La conciliation est facile sur le plan des idées vagues. Lo decía Pierre Francastel, considerado uno de los padres fundadores de la sociología del arte, y no le faltaba razón porque en efecto en el terreno de las ideas generales el acuerdo es sencillo. Servidor ha escuchado el discurso de investidura de su nuevo presidente, e incluso lo ha leído sin llevarse sorpresas y sin albergar más temores de los que ya arrastraba hace meses, y piensa, al margen de la esperable actitud adulona y de las viciosas y predecibles críticas de los representantes de la verdad desnuda, que su presidente ha estado más bien tacaño, poco imaginativo y algo asustado en su pasiva firmeza. Y aunque estaría dispuesto, por no discutir, a admitir que al fin y al cabo si alguien debe defender nuestra riqueza (con independencia de quien la amase) es un político, y que en ese sentido una firmeza pasiva puede tolerarse como se tolera la duda antes de romper el cristal que protege la manguera en caso de incendio, no puede en modo alguno engañar a sus lectores haciéndoles pensar que tenga la más mínima esperanza en que lo propuesto por su presidente vaya a atajar la enfermiza causa de estos fuegos, o a evitar que se repitan o a explicar por qué se han producido. A servidor, buen vasallo a fuer de mal cristiano, el discurso de su presidente le ha parecido un discurso más. Y, ¿ahora?
En el canto duodécimo de la Odisea, le dice Circe a Ulises: «Cuando tus compañeros se dejen atrás a las sirenas, no podré ya indicarte qué senda es aquella que debes seguir de las dos pues tendrás que elegir tú mismo: piénsalo…» El pasaje hace referencia a Escila y Caribdis, dos monstruos situados en orillas opuestas de un estrecho canal de agua, y a la dificultad de pasar entre dos males sin acabar a merced de uno u otro.
Lo que servidor ha echado en falta en el discurso de su presidente es en primer lugar una versión razonada de lo ocurrido (¿no debería tener una?) y, en segundo lugar, una invitación clara a hacer salir a este país del siglo XIX. Hay un clamor popular que exige (y respalda) cierto valor, el valor de pensar (incluso el de hacerlo más allá del borroso guión establecido), al que el presidente Rajoy, simplemente, no va a dar respuesta: su discurso responde a los mercados, no a los trabajadores a los que pide más y más paciencia. Si alguien esperaba que el número que sostenía en la mano le diese algún sentido a hacer cola, ya sabe que no. Tras la primera media hora, sólo queda seguir de pie, según parece, entre la imposición fatalista y la capitulación intelectual: ese «lo tomas o lo dejas» típicamente burgués es todo lo que al parecer define al centro. Servidor lo deja, gracias; prefiere seguir a nado.
Es cierto que hace muchos años que en este país no se hace política a largo plazo, y que no se escucha (la izquierda tampoco), pero si servidor pudiese dirigirse a su presidente (no a una moneda decidida a usarnos de escudo humano o a una financiera decidida a disparar sobre la población civil si es preciso) se permitiría, parafraseando a Mathew Arnold (un crítico más prudente que brillante, lo que lo acerca a nuestro presidente), la licencia de recordarle que la política debe ser más intelectual que el mercado, que la política piensa (el mercado no), y que un político tras el mercado es como una zanahoria tras un burro, como un marino atrapado por la corriente. Servidor lamenta verse obligado a decir públicamente cosas que van a ayudarle muy poco en el futuro, pero no podría seguir sintiéndose un hombre si no le afease ahora, a su presidente, el hecho de haber olvidado la necesidad de ajustar nuestra constitución a la garantía de nuestro bienestar antes que a la de satisfacer intereses fantasmagóricos, o el de no acercar nuestro sistema electoral a nuestra pluralidad real (servidor, con permiso, es sociedad, y reclama un país para las personas). ¿Ni una palabra sobre el fraude fiscal? ¿No? ¿Nada que decir sobre esos préstamos que nos regalaban mientras apostaban contra nuestra posibilidad de pagarlos? ¿No hay, de verdad, nada que decirle a los trabajadores?, ¿nada que reclamarle a los poderosos? ¿Simplemente debe morir servidor por el euro si fuere menester?
Ya sabemos que desde donde está ahora el señor presidente no es fácil darse cuenta, pero es tan evidente, es tan tristemente obvio el abuso, es tan obsceno, tan viejo, tan escandalosamente decepcionante… que, hoy por hoy, quien realmente se tuviera por representante de un pueblo no debería poder dormir tranquilo una sola noche hasta que no entendiese el significado real de su responsabilidad. Ya ha aprendido servidor que un presidente no es necesariamente un buen patrón (ni un héroe, para eso están los pobres) pero esperaba que, llegado el caso, quien ha obtenido el beneplácito de una mayoría tan amplia (aún a costa de una vaguedad de ideas que, desde ayer, pasada la ceremonia, ya no sirve), sabría hacer algo mejor que poner la gavia en calzones y correr a palo seco. En fin.
NOTA: Tras el nombramiento de ministros, servidor no ha encontrado motivo para revisar estas líneas. Felicita a todos; aunque a Wert, además, lo compadece un poco.