Vivimos bajo un petit franquismo viendo condecorar a civiles uniformados mientras los curas, reacios como en los viejos tiempos a condenar lo condenable y defender lo que es justo, se inmiscuyen en la educación como en la política y nos preparan para el futuro: una suerte de Far Wert en el que sólo quien porte crucifijo al cinto será tenido por culto. La iglesia, al menos aquí, siempre le ha procurado al poder esa mansa mano de obra lo suficientemente masoquista y crédula como para no llevar dobles cananas.
El que sí que las lleva, por cierto, es Ruiz-Gallardón, quien ahora que Aznar amenaza con soplar y resoplar y derrumbar la casa de los guiñoles de Intereconomía dándose un petit golpe de estado a sí mismo, quiere oportunamente convencernos de que lo progre es ser retro. Antiguamente, en los albores de la transición, se llamaba a eso estar como las maracas de Machín, pero bajo el petit franquismo se llama automejora diferida.
Lo de la automejora lo ha leído servidor hace poco, en el cuarto de baño, y es la capacidad que tenemos los seres humanos para considerarnos mayoritariamente por encima de la media. No se sabe muy bien qué mecanismos neuronales intervienen en semejante imposible, pero es cierto que la gran mayoría de los españoles son, en su propia opinión, superiores a la media nacional, prueba de ello es que votaron a la derecha a ver si se les pegaba algo del dinero y la tradición de mando que, en su propia opinión, se merecen. La media nacional, como es lógico, se siente ninguneada y se plantea si no debería de formar partido político. Sería un grave error. Lo que debe de hacer la media es mantenerse en su neblinosa tierra de nadie y reafirmarse en la indignación escuchando, vigilando, movilizando, denunciando, exigiendo (mejoras, no automejoras).
La automejora es un arma de doble filo, y ninguno es bueno: por un lado crea monstruos capaces de vender justicia, ilegalizar libertades o penalizar víctimas, pero, por el otro, puede llegar a hacernos creer que somos lo bastante fuertes como para rebelarnos contra los tontos del culo abandonando la clandestinidad.
Así se llama (Tonto del culo), el primer single del álbum La divina comedia que el artista Ai Weiwei, clandestino devenido cantante, ha presentado recientemente con el noble propósito, dicen, de reírse del poder del gobierno chino. Servidor no ha añadido eso de «chino», lo hacen los medios para dejar claro que Ai Weiwei es bueno y sólo se ríe del poder de los países malos, no como Bárcenas.
Es que otro que podría parecer tonto del culo si no fuera porque nos consta que es listo como un lince es el abogado de Bárcenas, que ha preguntado al juez si «los papeles» no podrían haberse falsificado con «Corrupt Script«. El hecho de que dicha tipografía se haya realizado inspirándose en la letra de Bárcenas (es decir, con posterioridad a la publicación de sus notas) no parece preocupar al «letrado». ¿Y qué? Bajo el petit franquismo la inmensa mayoría es superior a la media (tanto que a Werty le nombrarán el día menos pensado ministro de «Educación y Culto») y comprende perfectamente que la ley de causa y efecto no tiene porqué recibir mayor atención que en general la ley.
El que definitivamente sí que era tonto del culo es Dominique Venner, ese escritor y ensayista de extremado rigor y de extrema derecha que se quitó la vida hace poco con una pistola de fabricación belga (lo que debe de ser significativo, pues el hombre era experto en historia de Europa y de Rusia, pero también en armas) frente al altar de la catedral de Notre-Dame de París.
Semejante tonto del culo era, además de un intelectual, exmiembro de un grupo terrorista llamado, lo crean o no, Organización Armada Secreta (OAS), compuesta por unos pocos ciudadanos franceses que inexplicablemente se sentían inferiores a la media. Dominique, en su blog (cualquier tonto del culo tiene uno), arremetía contra la llegada de inmigrantes y las uniones de personas del mismo sexo, y decía: «sin duda serán necesarios nuevos gestos, espectaculares y simbólicos, para […] despertar la memoria de nuestros orígenes». Lo de «nuestros orígenes» tiene gracia, delata por qué el suicida eligió Notre-Dame y no el Exploradôme o la Bibliothèque nationale. Entre los orígenes y las aspiraciones siempre ha habido más cultos que cultos. El ministro del Interior galo definió el suceso como «drama sin precedentes», eligiendo mal las palabras.
A servidor, que duerme ahora un poco mejor (aunque aún tiene alguna que otra petite pesadilla en el Far Wert), no le importaría que el «drama sin precedentes» resultase ser un precedente dramático de aquí a un futuro no demasiado diferido.
POST SCRIPTUM: Irónicamente, también ha resultado diferido el final de este artículo. Servidor acaba de enterarse a 25 de mayo (Día de la Toalla) de que Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior que, como su colega francés tampoco parece escoger las palabras con suficiente acierto, ha declarado «de utilidad pública» a la asociación de ultraderecha Hazte Oír. Servidor, fatalmente imprudente, podría, ahora sí y hasta el próximo sobresalto, rematar justamente su comentario con tres palabras; pero no quiere repetirse.