Empezaré diciendo que no me siento mal. No sería justo si lo hiciese, porque si el común de los mortales anda en estos momentos encerrado en una celda, compartida o no, yo estoy más bien en una isla desierta; mi situación se parece más a la de la familia Robinson que a la de un reo corriente. Soy un privilegiado; aunque sea menos pudiente que pobre. Ahora mismo, por ejemplo, vengo de pasear con el perro Ovidio por la huerta. Desde la habitación de la abuela llega el lamento de una niña que en plena guerra civil intenta volver a casa junto a su vaca sin nombre.
Hay demasiadas cosas que asimilar y es de prever que habrá más todavía cuando todo esto, si pasa, pase. Me pongo un gin-tonic con unas gotitas de Fairy y pienso en ese pescador pescado en el Burbia o en ese señor mayor que sale a andar deprisa, o en aquel otro que, acompañado por su pareja y el bebé, reparte su mercancía doblemente ilegal como si aquí no pasase nada.
— A esos últimos, a lo mejor les iba la vida en ello.
— A lo mejor.
Seguramente nada de lo que pasa pasa por su culpa.
Pienso en quienes decidieron que la prohibición no afectaba a su clase y que bien podían sortearla para pasar el puente en el pueblo sin sorprender a nadie. Probablemente desde allí, hiciesen algunas llamadas presionando para obtener beneficios fiscales, libertad de apertura, rebajas de derechos que le permitan despedir a los trabajadores enfermos o cortarle el agua y la luz a los pobres.
Pasado el fin de semana, esa misma gente, va a acusar al gobierno de comerse a los niños crudos, y de pretender hacer cosas como establecer una renta básica universal que sólo serviría para que la gente se niegue a trabajar.
¿Se imaginan al gobernador del Banco de España dejando de ir a trabajar porque cobra la renta básica?
En su cabeza de enfermos sociales las muertes que provoque el coronavirus deberán ser, con posterioridad, achacadas, no a la infradotación sanitaria que propiciaron, sino a la mala contabilidad del comunismo. Porque si el gobierno pide un esfuerzo común, y solidaridad, ¿qué es?
— Comunista.
Como el hecho de que el gobierno actuase tarde (actuó tarde y mal coordinado) no da para más, no les queda otro plan que el rencor propio de su interminable campaña política (más campaña, menos política); fuera, claro, de su obsesión por tergiversar lo tergiversable para oponerse a lo que nadie ha dicho, y de su permanente y furibunda ofensiva contra lo que se les viene encima. Lo que se les viene encima, sin embargo, no es la política, sino la ética; no es la economía, sino la sanidad. Y no, ni ellos, ni el pescador, ni el «dealer» son un producto del coronavirus; menos aún el que asesina a su mujer porque sin una renta básica universal no pudo alejarse de él. Sucede más deprisa pero sucede lo de siempre, y todo eso ha estado siempre ahí, conviviendo con nosotros como si formase parte de la cuota a pagar a ese mercado omnipotente y sagrado que dicta las leyes del alma humana.
Siempre han estado ahí los que ven comunistas donde sólo hay discrepancia, incluso donde no hay nada. ¿Qué hay que ofrecerles para que cejen en su chantaje, para que dejen de propagar delirios y sembrar odios? ¿Nuestra salud, nuestros derechos, nuestro sueldo, nuestra dignidad?
Somos los de siempre, pero no nos pasa lo de siempre. Algo no ha funcionado y andar repartiendo leña no va a mejorar la situación; sólo servirá para hacernos creer que no somos los de siempre como la mascarilla nos hace creer que somos inmunes.
A lo mejor es el Fairy, pero la verdad, lamentable, es que yo no veo ningún cambio, ninguno. Veo, con claridad absoluta, que seguimos siendo igual de gañanes, idiotas y cobardes. Me parece que con o sin coronavirus hacemos lo mismo como quien repite una tabla de gimnasia, actuamos de la misma manera y nos peleamos por las mismas cosas. Lo que se llama reaccionar tarde se ha convertido para nosotros en una forma de acción. Eso sí, estamos encantados de habernos conocido. No salvo a nadie: Vox llega tarde al fascismo como el PP al franquismo, como los independentistas al independentismo, los liberales al liberalismo, los comunistas al comunismo, el PSOE a la democracia social o Podemos a la real.
Ítem más: mientras llegamos tarde a defendernos del coronavirus el colapso climático espera pacientemente la recuperación económica, esa que los idiotas ricos pagarán con el sudor de los pobres, sean idiotas o no. El coronavirus no modificará la proporción de idiotas; pero es mejor ser idiota que cuestionar el capitalismo.
— Eso sería casi como ser comunista, ¿no?
Haré una excepción, o mejor dicho no la haré: los «nuevos héroes», los sanitarios, los barrenderos, los repartidores; ya eran héroes antes del coronavirus, y llevaban mucho, muchísimo tiempo advirtiendo que no estábamos preparados porque no estaban preparados. Hemos fiado la vigilancia del bien común a un ejército vocacional y generoso, pero mal pagado y sin medios (y obligado ahora a tomar decisiones salomónicas bajo una presión insoportable), y lo hemos hecho porque alguien nos ha convencido de que era suficiente, o de que hacerlo de otra manera es de comunistas, y nos lo hemos creído como la abuela se cree que es una niña que intenta salvar a su vaca de las bombas. En consecuencia morimos.