Siempre que nevaba, en provincias (naturalmente), algún periodista se veía en la obligación de escribir «el artículo». El artículo (naturalmente) comenzaba invariablemente con las mismas palabras:
Ya nos ha visitado la dama blanca…
El artículo (salvo circunstanciales menudencias) era el mismo año tras año, el periodista (salvo circunstanciales menudencias) también.
Pero la nieve no es el único acontecimiento que, siendo igual a sí mismo, obliga (y pone en evidencia), por recurrente, al periodista que todos llevamos dentro a esforzarse por encontrar el matiz, la breve incorrección que justifique un artículo, por lo demás, innecesario. Las elecciones, son uno de esos motivos, las manifestaciones de derechas, otro. Ambos empujan al analista a un ejercicio que afila (y pone en evidencia) su ingenio en un mundo al que el ingenio le importa menos que la suerte de los extraños.
Oigo que se ha reunido una gran multitud insignificante en alguna plaza madrileña para perpetuar la traición permanente de la derecha hacia cualquier intento de este país (España) por entenderse realmente. Así que ya nos ha visitado la cizaña. Pero la cizaña no es noticia, sino el pan de cada día.
También ha empezado, declarada o no, una campaña electoral que condena a este país (España) a repetir la retahíla de promesas, vertiginosas obras públicas, tardíos cumplimientos y comuniones con ruedas de molino a las que, el periodista de siempre (salvo circunstanciales menudencias) se verá obligado a responder (salvo circunstanciales menudencias) con el artículo de siempre.
Soy consciente de que este texto está siendo invadido por los paréntesis. En el futuro, las opiniones de cualquier ciudadano o ciudadana que ose pretender explicarse se verá confinada entre paréntesis. El flujo narrativo vendrá marcado por vebos de intención condicionada del tipo «exigir», «procurar», «promover», «preguntar», etc… Soy consciente de que cumplir la palabra dada es algo se le hace muy cuesta arriba a cualquiera que no esté dispuesto a dejarse la piel en ello. Y nosotros, votantes, no esperamos tanto de nuestros representantes, a la postre, seres humanos como los tontos de pueblo. Pero ante semejante exhibición de falta de pensamiento, la elección se vuelve tan innecesaria como la reseña. Si el aburrimiento es el fin, esta gente son su profetas.
El caso es que comienza la batalla electoral y soy incapaz de leer la prensa, tomada por una metralla de verbos blandos y adjetivos contundentes que, en absoluto, explican o aclaran las intenciones reales de quienes los usan.
El caso es que, como buen columnista, debería de escribir algo al respecto sin repetirme más allá de las reglas del género. Por suerte he encontrado la primera línea, tras la que el cuerpo «del artículo» debería situarse como el trigo ante la cizaña y provocar la admiración del lector inteligente (lo cual, en estos tiempos, es un pleonasmo) y la ira del resto:
Ya nos ha visitado la democracia. En pocos días se licuará y correrá, sin provecho, hacia el lejano mar de los vapores.
Continúen como prefieran.