él o yo.
— Pangur, por favor, no seas melodramático.
— ¿Tú me defenderás?
— Tú eres mi amigo.
— Entonces que se vaya.
Pangur es un prodigio en la distancia corta. No hay que preocuparse.
— ¿Y tú, eres mi amigo?
— Está bien, que se quede, pero lo voy a tener muy vigilado.
Ahora sólo hay que preguntarle a Raquel. Si todos estamos de acuerdo, Fiel va a adoptarnos. Así que servidor entra en la cocina, abraza a su chica y le pregunta si le parecería bien quedarse con ese perro que anda rondando la casa. Le parece bien. La verdad es que estaba esperándolo. Entonces vinieron de la protectora con un veterinario que, demostrando su buen sentido, le hizo firmar a un servidor, y no al perro.
— Porque lo adoptamos nosotros a él, si no te importa.
No. A servidor no le importa; aunque sabe que Fiel, de momento, no las tiene todas consigo. No hay prisa.