Han terminado de cortar el maire, sobre cuya madera muerta crecían varias generaciones de madreselva, y les hemos pagado. Tres días, o sea: el producto de redondear un esfuerzo hecho con la adecuada intención, buen humor y sentido del ritmo de lunes a miércoles.
— 500.
— 450.
— 480 y no se lo digas a nadie.
— 475 si quieres que te guarde el secreto.
— Sin IVA
— …
— …
— Me parece que chispea.
Saquen ustedes las conclusiones que quieran, pero esta conversación no trataba sobre dinero. Los hombres no hablan de dinero: el dinero habla de ellos. Esta conversación fue, no les quepa a ustedes la menor duda, una conversación del dinero hablando a través de dos marionetas -eso sí- de ley, fiables, valientes y nobles en cualquier orden. El dinero nunca está en boca de nadie.
— De los muertos.
— Y rara vez. El dinero da para poco, en cualquier sitio. La ambición puede más. Se consigue más con el deseo ajeno, que con el propio.
— Ahí, ahí. Bueno ¡adiós!
El dinero es sólo un acuerdo entre gente tramposa, un aval para groseros. Nunca será metáfora de nada (aunque sí podría resultar ser metáforizado por ciertas mentes vanguardistas), tampoco será nunca símbolo de nada (aunque haya sido profusamente significado y simbolizado con regularidad por una variedad de personajes reales o ficticios. Ni siquiera es un invento comparable a la rueda o un descubrimiento del alcance de la agricultura. El dinero no deja de ser un producto de la necesidad, un concursante circunstancial que, como todo concursante, es capaz de mostrarse muy ambiguo con respecto a la moral y muy mentiroso con respecto a la identidad. Obra por necesidad: se defiende a sí mismo y, naturalmente, al juego. Si lo pensamos un poco, veremos que su última gran jugada ha sido comprarse el juego. ¡Qué odiosos eran siempre esos niños que se llevaban a su casa su juego cuando no les iba como esperaban! No eran niños violentos, sólo estúpidos; pero (victimas en su mayoría de un abandono anterior: destetados tal vez prematuramente) al crecer desarrollaron taras de evolución imprevisible dentro de unos margenes en extremo preocupantes. Obra por necesidad (y se ceba en las personas tocadas por la carencia). Cuando el poder ancestral, hereditario y forzudo comenzó en su día a verle las orejas al lobo, y los dientes un siglo y poco más tarde, alzó enseguida el dinero como atalaya. Ciertamente, el dinero no había necesitado nunca defenderse hasta su última sangre, pero quizás nunca había estado tan cerca de creerse condenado a hacerlo.
— Pero, ¿sigues despierto?
— Ya ves. Y mañana me tengo que ir a León, a un bolo.
— ¿…?
— 300.
— ¿…?
— Leeré fragmentos de El acabose mientras un contrabajista intenta evitar que el público abandone la sala.
— ¿Fragmentos de El acabose?
— Eso es.
— O sea cualquier momento de la historia conocida o por conocer.
El gato Pangur tiene toda la razón, si las cosas están abocadas a algo (ni siquiera tiene que ser malo) entonces cualquier momento es parte de un proceso cuya simultaneidad pertenece a una historia muy lejana. Ha dicho servidor «proceso», pero estuvo tentado de escribir «progreso». Servidor anota esto para que quede constancia de que finalmente no escribió «progreso», sino «proceso». La diferencia entre ambas palabras es que la primera no estará nunca exacta ni correctamente definida en un diccionario, pero la segunda lleva siendo igual a sí misma demasiado tiempo como para que esperemos de ella alguna sorpresa.
Mientras servidor pensaba esto, Pangur ha encendido un mechero, lo ha levantado por encima de su cabeza y se ha quedado mirando a un servidor con cara de carecer de personalidad.
— Era un chiste.
— Por eso. Es viejo; aunque a mí todavía me lo consienten alguna vez, porque soy mayor.
— O porque son educados. ¿Sobre qué escribes?
— Pues sobre literatura, como siempre.
Enseguida se ha encontrado servidor preguntándose si el dinero posee educación. Es uno de esos productos que exhibe «una cultura» en el sentido antropológico (no analizada, pero asentada) y eso le confiere cierto prestigio mínimo, pero definitivamente carece de educación, ni la tiene ni la da, como cualquier otra propiedad que se capitaliza. Dicho de otra manera: su valor puede ser discutido, pero su interés depende sólo y exclusivamente de nosotros.