Cuando ya lleva subido encima del coche más de media hora, servidor decide que es el momento de tomar cartas en el asunto. No usará métodos expeditivos, terreno en el cual su adversario lo supera ampliamente, sino la psicología. Así que comienza por pasearse cerca del coche con un sándwich de jamón en la mano y pensando en otra cosa. Puede que algún pensamiento se le escape en voz alta.
Para no levantar sospechas, servidor comienza pensando en cosas que no tengan nada que ver con gatos, ni con coches, pero traicionado por su subconsciente, acaba pensando en alemanes, que tiene que ver con coches. Servidor piensa que lo que les pasa a los alemanes con España es que ya conocen a los del PP y no se les olvida quién organizó la burbuja inmobiliaria comprándose el dinero en Zúrich. No es crédito para ganarse la confianza en tiempos de crisis. En Alemania responsabilizan al gobierno español, y el gobierno nos responsabiliza a nosotros, siguiendo la sugerencia de los mercados que es la que sigue todo el mundo menos Islandia y considerando que somos españoles y por tanto subsidiarios susceptibles de ser encausados. Servidor responsabiliza a Pangur, y Pangur le echa la culpa al gato.
— Que por cierto, anda algo sucio.
— Es que se mete debajo de los coches aparcados. Yo, por el contrario, me subo encima.
La sabiduría de su gato Pangur no deja nunca de sorprender a un servidor que, dicho sea de paso, ha decidio adoptarla como vara de medir en el futuro. Y no sólo su forma de enfocar la existencia, no: también su memoria, la forma de su memoria, la capacidad de juego de su memoria. Servidor ha descubierto que la forma de sus pensamientos, uno sobre otro, bifurcándose y persiguiendo, no supera las dimensiones de su casa paterna. Tampoco exhibe otra distribución: la estructura mental de un servidor tiene un minúsculo salón recibidor llamado enfáticamente hall, un comedor, dos dormitorios y una cocina del tamaño de un Pioneer Toyota. Y es un piso interior.
La lógica de Pangur es mejor.
Servidor no se siente distinto del resto de los seres humanos, incluidos los alemanes, y está seguro de que a todos nos pasa lo mismo: nuestro esquema básico de pensamiento, y la estructura que lo contiene no excede las dimensiones de un piso de recién casados. Pero a Kant le pasaba lo mismo, y a Einstein. Es difícil refutar a Aristóteles pero es fácil saber quién es quién en el edificio, incluso en la barriada. Y los alemanes eso lo saben hacer a las mil maravillas. Tienen memoria de «elefant».
El caso es que si uno se levanta por la mañana y las preocupaciones están mucho más cerca culpa a alguien y en lo alto de la cadena debe haber gente que nunca pierde.
— No te creas, dice Pangur. –¿Qué haces?
— Subirme al coche, si no te importa.
— ¿Aquí? ¿Con dos habitaciones, recibidor, comedor y una cocina?
— Y el baño, se me había olvidado el baño. Muy pequeño, con un altillo. Como un Seat 600 con baca. Había altillos por todas partes en ese piso.
— Ni lo sueñes.
No hay por qué preocuparse, porque antes de veinte minutos, a Pangur se le habrá olvidado nuestra conversación y a un servidor la estructura de su pensamiento, que pasará a ser la de su campo de visión. Su campo de visión desde encima del coche, claro.
— Va a empezar a hacer frío, advierte Pangur.
— Lo noto en las orejas.
— Siempre podemos meter la cabeza en una rebanada de pan de molde, ahora que me he comido el jamón.
— Ya.