El pacto de los montes

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No dejamos de sorprendernos. Como si fueran la prestidigitación o la adivinación las asignaturas de las que examinamos a nuestros políticos. Servidor llama “nuestros” a esos políticos a los que, en un arranque de buena voluntad, hemos capacitado para representar una obra que no es, digámoslo de una vez, la que queríamos ver.

Lo que servidor intenta decir es que se siente frustrado ante el espectáculo de unos políticos incapaces de ver(se) más allá de un entorno que satisface a otros, votantes también (¿quién no lo es?), y demócratas (¿quién no lo es?) pero sobre todo poderosos. Lo que nos está ocurriendo es que asistimos, desde estas preliminares, a un pulso en que las urnas no participan.

Servidor, humildemente, cree que Podemos está empezando a perder la calidad que, hasta ahora mismo, definía su juego, en pago por unas ventajas que tienen los suficientes visos de celada como para haberse descartado en un primer análisis.

Lo que nos ocurre no es lo que queríamos que nos ocurriese. Quizás, entonces, ha llegado el momento de anunciar un sencillo órdago: “No”. La apuesta es la que a estas alturas nos pide el cuerpo a muchos españoles de ambos sexos, diversas ideologías, poca paciencia, y una innata aversión a la “justificación” como clase de argumento significativo en un verdadero juicio.

Porque quien no se dé cuenta de que estamos ante un juicio determinante, significativo, sin marcha atrás, no pertenece a su época. Servidor ha pensado en eso a lo que han llamado “ventana de oportunidad” y ha llegado a la conclusión de que no es una entrada inamovible, sino una grieta viva a la que no conviene dejar de alimentar.

Servidor cree que si Podemos sigue insistiendo en su voluntad de negociación ya no lo estará haciendo desde la representación que una sociedad angustiada le ha otorgado, sino desde su propia angustia social. Entonces, tiene que hacer dos cosas: la primera, resistir en su oposición a un análisis que distribuye la política en nichos horizontales definidos, de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, en relación a un equilibrio imaginario (pasado); la segunda, no ignorar que hay una mayoría fortificada en esas posiciones.

No es tiempo para la imaginación. Es tiempo para la exigencia. No debemos igualar, sino subir la apuesta. Ahora que el juego se obceca (se apasiona) en los matices de su estrategia, toca avisar a propios y extraños de que teníamos un mandato social, de que había una verdad. Pedirle a los electores que, ante otra convocatoria más, radicalicen sus posiciones, sería hablar claro, demostrar sentido de la realidad.

Vamos a suponer que el punto de vista no es negociable. Vamos a actuar como si la gente suficiente nos hubiese otorgado los votos necesarios. Lo demás es capitulación. ¿Esperamos a que nos lo restrieguen? No es una decisión sencilla. No. Pero vamos a suponer, también, que hemos aprendido una lección gratuita para recién llegados: el punto de vista es todo y lo controla el enemigo, ¿por qué?. Un punto de vista no vale nada si no define por sobre todas las cosas el foco al que sirve o del que se sirve. No sirve de nada jugar en el claroscuro de quienes siempre fueron los escenógrafos y tramoyistas de un espectáculo que defiende a sus actores a pesar de su público. No, es no.

Servidor no distingue a estas alturas de su capacidad analítica, que es profunda pero poco resistente, el parto del pacto. Lo demás: Vanitas vanitatum omnia vanitas. Pero si va a resultar que hasta la nueva política tiene memoria de la pleitesía entonces apaga y vámonos: nos veremos de nuevo. El juego es trascendente; el jugador, transparente.

Servidor entiende que han de defenderse voluntades, no aclimatarlas. La derecha (Pedro Sánchez) prepara su pequeña tormenta perfecta, preparémonos nosotros para la próxima victoria.

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