Está nevando en Magaz de Abajo. Nieva sobre los ciruelos en flor y el jardín parece, desde la recién cerrada terraza que ahora es el despacho de Raquel, un antiguo poema japonés. Uno que no recordamos, pero cuyo impacto permanece. La escena transmite una clase de paz que necesitábamos después de los problemas que la nueva habitación ha estado causando en forma de alfombra, mesa, estantería…
— Y un cuadro, susurra Raquel al oído de un servidor mientras lee por encima de su hombro.
— No se me olvida.
Había pensado servidor en algo muy distinto de lo que hasta ahora habíamos estado buscando. Algo alargado, realista e intencional, deshumanizado y fríamente luminoso, algo que roce la abstracción sin perder la forma. Quizás un grabado de Guinovart, ya que no puede servidor permitirse La muerte de Marat…
– Me apaño con menos, dice Raquel mientras se aleja hacia su nuevo despacho.
Aún queda trabajo por hacer: hay que instalarle una ingente cantidad de aparatos informáticos y menos informáticos (desde un scanner a un quitagrapas tipo pinza, todo menos cenicero: ya no fuma). Algo que le va a tocar hacer a un servidor sin duda ni tardanza. Estos días se han ido en un santiamén, y los próximos hará lo propio, y la Semana Santa… ya veremos. El caso es que no vemos el día en que nos traslademos definitivamente aquí. Quizás entonces aparezca el tiempo, el de verdad, no este que hay que estirar y que parece un invento del prójimo.
– Pero si vives como un Papa, oigo la voz de Raquel desde su despacho.
¿Les ha dicho servidor que Raquel le lee el pensamiento? Pero se equivoca, el Papa vive peor. Ha dicho que la vida sin Dios no funciona. La suya no, desde luego. ¡Qué cosas tiene este Papa! ¿Se han preguntado ustedes sin qué no funcionaría su vida? La de servidor, después de darle un par de vueltas, va algo mejor que la del Santo Pontífice: no necesita cosas tan enormes e inconmensurables y omnipresentes y omnipotentes, ni tiene tantos gastos, y puede que haya estado funcionando relativamente bien sin Dios, y hasta sin la Bolsa. ¿Podría vivir sin tabaco?, bueno. ¿Sin Lagavulin?, tal vez. ¿Sin televisión?, por supuesto (y sin vecinos, políticos, publicistas, curas y deportistas). ¿Sin nieve?, también (ya transcurre sin mar -la vida de un servidor- y servidor no se queja en absoluto).
Lo que no podría soportar es una vida sin escritorio. Cuántas horas habrán pasado juntos un servidor y su mesa («la mesa» es cualquier mesa susceptible de ser interpretada como escritorio, esté donde esté), cuántos recuerdos, cuántas noches de febriles pérdidas de tiempo e invenciones incomprendidas. La mesa de despacho ha sido «la otra» por antonomasia. Así es, el escritorio ha configurado su existencia para bien y para mal, y no sabe cómo Raquel ha podido aguantar tanto sin él.